Sin embargo, al llegar el viernes, seguía siendo un manojo de nervios. La había llamado para decirle a qué hora debía esperarlo y, como de costumbre, le había dicho lo mucho que la había echado de menos, extrañado su cuerpo sexy, despertar junto a ella en la cama. Paula trató de sonar natural y se preguntó cuánto durarían esos sentimientos si descubriera* que a su cuerpo sexy le quedaba un tiempo limitado para adquirir un tamaño considerable. Dijo que estaría con ella a las diez. Las reuniones le habían ocupado todo el día, de ahí la ridícula hora a la que iba a llegar. Por primera vez desde que se había iniciado su frágil aventura, oyó el clic de la desconexión telefónica. Decidió que se trataba de una advertencia ominosa de lo que sucedería. Y más ominoso aún fue que llegó tarde, aunque lleno de disculpas al cruzar la puerta poco después de las once.
-Disculpas y champán -dijo con una sonrisa, haciéndola girar para que lo mirara cuando iba a irse a la cocina-. ¿Qué sucede? -preguntó, introduciendo los dedos en su cabello para obligarla a permanecer donde estaba y enfrentarse a su penetrante mirada.
-Nada.
-¿Nada? ¿Es por eso que, por primera vez, te sientes súbitamente cansada?
-La gente se agota, Pedro. No todos poseen tu resistencia -bajó la vista, con la esperanza de mantener una semblanza de control, aunque podía sentir el martilleo de su corazón-. Y gracias por el champán. De verdad. Pero creo que me quedaría dormida con la primera copa.
-Ya te he dicho cuál es mi solución para tu problema de agotamiento -dejó la botella en el aparador junto a la puerta, se quitó la chaqueta y antes de que ella pudiera protestar, la alzó en brazos y se dirigió al salón-. Por lo general -murmuró-, no vendría en esta dirección, pero necesitamos hablar.
Ella asintió y dejó que la posara en el sofá, con los pies sobre su regazo para poder masajearlos.
-Tienes razón. Necesitamos hablar, Pedro.
La mano de él se paralizó unos segundos antes de proseguir con la lánguida caricia de los pies.
-¿Has pensado en la oferta que te hice? -instó con voz satisfecha.
En ningún momento se le habría pasado por la cabeza que ella pudiera rechazarlo en serio. Retiró los pies y los acomodó debajo de sus piernas, fuera del alcance de esos dedos seductores.
-He pensado en ello y... -se preguntó cómo exponer lo que necesitaba decir-... no sé por qué querrías mantenerme. Creía que despreciabas la clase de mujer que busca a un hombre para que le pague todos los gastos.
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