lunes, 8 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 53

Sin  embargo,  al  llegar  el  viernes,  seguía  siendo  un  manojo  de  nervios. La había llamado para decirle a qué hora debía esperarlo y, como de costumbre, le había dicho lo mucho que la había echado de menos, extrañado su cuerpo sexy, despertar junto a ella en la cama. Paula trató  de  sonar  natural  y  se  preguntó  cuánto  durarían  esos  sentimientos  si  descubriera*  que  a  su  cuerpo  sexy  le  quedaba  un  tiempo limitado para adquirir un tamaño considerable. Dijo  que  estaría  con  ella  a  las  diez.  Las  reuniones  le  habían  ocupado todo el día, de ahí la ridícula hora a la que iba a llegar. Por primera vez desde que se había iniciado su frágil aventura, oyó el clic de la desconexión telefónica. Decidió que se trataba de una advertencia ominosa de lo que sucedería. Y  más  ominoso  aún  fue  que  llegó  tarde,  aunque  lleno  de  disculpas al cruzar la puerta poco después de las once.

 -Disculpas  y  champán  -dijo  con  una  sonrisa,  haciéndola  girar  para  que  lo  mirara  cuando  iba  a  irse  a  la  cocina-.  ¿Qué  sucede?  -preguntó,  introduciendo  los  dedos  en  su  cabello  para  obligarla  a  permanecer donde estaba y enfrentarse a su penetrante mirada.

 -Nada.

-¿Nada?   ¿Es   por   eso   que,   por   primera   vez,   te   sientes   súbitamente cansada?

 -La  gente  se  agota,  Pedro.  No  todos  poseen  tu  resistencia  -bajó  la  vista,  con  la  esperanza  de  mantener  una  semblanza  de  control,  aunque  podía  sentir  el  martilleo  de  su  corazón-.  Y  gracias  por  el  champán.  De  verdad.  Pero  creo  que  me  quedaría  dormida  con  la  primera copa.

-Ya te he dicho cuál es mi solución para tu problema de agotamiento -dejó la botella en el aparador junto a la puerta, se quitó la chaqueta y antes de que ella pudiera protestar, la alzó en brazos y se  dirigió  al  salón-.  Por lo general  -murmuró-,  no  vendría  en  esta  dirección, pero necesitamos hablar.

Ella asintió y dejó que la posara en el sofá, con los pies sobre su regazo para poder masajearlos.

 -Tienes razón. Necesitamos hablar, Pedro.

La mano de él se paralizó unos segundos antes de proseguir con la lánguida caricia de los pies.

-¿Has pensado  en  la  oferta que  te hice?  -instó  con  voz  satisfecha.

En  ningún  momento  se  le  habría  pasado  por  la  cabeza  que  ella  pudiera rechazarlo en serio. Retiró los pies y los acomodó debajo de sus piernas, fuera del alcance de esos dedos seductores.

-He  pensado  en  ello  y...  -se  preguntó  cómo  exponer  lo  que  necesitaba  decir-...  no  sé  por  qué  querrías  mantenerme.  Creía que  despreciabas  la  clase  de  mujer  que  busca  a  un  hombre  para  que  le  pague todos los gastos.

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