viernes, 12 de enero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 1

Paula estaba helada. La  noche  anterior,  sentada  frente  a  la  chimenea,  un  paseo  por  la  montaña  le  había  parecido una gran idea. Solitario. Vigorizante. Bueno para su alma. Algo para lo que ya  apenas  tenía  tiempo.  El  parte  meteorológico  había  anunciado  una  temperatura  agradable... ¿Cómo podíaequivocarse tanto?   Si alguna vez ella  hacía  un   diagnóstico  tan   desacertado,  la demandarían  inmediatamente,  pensó,  cubriéndose  las  orejas  con  el  gorro de lana. Resignada,  se  metió  dos  dedos  en  la  boca  para  lanzar  un  silbido  y  esperó  hasta  que  una bola de pelo apareció entre la niebla y paró frente a ella, moviendo alegremente la cola.

—No  sé por qué estás tan  contento, yo  estoy  a  punto  de  congelarme.  Venga, vámonos  a  casa  —dijo,  acariciando  al  animal.  Pero  al  darse  la  vuelta,  algo  la  dejó  paralizada. Su perro lanzó un gruñido—. ¿Tú también has oído eso?

Paula aguzó el oído, pero no escuchó nada. Sólo el viento, que ululaba con fuerza. ¿Había sido el viento o un grito de ayuda? Aunque era arriesgado, decidió subir para comprobarlo.  Cuando  llegó  al  punto  más  alto  del  camino,  se  dejó  caer  de  rodillas  sobre el borde del barranco y miró hacia abajo.

—¿Está loca?

—Pero oiga...

Alguien  la  tomó  por  los  hombros  para  echarla  hacia  atrás,  dejándola  tumbada  en  el  suelo. Cuando  abrió  los  ojos,  Paula se  encontró  con  un  par  de  largas  y  fuertes  piernas  masculinas. Parpadeando,  vió  una  chaqueta oscura, un  mentón  cuadrado  y  un  par  de  ojos negros que relampagueaban, furiosos. ¿Furiosos con quién? ¿Con ella? Con el corazón acelerado, se levantó sin aceptar la mano que el extraño le ofrecía.

—¿Qué demonios estaba haciendo?

—¿Usted qué cree? —replicó Paula, indignada.

—¿Pensaba suicidarse?

—¡No diga tonterías! Me había parecido oír un grito.

 —¿Y pensaba tirarse de cabeza para investigar?

—No iba a caerme...

El hombre la tomó por la muñeca y la acercó al barranco.

 —¿Ve eso? Si hubiera dado un paso más, estaría con ellos en el fondo.

Paula soltó su mano de un tirón.

—Mire,  yo  sé  bien  lo  que  hago... Un  momento,  ha  dicho  «ellos».  Entonces,  ¿Usted también lo ha oído?

—Sí. Hay dos chicos ahí abajo. Estaban escalando.

—¿Escalando en esta época del año? Cuando llueve, esta montaña es muy peligrosa —dijo Paula, incrédula.

El hombre se quitó una mochila que llevaba a la espalda.

—Son unos críos. Probablemente, no sabían lo que estaban haciendo.

—Pues tendremos que ir a buscar ayuda.

—Desde luego —murmuró el hombre, mirándola de arriba abajo.

Paula apartó la mirada, incómoda. En los ojos de aquel hombre había algo que la hacía sentir  como  una  adolescente.  Y ella no  era  una  adolescente;  era  una  mujer  de  veintiocho años, médico de profesión. El  extraño  tenía  unos  ojos  preciosos.  Ojos  oscuros  de  hombre.  Unos ojos  en  los  que  cualquiera podría perderse.

—Tenemos que llamar al equipo de rescate, pero no he traído mi móvil.

—Yo sí, pero no hay cobertura. Lo mejor será que baje usted a buscar un teléfono.

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