-Me amas. Eso es todo lo que cuenta -fue hacia ella, preparado a luchar por esa mujer asombrosa y vulnerable que se había apoderado de su corazón.
-¿Recuerdas cuando hablamos por última vez? Me dijiste que no había futuro para nosotros, que jamás podrías confiar en mí, que nunca podría ser la clase de mujer con la que podrías tener una relación...
-Debes perdonarme por eso -musitó con voz ronca. Pudo captar la desesperación en su voz y no le importó-. Nunca antes había sentido algo así por alguien. Ni siquiera lo reconocí por lo que era. Dios, aún me aferraba a la creencia de que podía sobrevivir sin tí y no puedo.
Paula se humedeció lo labios con gesto nervioso.
-Tenía tanto miedo -murmuró-. Sabía que sin amor y confianza, sólo habría odio entre nosotros si te contaba...
-¿Contarme qué?
Cerró los ojos.
-Si te contaba que estoy esperando tu bebé... -aguardó la reacción conmocionada, que le dijera que lo había engañado, que había permitido que se alejara de su propio hijo. No llegó. Terminó por abrir los ojos y lo miró a la cara.
-¿Estás... embarazada?
-Pensé que me odiarías, que creerías que lo había hecho a propósito para tratar de obligarte a mantener una relación que no querías. Pensé que podrías tratar de quitarme al bebé... porque yo no te importaba, porque pudieras considerarme una madre inapropiada... Tuve miedo...
-Vas a tener a nuestro bebé -había maravilla en su voz; entonces sonrió.
-¿No estás furioso?
-Estoy furioso por haber desperdiciado semanas, por haberte dejado vivir esta incertidumbre tú sola. Estoy furioso conmigo mismo porque... Puedo entender que tuvieras miedo de contármelo después de haberte aislado... Dios... -se le quebró la voz y en esa ocasión ella fue a sus brazos y se perdió en él, en su abrazo protector-. Sabes que vas a tener que casarte conmigo, ¿No?
-Pedro... entiendo que tal vez quieras ir paso a paso.
-Nada demasiado grande, pero tengo mucha familia... -la miró-. No quiero volver a perderte de vista nunca más -añadió-. Quiero casarme contigo. De hecho, insisto -le dió un beso suave en la boca, probándola como un hombre que bebe néctar.
-En ese caso... sí. ¡Sí, sí, sí! -le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso con intereses.
Cuando él apoyó la mano en su estómago, Paula experimentó un júbilo y un amor tan grandes, que creyó que se desmayaría.
Luego, mucho más tarde, después de que hubiera conocido y conquistado a su madre y de que Joaquín estuviera en la cama en el departamento que habían alquilado, los dos bajaron a dar un paseo por la playa. Lo puso al corriente de la nueva situación de sus padres y del giro inesperado en su propia vida. Hablaron de Federico y acordaron que lo mejor sería que fuera sincero consigo mismo y con la gente que quería. Paula creía estar en una nube. Cuando él preguntó con tono seductor si, al ser futuros padres, ya eran demasiado mayores para hacerlo en el coche, ella no pudo evitar reír. Pero en esa ocasión, fue un acto de amor especial, exquisitamente gratificante. El coche se hallaba a kilómetros de alguna parte.
-Me siento como un crío -gimió él, haciendo que se sentara encima-. Es demasiado pequeño, demasiado incómodo y las ventanas se están empañando. Pero, Dios, ¡Cuánto te deseo!
-Bien -se abrió la blusa para que pudiera ver la plenitud de sus pechos y experimentó un poder embriagador y gozoso al oírlo gemir.
-Tus pezones ya están más grandes y oscuros -probó uno con la lengua-. Y tus pechos más pesados -como para demostrarlo, los sopesó con las manos, como si se tratara de fruta madura, antes de regresar a la tarea de probar lo que sostenía-. Estoy impaciente porque tu vientre crezca con nuestro hijo -murmuró mientras se lo acariciaba-. He echado de menos tocarte, hablar contigo, despertar a tu lado. Ahora eres mía y nunca voy a dejar que te vayas.
Paula suspiró cuando él se inclinó para succionarle los pechos. Suya para siempre. De ese hombre complejo, maravilloso y tierno. De su amante oscuro, exigente y entregado...
FIN
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