En ese momento miraban una cabaña, la quinta propiedad que habían visto en igual cantidad de días.
-¿Qué te parece? -Alejandra Chaves sacó su bloc de notas, en el que había estado tomando apuntes sobre cada casa que habían visitado, y comenzó a escribir.
-Mamá... no sé... ¿Y si no funciona? ¿Y si odias estar aquí? Quiero decir, has vivido con papá en Melbourne durante tanto tiempo y Cornualles... bueno, no es Melbourne...
-De eso ya me he dado cuenta -cerró el bloc y miró el rostro bonito y agotado de su hija-. Pero es el momento propicio de trasladarnos. Íbamos a hacerlo a principios de año, a sorprenderte con una visita en Navidad para darte la noticia, pero éste es tan buen momento como cualquier otro. De hecho, mejor. Mudarnos en pleno invierno no habría sido tan divertido, ¿Verdad? Así, podremos celebrar la Navidad juntos en una casa nueva, en un lugar nuevo... -pensativa, se palmeó el pelo corto.
Paula pensó que su madre estaba espléndida. El rostro le brillaba con buena salud y no había perdido nada de la elasticidad y esbeltez que había tenido de joven. Sólo estaba enfundada en una ropa diferente. Se habían acabado las faldas largas y amplias y las camisetas multicolor. Pero, tal como había descubierto durante las muchas conversaciones que habían compartido en esas semanas, los tiempos habían cambiado para sus padres. La tienda de alimentos naturales se había convertido, poco a poco, en un restaurante de primera clase y los adornos étnicos habían tenido tanto éxito en la venta, que habían abierto una tienda. De hecho, se habían convertido en empresarios en la mediana edad. Su padre había sacado a relucir sus habilidades empresariales y se había dedicado a llevar la contabilidad. Su madre se había convertido en una compradora astuta. La aventura vaga que habían emprendido se había convertido con paso lento pero seguro, en una empresa muy rentable, y el traslado a Cornualles en realidad era una expansión empresarial. Un amigo y director continuaría llevando los locales de Melbourne.
Según su madre, el mercado en Cornualles estaba maduro para una empresa similar. Había mucho dinero en circulación, turistas y un importante número de gente dispuesta a pagar por algo un poco diferente en lo referente a alojamiento y cocina. Habían hablado del negocio mientras tomaban el té, habían hablado de que se fuera con ellos y los ayudara a llevar el negocio el tiempo que quisiera dedicarle. De lo único de lo que nunca parecían hablar era de Pedro, y Paula sabía que era culpa suya. A su madre le habría encantado poder charlar sobre lo sucedido, pero, de algún modo, ella no conseguía tocar el tema. Quizá con el tiempo. Todavía le dolía demasiado pensar en él. Lo único que le impedía caer en la desesperación era Joaquín. Se había entregado a la abuela que acababa de descubrir con entusiasmo infantil e incondicional y había recibido la noticia del traslado a Cornualles sin vacilación. Era un rayo de luz en su mundo crepuscular.
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