miércoles, 10 de enero de 2018

Prohibida: Capítulo 57

En  ese  momento  miraban  una  cabaña,  la  quinta  propiedad  que  habían visto en igual cantidad de días.

 -¿Qué te parece? -Alejandra Chaves sacó su bloc de notas, en el que había estado tomando apuntes sobre cada casa que habían visitado, y comenzó a escribir.

-Mamá...  no  sé...  ¿Y  si  no  funciona?  ¿Y  si  odias  estar  aquí?  Quiero decir, has vivido con papá en Melbourne durante tanto tiempo y Cornualles... bueno, no es Melbourne...

-De  eso  ya  me  he  dado  cuenta  -cerró  el  bloc  y  miró  el  rostro  bonito  y  agotado  de  su  hija-.  Pero  es  el  momento  propicio  de  trasladarnos.  Íbamos  a  hacerlo  a  principios  de  año,  a  sorprenderte  con una visita en Navidad para darte la noticia, pero éste es tan buen momento  como  cualquier  otro.  De  hecho,  mejor.  Mudarnos  en  pleno  invierno   no  habría  sido   tan  divertido,   ¿Verdad?   Así,  podremos  celebrar la Navidad juntos en una casa nueva, en un lugar nuevo... -pensativa, se palmeó el pelo corto.

Paula pensó que su madre estaba espléndida. El rostro le brillaba con buena salud y no había perdido nada de la elasticidad y esbeltez que  había  tenido  de  joven.  Sólo  estaba  enfundada  en  una  ropa  diferente.  Se  habían  acabado  las  faldas  largas  y  amplias  y  las  camisetas multicolor. Pero,  tal  como  había  descubierto durante  las  muchas   conversaciones que habían compartido en esas semanas, los tiempos habían  cambiado  para  sus  padres.  La  tienda  de  alimentos  naturales  se había convertido, poco a poco, en un restaurante de primera clase y  los  adornos  étnicos  habían  tenido  tanto  éxito  en  la  venta,  que  habían  abierto  una  tienda.  De  hecho,  se  habían  convertido  en  empresarios en la mediana edad. Su padre había sacado a relucir sus habilidades empresariales y se había dedicado a llevar la contabilidad. Su madre se había convertido en una compradora astuta. La aventura vaga que habían emprendido se había convertido con paso lento pero seguro, en una empresa muy rentable, y el traslado a Cornualles en realidad   era   una   expansión   empresarial.   Un   amigo   y   director   continuaría llevando los locales de Melbourne.

Según su madre, el mercado en Cornualles estaba maduro para una empresa similar. Había mucho dinero en circulación, turistas y un importante  número  de  gente  dispuesta  a  pagar  por  algo  un  poco  diferente en lo referente a alojamiento y cocina. Habían  hablado  del  negocio  mientras  tomaban  el  té,  habían  hablado de que se fuera con ellos y los ayudara a llevar el negocio el tiempo  que  quisiera  dedicarle.  De  lo  único  de  lo  que  nunca  parecían  hablar era de Pedro, y Paula sabía que era culpa suya. A su madre le habría  encantado  poder  charlar  sobre  lo  sucedido,  pero,  de  algún  modo, ella no conseguía tocar el tema. Quizá con el tiempo. Todavía le dolía demasiado pensar en él. Lo único que le impedía caer en la desesperación era Joaquín. Se había  entregado  a  la  abuela  que   acababa  de  descubrir  con  entusiasmo  infantil  e  incondicional  y  había  recibido  la  noticia  del  traslado a Cornualles sin vacilación. Era un rayo de luz en su mundo crepuscular.

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