viernes, 1 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 52

No tenía por qué responder a aquella llamada. Los bancos que daban al río Derwert estaban como siempre ocupados. Había pequeños veleros surcando su superficie y un puñado de patos esperaba que cayera algún resto de la comida de Paula. Las sendas estaban llenas de gente paseando y ciclistas. Estaba sentada en un banco, comiéndose un sándwich de pollo, con los ojos fijos en el agua. ¿Había algo más reconstituyente? Había pasado la mañana en la biblioteca de Hobart y en aquel momento estaba disfrutando de una comida junto al río. Después de la emoción de los últimos días, aquello le resultaba relajante. Suspiró y dió un sorbo de su zumo de manzana. Un grupo de mujeres pasó cerca de ella, paseando mientras charlaban animadamente, y las siguió con la mirada. Echaba de menos a Danielle. Su amiga había vuelto a Nueva Zelanda durante su mes de vacaciones. Eso era lo que necesitaba, tener más amigos, conocer más gente, ampliar horizontes… Y dejar de pensar en Pedro.


De repente el grupo de mujeres se abrió antes de volver a unirse para dejar pasar a dos personas que venían en su dirección. El sándwich se hizo una bola en su boca. Eran Pedro y su esposa. A los lejos, se detuvieron a mirar los barcos. Él ladeaba la cabeza, atento a la conversación, seguramente deseando verla después de tres días separados. Como de costumbre, Paula reaccionó poniéndose tensa al verlo. Por primera vez, su atención no estaba puesta en él. Micaela era tan pequeña y menuda como la recordaba en mitad del caos de la A-10. Tenía mejor aspecto bajo la dorada luz del mediodía e iba mejor vestida con un traje de chaqueta. El corazón de Paula latió con fuerza y bajó la mirada para evitar que la pillaran mirando. No se había imaginado a Micaela tan guapa. Se había hecho a la idea de que era una aburrida científica, bajo una bata de laboratorio. Volvió a mirar de nuevo. Pedro seguía de espaldas a ella, pero lo reconocía por la postura y por la anchura de sus hombros. Mientras observaban los barcos, apenas se miraban. De repente Micaela se giró y miró con tanta adoración a su marido que Paula se quedó sin respiración. A pesar de la distancia, sabía reconocer que aquella no era la cara de una mujer infeliz en su matrimonio. 


De nuevo, Paula se había equivocado al suponer que eran dos personas desgraciadas intentando hacer que su matrimonio funcionara. Pedro apartó un mechón del rostro de Micaela, pero no pudo ver la expresión de ella. ¿Se habrían iluminado sus ojos ante aquel roce? ¿Tendría Sam aquella sonrisa en sus labios? Micaela se puso de puntillas y Paula bajó la mirada, sintiendo un nudo en el estómago. Había sido tan tonta de creer que seguían físicamente unidos, pero distanciados emocionalmente. Se obligó a tranquilizarse, pero su pecho seguía oprimido. Allí había amor y mucho. ¿Sería mala persona por no sentirse feliz por Pedro? También quería esa clase de amor para ella. Cuando por fin se volvió a atrever a mirar, se habían ido por donde habían venido. Se hundió en el banco. No estaba segura de poder mirar a Pedro a los ojos y no llorar. Tampoco podría mirar a Micaela. Tiró lo que le quedaba del sándwich a los patos. Se había convencido de que Pedro estaba deprimido, intentando mantener su matrimonio por un tema de honor. Eso la había ayudado a sentirse menos culpable con los sentimientos que sentía hacia él. 

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