miércoles, 6 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 63

Pedro la hizo darse la vuelta y unió sus labios a los de ella, devolviéndola a la vida. Sus brazos la rodearon con tanta fuerza, que su espalda se clavó contra la puerta abierta. Pero apenas reparó en el dolor, al sentir su boca devorando la suya. Ella deslizó las manos por sus brazos, acariciando sus bíceps y sus hombros, hasta entrelazarse en su cuello.  Una intensa sensación se expandió por su cuerpo. Sus piernas flaquearon. Aunque la habían besado muchas veces, nunca había sido de aquella manera. Se aferró a él como si fuera su vida.


—Paula…


Pedro se estrechó contra ella desde otro ángulo, como si estuviera dosificando el placer.


—Nunca olvides esto —dijo, pronunciando aquellas palabras como si salieran del fondo de su alma.


Pedor se apartó, bajó los ojos para mirarla y le acarició los labios.


—Disfruta de la vida, Paula.


La soltó y, sin decir adiós, se marchó. Aquellos anchos hombros serían lo último que vería de Pedro Alfonso. Se dejó caer en el asiento del coche y se llevó las manos temblorosas a la boca. «Disfruta de la vida, Paula». Su corazón se partió en dos pedazos. Le había dicho lo mismo en la montaña. Y entonces, eso era lo que había hecho. Se había reinventado a sí misma y había empezado una nueva vida lejos del control de otras personas. ¿Podría volver a hacerlo? Solo tenía que apartarlo de su corazón. Recordó a Rosa, a Dora y a todas las mujeres que había entrevistado. Ellas lo habían conseguido. Tenía que vivir y no esperarlo. Podía hacerlo y lo conseguiría. Pero ¿Qué clase de vida sería no teniéndolo? Apoyó la cabeza en el volante y trató de no recordar que Pedro la había encontrado en aquella postura la primera vez que había aparecido en su vida. Era curioso que fuera a ser de la misma forma en que iba a salir de ella para siempre. Había considerado irse al extranjero, a algún sitio tranquilo y relajante como Bali, pero al final, sus deseos de poner distancia entre Pedro y ella, y su falta de pasaporte la habían hecho tomar otra decisión. Había buscado el punto más lejano de Hobart. Perth estaba en la Costa Oeste del país, mirando al océano Índico. Al llegar, había descubierto un lugar más al oeste, una isla a veinte kilómetros de la costa, y había hecho las gestiones necesarias para alquilar una casa. Era cara, pero para eso estaban los ahorros, ¿No? No había coches privados en Rottnest Island, tan solo un puñado de vehículos públicos. Todo el mundo se movía caminando, en bicicleta o en los autobuses que recorrían la isla, lo cual lo convertía en un sitio muy tranquilo. 

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