miércoles, 20 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 22

Después, se la quedó mirando. Tenía el cabello cayéndole por la cara y no había intentado retirárselo; al contrario, lo estaba utilizando como una cortina para ocultar sus sentimientos. Estaba sola en una ciudad desconocida y no tenía a nadie que le pudiera poner un brazo sobre los hombros ni que pudiera abrazarla y decirle que no se preocupara, que todo iría bien. Pero Pedro sabía que no saldría bien, y deseó apartarle el cabello de la cara, mirarla a los ojos y decirle que volviera a su casa antes de que la hicieran sufrir. Pero no se movió. Paula no le creería y él perdería a la mejor secretaria temporal que había en Londres.


—Deja el termostato como está ahora, ha bajado mucho la temperatura esta noche. Está helando.


—Lo haré. Gracias.


Paula tenía los ojos fijos en el mensaje. Pedro se dió cuenta de que debía estar deseando que se fuera para poder leer el mensaje, para engañarse a sí misma con la creencia de que había significados ocultos en esas palabras. Le preocupaba dejarla ahí sola en ese apartamento mal decorado.


—Este piso necesita una mano de pintura. No me había dado cuenta de lo cochambroso que está —Pedro encogió los hombros—. Los más jóvenes de la familia se quedan aquí cuando vienen de visita a Londres.


—A mí me parece bien. Es la primera vez que tengo tanto espacio para mí sola.


Su falta de pretensiones era refrescante y, de repente, a Pedro se le ocurrió que, igual que a sus primos, probablemente ella se encontraría más a gusto allí. Las habitaciones de invitados eran lujosas y tenían todos los lujos que cualquier diseñador podría soñar, pero en una de ellas sería exactamente eso, una invitada. En el departamento, podría hacer lo que quisiera, estaría a sus anchas.


—Bueno, si no necesitas nada, voy a dejarte para que puedas irte a la cama. Te veré mañana a eso del mediodía.


—Buenas noches, Pedro. Y gracias por traerme el mensaje.


Paula esperó a oír sus pisadas en el patio; entonces, fue hasta la puerta y echó la llave. Suspiró. Casi se había muerto de vergüenza cuando él entró y la sorprendió casi desnuda. Y ella lo había empeorado todo al comportarse como una timorata temerosa de ser atacada. Pedro Alfonso era todo un caballero. Tras lanzar una breve mirada a sus piernas, había subido la vista, la había clavado en su rostro y no había vuelto a bajarla. ¿Acaso sus piernas no merecían una segunda mirada? Era difícil de saber, pero le temía tener los muslos demasiado gordos. Claro que sí, comía mucho chocolate. Volvió a suspirar. Siempre comía demasiado chocolate. Quizá debiera volver a hacer ejercicio, a correr por las mañanas. O a ir al gimnasio. Se echó el pelo hacia atrás, se miró en el espejo que había cerca de la puerta y se preguntó si le sentaría bien teñirse de rubia. Ridículo, tenía las cejas demasiado oscuras para eso. Por fin, dejó de retrasar el momento de leer la nota que Pedro había puesto encima de la mesa y la agarró. 

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