viernes, 29 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 44

Pedro clavó la mirada en los labios de Paula. Suaves, sonrosados, labios de sol y risa. Su propia boca latía con un sobrecogedor deseo por besarla, por sucumbir a la tentación. Eso sí que daría a Ivi Blake algo en que pensar. Quizá debiera hacerlo.


—¿En serio quieres que nos vayamos?


—Sí, ahora mismo —dijo Pedro, antes de perder el control por completo—. Confía en mí, Paula. Soy tu hado padrino, ¿O lo has olvidado?


Siempre y cuando él no lo olvidara estarían a salvo. Pedro le agarró la mano.


—Imagina que el reloj está dando las doce campanadas y que el coche se va a convertir en una calabaza.


—Pero Iván...


Dios, ¿Acaso esa chica no podía olvidarse de Ivi Blake ni un minuto?


—Que espere —le espetó él.


Paula se detuvo bruscamente, obligándole a hacer lo mismo.


—El bolso. Lo he dejado en la mesa.


—Olvídalo.


—¡No!


—No creo que tengas nada de mucho valor en él.


—El bolso es de mucho valor. Era de tu... —la mirada que él le lanzó la hizo callar—. Además, tengo en él las veinte libras que me diste.


Paula le lanzó una mirada, indicándole que estaba decidida a recoger el bolso. Al momento, se desvió y Pedro se vió forzado a seguirla mientras ella recogía el bolso.


—Vamos, ve a por el abrigo, Paula —dijo Pedro cuando llegaron a las escaleras colocándola delante, decidido a que no volviera a desviarse del camino.


Paula corrió ligeramente al subir los escalones, Pedro hizo una pausa al pie de la escalinata, el dolor le había atacado de repente. Se mordió los labios y luego, despacio, la siguió. Pero a mitad de las escaleras, cargó el peso en la pierna mala, ésta cedió, se tambaleó y tuvo que agarrarse a la barandilla para no caer.


—¡Maldita sea! ¡No, Paula, no pares! Tú sigue, ahora mismo subo. 


A pesar de los esfuerzos, la pierna se negó a cooperar y Pedro acabó sentado en un escalón.


—Me parece que alguien ha tomado una copa de más —dijo una chica que bajaba las escaleras.


Paula lanzó una furiosa mirada a las espaldas del grupo y luego se reunió con Pedro. Se sentó a su lado, tomó una de sus manos en las suyas y notó la palidez de su rostro. Le dolía, pero no iba a admitirlo.


—Idiota —dijo ella apoyando la cabeza en el hombro de Pedro, como si estuvieran ahí sentados porque querían.


—Dilo otra vez y te despido.


—¡Ya, que te crees tú eso!


—Está bien, soy un idiota. Pero como me digas eso de que «Ya te lo advertí...», te juro que...


—Ya, ya. Vamos, apóyate en mí, Pedro.


Paula no esperó. Le levantó el brazo y se colocó debajo. Luego, le sonrió mientras se acurrucaba contra él.


—La gente va a pensar que somos una pareja de enamorados.


—Ésa es la idea, ¿No? Además, es mejor eso a que crean que estamos borrachos.


—Cierto.


Pedro se volvió y se la quedó mirando un momento. El rostro de Paula estaba a escasos centímetros del suyo, sus ojos llenos de preocupación.


—¿Qué...? ¿Qué estás pensando?


La boca de ella era una cálida invitación. 

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