miércoles, 27 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 38

El pelo de Paula, si se le dejaba a su aire, era una masa de pequeños rizos y, sin pensar, Pedro se lo soltó, acariciándolo con los dedos.


—Déjatelo suelto —dijo él—. Aquí encontrarás todo lo que necesites. Usa lo que quieras. Te estaré esperando en el estudio.


Entonces, Pedro se volvió bruscamente y salió de la habitación cerrando la puerta tras sí.


Paula tragó saliva. Algo había ocurrido en el medio minuto que Pedro Alfonso la había tenido medio abrazada. Y, de repente, se sentía más viva que nunca. Alzó el brazo y se quedó mirando la mano que él había tenido en la suya, aún le quemaba. Se la frotó, pero la sensación no desapareció, parecía impresa en su piel. Sabía no se hacía ilusiones respecto a sí misma. Sabía que era una chica de tantas, nacida en un hogar de tantos de una pequeña ciudad al noroeste de Inglaterra. Pero, cuando veinte minutos después se miró al espejo, se dió cuenta de que con un vestido así y del brazo de Pedro Alfonso sería muy fácil olvidarlo.


Mientras Pedro se ponía los gemelos de la camisa se llamó de todo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Iba a echar a esa chica en los brazos de un hombre que no la valoraba y que lo único que le haría sería daño. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Se enderezó la corbata, se puso la chaqueta del traje y se miró en el espejo por segunda vez aquella tarde. ¿Qué verían esos curiosos ojos tras su reaparición en la escena social después de tanto tiempo? Nada. Porque no había nada que ver. Estaba hueco por dentro. Vacío. Fue a tomar el bastón y, entonces, con un gesto colérico, lo tiró. El único apoyo que necesitaba en ese momento era una copa. Pero al ir a servírsela, pensó que eso tampoco le ayudaría. Lo mejor que podía hacer era llamar a Spangles para reservar una mesa. Acababa de colgar el auricular cuando la puerta se abrió a sus espaldas. Se dió media vuelta. Había tenido razón respecto al vestido, le sentaba perfectamente y el color acentuaba la transparencia de su hermosa piel. ¿Y, al principio, le había parecido una chica corriente? Se había equivocado, Paula no era corriente. Esa noche muchas cabezas iban a volverse para mirarla. Se necesitaba ser un hombre sin sentimientos, sin imaginación y sin corazón para que no le afectase. Incluso un hombre sin corazón podía sentir un eco lejano, recordar un deseo...


—Ya te he dicho que el vestido te sentaría bien —dijo él bruscamente.


—Es una pena que no pensaras en los zapatos —respondió Paula secamente.


Pero Pedro notó el tono de desilusión, Paula había esperado un amable halago. Pero la amabilidad no era suficiente, y él no era capaz de llegar más lejos. Entonces, ella levantó la barbilla y una pequeña sonrisa tembló en sus labios. Pedro la esquivó clavándole los ojos en los pies. 

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