viernes, 8 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 67

 —¿No me estabas buscando?


—He volado a cuatro ciudades diferentes en las dos últimas semanas buscándote. No puedo creer que estés aquí delante, esperándome. ¿Cómo me has encontrado?


—No lo sabía. Pasaba por aquí y te he visto en la oficina de turismo.


Ya le contaría más tarde la verdad, una vez descubriera para qué había ido. 


—Me has ahorrado mucho tiempo. La gente de esta isla es muy discreta.


—¿Quién te ha dicho que estaba aquí?


—Fui a casa de tu madre pensando que estarías allí y luego a la de tu padre. Al final fue tu amiga Romina la que se apiadó de mí y me dijo dónde estabas. No te enfades con ella —dijo al verla fruncir los labios—. Me dijo que me debía una por haberte salvado.


—No la conocías. ¿Cómo diste con ella?


—Hablé con todas las Rominas del departamento de Historia hasta que dí con ella. Por si te lo estabas preguntando, hay catorce —contestó sonriendo—. ¿Podemos ir a hablar a algún sitio?


Paula miró hacia arriba del acantilado, pero enseguida descartó la idea de llevarlo a su casa. Bastante difícil era ya tenerlo allí en espíritu…


—Hay un café justo aquí.


Para su suerte, las camareras disimularon su sorpresa al verla regresar y la trataron como si no la conocieran. Los sentaron en la misma mesa y rápidamente tomaron su pedido.


—¿Para qué has venido, Pedro?


—He venido a buscarte.


—¿Por qué?


—Porque no me gusta cómo dejamos las cosas en Hobart. No sabía que te habías ido.


—No era consciente de que tenía que decirte dónde iba a estar.


—Estaba preocupado por tí. Era como si hubieras desaparecido.


—Podía estar ignorando tus llamadas —replicó encogiéndose de hombros.


—Lo sé. También bloqueaste mis correos electrónicos —dijo él y ella bajó la mirada—. Fui a tu departamento. Tus vecinos me dijeron que se estaban ocupando de recoger el correo y regar las plantas.


—Así que no me había muerto.


—Sabía que no te había pasado nada, Paula. Lo que me preocupaba era que estuvieras sola en alguna parte y no pudiera hacer nada por ayudarte.


—¿Cómo piensas que va a ayudar el que hayas venido? 


—Aquel día, las cosas se nos fueron de las manos. Quería disculparme y asegurarme de que estabas bien.


—Todo un caballero hasta el final. Bueno, ya me has encontrado. Aquí estoy, feliz en el paraíso —dijo levantando las manos.


—No pareces muy feliz.


—Al contrario. Aquí he encontrado la verdadera paz. Me ha ayudado a aclarar muchas cosas.


—¿Qué clase de cosas?


—Mi futuro, lo que quiero en la vida y lo que no.


—Parece que estás aprovechando las vacaciones.


—No estoy de vacaciones. Estoy trabajando.


—¿En el libro?


—Sí, entre otras cosas. ¿No habrás venido hasta aquí para hablar de mi libro, no?


—¿Te he hecho yo esto? —dijo Pedro, sacudiendo la cabeza sin apartar los ojos de ella.


—¿El qué?


—Este sarcasmo, este modo de estar a la defensiva. Tú no eres así.


—Quizá siempre haya sido así.


—No, siempre fuiste muy dulce. 

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