miércoles, 6 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 64

Su casa de ladrillo, rodeada de porches, se ubicaba sobre un acantilado y tenía magníficas vistas tanto hacia la zona interior de la isla como hacia el puerto. En las seis semanas que llevaba allí, Paula se había hecho una rutina. Después de tomarse un café en el porche, se daba un paseo hasta la panadería y después de comer algo y ducharse, elegía una de las sesenta pequeñas bahías con las que contaba la isla para visitarla. Después, por las tardes, aprovechaba para trabajar. Aquel día, después de recorrer catorce kilómetros en bicicleta para visitar la bahía elegida, decidió que había llegado el momento de transcribir la historia de Pedro. Había entrado una borrasca por la tarde, así que encendió la chimenea, se puso una manta sobre las piernas y se sirvió una copa de un buen vino tinto australiano. Su habitual proceso de transcripción incluía escuchar de corrido la grabación, antes de dedicarse a la transcripción en sí. Buscó el archivo en el ordenador, apretó el botón de reproducción y cerró los ojos.


—Así que…


Su voz grabada sonaba extraña en el silencio de la pequeña casa.


—Háblame de tu familia. ¿Eres el mayor de… Siete?


Respiró hondo antes de oír la voz de Pedro, profunda, intensa y relajada. 


-Ocho. Soy el segundo.


Enseguida sintió que el corazón se le encogía y se aferró a la copa de vino. Era como estar con él en la habitación. Casi podía olerlo. Después de las semanas que habían pasado, su cuerpo seguía reaccionando. Dió un largo trago de vino.


—Una gran familia.


Recordó cómo se había encogido de hombros al contestar.


—Y mucho cariño alrededor.


Oírlo hablar de amor era terrible. Dejó de prestar atención a la grabación mientras su corazón se rebelaba contra su cabeza por hacerle pasar por aquel dolor. El orgullo en su voz al hablar de su familia debería haberle servido de advertencia. Un hombre con aquellos valores familiares nunca abandonaría a su esposa. Respiró hondo varias veces antes de volver a oír su propia voz preguntándole por el ejemplo de sus padres.


—¿Resulta difícil seguir el ejemplo de tus padres?


—Creo que resulta inspirador, no desmoralizante.


Claro que para él era más que inspirador. Los valores de sus padres eran los de Pedro. Ellos eran la razón por la que no dejaba a Micaela.


—La estás protegiendo.


—Por supuesto, es mi esposa.


Su tono defensivo le sorprendió tanto como le había sorprendido meses antes.


—La quieres.


—Es mi esposa.


Paula frunció el ceño. Aquello no había sido un sí. Rebobinó la grabación y volvió a escuchar aquellas últimas palabras. Su respuesta había sido clara y concisa, pero no había dicho que sí. De hecho, en ninguna de las grabaciones había sido explícito. Había hablado de su inteligencia, de su bondad, de su buen carácter y de su intención de no hacerle daño. Pero nunca de amor. Era evidente que, para casarse con ella y dejar a su familia, la había amado al principio. Eso no cambiaba el hecho de que ahora hubiera escogido permanecer con ella. Le dolía imaginar que se había condenado a un matrimonio sin pasión. Su corazón se encogió aún más. 

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