lunes, 4 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 57

Federico se cruzó de brazos y se inclinó sobre ellos en la mesa.


—Desviar su atención, pero no se ha dado cuenta.


Era lo mismo que ella había pensado y no se le ocurrió qué decir. Pero Pedro continuó hablando.


—Deberías sentirte halagada. Soy su hermano favorito. Si quiere que te tenga, es que tiene una opinión muy buena de tí.


—¿Qué me tengas? Espero que estés de broma.


La idea de que alguien la entregara como si fuera un regalo le parecía repugnante.


—Me dijo que nada te detenía.


—Está casado, Federico.


—Lo sé.


—No debería importarle con quién estoy ni con quién me acuesto.


—¿Tú te lo crees? —preguntó Federico mirándola fijamente—. Yo no. He visto cómo te mira y siente algo por tí.


—Entonces, ¿Para qué emparejarme con su hermano?


—Quizá sea una manera inconsciente de tenerte cerca.


—No le haría eso a Micaela.


—Le ha hecho cosas peores. Claro que ha sido recíproco.


—Pero la ama —dijo ella recordando la escena que había presenciado unos días antes—. ¿Por qué iban a seguir juntos si no fueran felices?


—Por lo que implicaría. Ninguno de los dos quiere tirarlo todo por la borda.


—¿Qué quieres decir?


—Pedro y yo estuvimos unos años sin hablarnos.


—¿Años? ¿Por qué?


—Por Micaela.


—Entonces, tú eras el hermano que era amigo de ella, ¿No?


—Mucho más que amigos.


—¿Pedro te la robó?


—No sé si debería sentirme halagado por tu confianza en mí o molesto por tu deslealtad hacia Pedro. 


—No creo que Pedro te traicionara de esa manera —dijo Paula, intentando reconducir la conversación.


Aquel comentario pareció agradarle.


—Tienes razón. Solo hay un traidor en nuestra familia y no es Pepe.


—La amabas —afirmó Paula, acomodándose en su asiento—. ¿Qué hiciste?


De pronto, el acusador pasó a confesor.


—Engañarla. La dejé después de cuatro años juntos. Pedro enseguida ocupó mi lugar.


—¿Se casó con Micaela porque rompiste con ella?


—Empezó a salir con ella porque la había dejado. Llevaba tiempo esperando su oportunidad. Adoraba a Micaela.


—Y entonces se casó con ella.


—Nos peleamos tres días antes de la boda.


Paula no pudo evitar una exclamación de asombro.


—Podía haberme dado una buena paliza, pero no lo hizo. Al contrario, dejó que yo lo machacara.


Paula sintió que su corazón se encogía. Pedro debía de querer mucho a su hermano para dejarse vencer.


—¿Por qué?


Al levantar la mirada, los ojos de Federico le recordaron los de Rosa, llenos de un antiguo dolor. 

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