miércoles, 13 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 7

Paula se encontró en la entrada de un pequeño despacho cerrado con paneles. Al fondo, había una puerta interior abierta y pudo oír la grave voz de un hombre que debía estar hablando por teléfono ya que no parecía haber nadie más. Dejó la maleta al lado del escritorio, se quitó los guantes y la chaqueta, y miró a su alrededor. Había dos teléfonos en el escritorio, un intercomunicador, un cuaderno de taquigrafía a medio gastar y una jarra con lapiceros afilados. Detrás del escritorio había una mesa de trabajo con un ordenador y una impresora. Se preguntó qué clase de software tendría instalado y, después de sacar las gafas del bolso, se las puso y se inclinó para encender el ordenador.


—¡Marcela!


Al parecer, la voz había acabado su conversación telefónica y Paula se apartó del ordenador, agarró el cuaderno que había en el escritorio, un manojo de lápices, se sujetó un mechón de cabello que se le había soltado de la trenza con que se lo había recogido, y se encaminó hacia la puerta interior. Pedro Alfonso estaba delante de la ventana mirando al jardín, sin volverse.


—¿Aún no ha llegado esa maldita chica? —preguntó él.


La primera impresión que Paula tuvo de él fue que estaba demasiado delgado. Demasiado delgado para lo alto que era y para la anchura de sus hombros. Una impresión que se vio confirmada por la forma como le caía la chaqueta, parecía habérsele quedado grande. Sus cabellos eran tan oscuros como los de su hermana y, al igual que los de ella, eran maravillosamente espesos y cortados a la perfección; aunque los de él estaban adornados de plata en la sien.  Fue todo lo que pudo notar antes de que él diera un golpe en el suelo con el bastón en el que se apoyaba. Entonces, él se volvió y la vió. Durante un momento, no dijo nada, se limitó a mirarla como si no pudiera dar crédito a lo que veía.


—¿Quién demonios es usted?


Demasiado fácil ser intimidada, pensó Paula. La hermana de Pedro Alfonso le había advertido que podía ser un monstruo; y al ver esos ojos que la miraban con expresión oscura, la creyó. Pero si mostraba nerviosismo, él se aprovecharía de su debilidad. ¿No le había dicho Luciana que le contestase si se mostraba duro con ella?


—Supongo que soy esa maldita chica —respondió ella sin parpadear, mirándolo directamente a los ojos.


Durante un momento, se hizo un tenso silencio. Entonces, Paula, ahora que ya había demostrado que no se iba a dejar intimidar, se subió las gafas y ofreció una tregua.


—Siento haberle hecho esperar, pero el tráfico era terrible. Mi intención era venir en metro, pero la señora Garland me dijo que tomara un taxi.


Una ceja de Pedro se arqueó un milímetro.


—¿Dijo algo más?


Sí, mucho más, pero ella no iba a repetirlo.


—¿Que usted pagaría el taxi? —sugirió Paula.


—¡Vaya!


Paula esperó una sonrisa al menos, pero no la obtuvo. Tampoco consiguió reírse de ese hombre imaginándolo desnudo. No, imaginar desnudo a Pedro Alfonso sería un error, decidió con las mejillas enrojecidas.

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