miércoles, 6 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 61

 —No quiero ser la otra, Pedro. Fui testigo de cómo mi padre destruía una familia y no quiero ser yo la que ahora rompa un matrimonio. Tampoco quiero ser la mujer que se quede con los restos emocionales. He hecho eso toda mi vida.


Las lágrimas de sus ojos parecían a punto de escapar, pero su fuerza de voluntad lo impedía. No pudo evitar sentir una fuerte admiración por ella.


—¿Me estás pidiendo que elija?


Si elegía a Paula, sería una traición imperdonable hacia Micaela. Pero, si elegía a Micaela, sería una traición a sí mismo.


—Yo ya he elegido, Pedro. Me marcho.


—No…


Era evidente que no iba a quedarse. Tenía demasiada dignidad. 


—Me merezco algo más que unos cuantos ratos que me puedas dedicar. No quiero pasarme la vida deseando algo que no puedo tener. Es demasiado doloroso.


Aquellas palabras hablaban de algo más que atracción. Por vez primera vió el dolor, las esperanzas frustradas… Pedro respiró hondo y se irguió. De pronto se sintió eufórico, dispuesto a apartar todo lo que se interponía en su camino: Micaela, su familia, todas las razones por las que no debía estar sintiendo aquello, todos los compromisos y concesiones que había hecho en los últimos años… Nada de eso importaba. Paul Chaves lo amaba. Lo mejor que había en su vida lo amaba. Pero justo después de aquella subida de adrenalina, su estómago se encogió. Había estado haciéndole daño. En aquel momento estaba sufriendo a pesar de toda la fortaleza y dignidad que estaba mostrando. Lo que más deseaba en aquel momento era tomarla de la mano y calmar su dolor. ¿Por qué había estado tan ciego como para no darse cuenta antes?


—Pídemelo —dijo entrelazando sus dedos con los de ella.


—¿Cómo? —preguntó levantando su mirada cansada.


—Pídeme que elija.


La había elegido a ella y se enfrentaría a lo que hiciera falta, a Micaela, a su familia… Estaba dispuesto a conseguir cualquier cosa, pero con aquella mujer a su lado. Ella lo llenaba de alegría y dicha, y lo único que le había pedido a cambio había sido su atención. Durante todos los meses que habían pasado desde que se subiera a su coche había ido calando en su vida como la lluvia fina hasta convertirse en un torrente.


—Pídemelo ahora y seré tuyo.


Paula se acomodó en el respaldo y empezó a sollozar. La gente alrededor de ellos empezó a apartar la mirada.


—No, no seré yo la razón por la que rompas tu matrimonio ni la que lo salve. No quiero mirarte a los ojos dentro de diez años y ver arrepentimiento por una decisión precipitada. No quiero enfrentarme a tu familia sabiendo lo que pensarán de mí. Aunque ella…


—¿Aunque ella qué? 

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