viernes, 15 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 15

 —Sabía que era un error que te marcharas así —continuó su madre—. Bueno, ¿Qué vas a hacer ahora?


¿Le daba una alternativa? ¿No le estaba ordenando que volviera a casa inmediatamente como una chica buena? No, su madre era demasiado lista para hacer eso. Se basaba en la promesa de que volvería a casa si algo salía mal. ¡Por el amor de Dios, tenía veinte años, casi veintiuno! Ya no era una niña. Una mujer de veinte años con una responsabilidad. Su madre tenía que entenderlo, ¿No?


—Mamá, justo en estos momentos tengo que mecanografiar casi medio libro. Hasta no hacerlo, no puedo pensar en nada más —dijo Paula.


Pero, por una vez, estaba pensando que le gustaría comportarse como su prima, olvidarse de las promesas hechas y hacer lo que le apeteciera. Juliana era irresponsable, se teñía el pelo, vivía en Londres, y su madre siempre decía que acabaría mal. Quizá fuera así, pero en esos momentos estaba de vacaciones en Florida. Con un novio. Y ella, Paula, ni siquiera tenía novio. No era que le hubieran faltado proposiciones, pero para ella sólo había habido un chico, Iván, y últimamente éste parecía haberse olvidado de su existencia.


—Debes haberte llevado una gran desilusión —le dijo su madre, ahora mostrándose segura de que Paula estaría en casa en cuestión de horas—. ¿Qué tal es el trabajo?


Segura de la obediente respuesta de Paula, se permitía el lujo de mostrar su curiosidad.


—¿El trabajo? —pero Paula no se sentía inclinada a ser obediente y amable con nadie en esos momentos—. El trabajo es maravilloso. El señor Alfonso estaba tan ansioso de que empezara a trabajar que la señora Garland me ha mandado a su casa en taxi. El salario es cuatro veces lo que ganaba hasta ahora y el baño de la oficina es de mármol.


Un baño de mármol impresionaría a su madre.


—¿En serio? Y... ¿cómo es el señor Alfonso?


—¿El señor Alfonso?


¿Cómo era el señor Alfonso? Ningún hombre la había mirado como él lo había hecho, como si se transparentase. Pero eso no iba a decírselo a su madre. De repente, tuvo un momento de inspiración y decidió provocar la compasión de su madre: 


—Creo que el pobre ha estado enfermo. Anda con un bastón —eso le hacía parecer hacer visitar regulares al geriatra.


—Oh, pobre hombre... —dijo la señora Chaves con compasión. Sí, había sido una buena idea lo del geriatra, pensó Paula.


—Y no podía encontrar a nadie, aquí en Londres, que tomara notas en taquigrafía —eso para los prejuicios de su madre.


—Desde luego, de lo que no va a poder quejarse es de tu trabajo — declaró la señora Chaves con un orgullo que irritó a Paula.


¿De qué servía ser la mejor en el trabajo si tenía que vivir en casa y trabajar en el despacho de cualquier abogaducho con un sueldo de pena? Quería un trabajo como el que tenía la secretaria de Luciana Garland. Quería llevar un traje que costase una fortuna, que le cortase el pelo alguien que supiera lo que estaba haciendo con las tijeras, y... ¿Qué estaba pensando? No, quería ser Luciana Garland, no su secretaria.


—¿A qué se dedica? —le preguntó su madre, sacándola de su ensoñación.


—Es economista y trabaja para el Banco Mundial, busca dinero para financiar la provisión de agua para esos pobres niños de África. Ya sabes, los que ves por televisión —Paula apeló a la compasión de su madre con esas palabras y, para enfatizarlas, lanzó un dramático suspiro—. No sé cómo va a arreglárselas. En fin, mamá, tengo que dejarte. Aún me queda un montón de trabajo...


Pero su madre no había acabado. 


—¿Has hablado ya con Iván Blake? —mantuvo el tono neutral, pero no pudo disimular del todo su aprensión.


—No, todavía no.


Pero el día aún no había llegado a su fin.


—Bueno, Paula, será mejor que colguemos para que puedas terminar tu trabajo. Llámame cuando sepas en qué tren vas a volver.


La absoluta certeza de su madre de que iba a dejar el mejor trabajo de su vida para volver a casa sin antes intentar buscar un lugar donde hospedarse hasta que Juliana volviera de vacaciones era una instigación a la rebelión.


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