lunes, 4 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 59

Paula frunció el ceño. Lo había visto a mediodía en Hobart, a la misma hora en que su vuelo debía de estar despegando de Melbourne.


—Volví en el vuelo que tenía previsto. Mica me recogió en el aeropuerto poco después de las dos. ¿Por qué?


Lo miró sorprendida. Aquello significaba que no era a él al que había visto con su esposa. Dirigió la mirada hacia la puerta por la que acababa de salir Federico. Eso suponía que estaba siendo traicionado.


—Por nada —dijo tratando de mostrarse despreocupada—. Era por hablar de algo.


No sabía qué hacer. El destino le estaba ofreciendo la oportunidad de poner fin al matrimonio de Pedro. Su corazón latía desbocado ante tanta responsabilidad.  Pedro la miró extrañado mientras empezaba a contarle su último día de trabajo en Melbourne. Pero Paula apenas podía prestarle atención. Micaela estaba engañando a Pedro. Y todo por culpa de ella. El matrimonio de él estaba rompiéndose porque estaba demasiado ocupado dedicándole atención a ella. Daba igual lo que ocurriera en su vida antes de conocerlo en la A-10. Paula se había sentido responsable desde que se habían conocido. Si ella no hubiera entrado en su vida, se habría dado cuenta de la aventura secreta que estaban viviendo su esposa y su hermano. Trató de mostrarse interesada en lo que Pedro estaba contando, pero su cabeza no dejaba de dar vueltas. «Solo hay un traidor en la familia y no es Pepe», le había dicho Federico.


—¿Estás bien?


Paula volvió de sus pensamientos.


—¿Perdona, cómo?


—Estabas en otra parte.


—Solo estaba… —comenzó y sacudió la cabeza, antes de agitarse en su asiento—. Lo siento, ¿Qué estabas diciendo?


—Nada —dijo estudiándola—. Llevamos en silencio un par de minutos. Te estaba observando mientras pensabas.


—Deberías haberme…


—¿Haberte despertado antes? —dijo sonriendo y tomándola de la mano—. ¿Qué está ocurriendo, Paula? ¿Por qué estás tan decidida a poner fin a nuestra amistad?


Ella respiró hondo y se quedó mirando sus manos entrelazadas, antes de apartar la suya.


—Tienes que hablar con tu mujer.


Él sintió que su corazón se encogía. ¿Cuántas veces iba a tener que decírselo?


—Nosotros no hablamos de esta manera…


—Entonces, deberíais hacerlo. Deberías hablar con ella, no conmigo. Tienen que hablar de muchas cosas.


—Lo estamos intentando.


—Pero no lo suficientemente rápido.


—Quieres apartarte de mí. Me doy cuenta. 


—No te hago ningún bien, Pedro.


—Claro que sí. Estar contigo es lo mejor de la semana. Contigo, siento que puedo respirar.


—Eso es a lo que me refiero —dijo ella frunciendo el ceño—. No debería ser así.


Pedro se sintió frustrado. No estaba acostumbrado a no controlar sus miedos. ¿Estaba justificando su adiós? 

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