miércoles, 27 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 37

 —¿Y a tí? —preguntó ella a modo de respuesta mientras examinaba las prendas que colgaban de las perchas.


—A mí lo que me parece es un desperdicio tener esto aquí sin que nadie lo use. Creo que Mariana nunca salió una noche con el mismo vestido.


Eso explicaba por qué había tantos.


—Ésa no es la cuestión, Pedro. No puedes ponerme la ropa de tu mujer y pasearme como si...


Pedro encontró lo que estaba buscando. Un vestido de noche de exquisita sencillez, de satín, y del mismo color melocotón que el jersey que había llevado puesto Paula. Él se lo puso por delante y la contempló.


—¿Qué te parece? —le preguntó él.


Paula tragó saliva.


—No puedo. No puedo.


—A Mariana no le importaría, Paula.


—¿De verdad? —Paula acarició la suavidad de la tela y se preguntó qué sentiría si le rozara la piel.


Como si le hubiera leído la expresión, Pedro levantó la falda del vestido y se lo puso en la cara. Fue algo sensual y tentador.


—Dime, Paula, has llevado puesto alguna vez un vestido así — murmuró él con voz provocativa—. ¿Cómo crees que se sentiría esa tal Vanina a tu lado con este vestido?


—Vulgar —respondió Paula sin vacilación.


—¿Y?


—¿Celosa?


—Es posible —contestó Pedro mirándola a los ojos—. ¿Te gustaría averiguarlo?


Paula era lo suficientemente humana para querer eso, pero era capaz de darse cuenta de un imposible. Iba a decirle eso, a darle las gracias y a decirle que lo mejor que podía hacer era las maletas y volver a su casa; pero fue entonces cuando, al devolverle la mirada, vio en la de Pedro que ya lo sabía, y también vió un dolor muy profundo debajo de esa corteza de cinismo y malhumor. Y en un momento, ella se dió cuenta de que Pedro necesitaba que aceptase el vestido y que aceptase su ayuda mucho más de lo que ella lo necesitaba. 


Paula intentó hablar, pero se le había secado la garganta de repente. Tragó saliva.


—Yo... Puede que no sea de mi tamaño —dijo ella. 


A Pedro le costó sonreír, pero valió la pena esperar a ver esa sonrisa.


—¿Te parece que lo averigüemos?


Mientras Paula intentaba dilucidar lo que había querido decir, Pedro le puso las manos en la cintura y tiró de ella hacia sí. Durante unos momentos, la mantuvo muy cerca, tan cerca que ella pudo verle el pulso latiéndole en la garganta, pudo olerle la piel y el débil aroma a coñac de su boca. Luego, él la miró con unos ojos del color de la pizarra mojada.


—Fíate de mí, el vestido es de tu tamaño.


El corazón de Paula latía con fuerza por el inesperado contacto, por la forma como la mano de Pedro había tomado la suya, por el roce del otro brazo de él en la cintura. ¡Y cómo la miraba!


—Oh. Bueno, bien —consiguió decir Paula.


—¿Cuánto te va a llevar arreglarte?


—¿Media hora? —sugirió ella con voz ronca, mirándolo como a un amante, lo suficientemente cerca para besarle, con los labios a la altura de su garganta.


—Veinte minutos.


Recuperando el sentido, Paula dió un paso atrás.


—Veinte minutos me lleva peinarme. 

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