viernes, 29 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 43

 —Tenías razón, Pedro —dijo ella al empezar a bailar.


—¿En qué?


—En lo de que no hay espacio para el tango.


—Gracias a Dios. Tendría un aspecto ridículo con una rosa en la boca.


Paula se echó a reír por fin, y Pedro fue demasiado consciente de que lo único que se interponía entre ellos eran un poco de satén color melocotón. La idea se le subió a la cabeza y se sintió tan enfermo como si, de repente, le hubiera atacado un virus. Pedro no parecía capaz de olvidarse de que la piel de ella debía ser como el satén: suave y cálida. Al bajarle la mano por la espalda, se le erizó la piel. 


—Rodéame el cuello con los brazos —murmuró Pedro. Paula se limitó a mirarle—. Creía que querías poner celoso a Blake.


¿A Iván? ¿Quién, en su sano juicio, podía pensar en Iván en un momento como aquel? Inmediatamente, Paula recuperó la compostura.


—Richie no lo notará.


—Sí lo notará. Lo ha notado ya —Pedro, que le sacaba la cabeza a Paula, le estaba viendo bailar con la mujer apenas vestida. Iván miraba en su dirección.


Paula, en la intimidad de aquel abrazo con un hombre al que apenas conocía, su jefe, descubrió de repente la clase de hombre que llenaba los sueños de cualquier mujer. Iván, a pesar de su fama, era un chico normal que conocía de toda la vida. Pedro era diferente. Había una natural arrogancia en él nacida de siglos de saber que se era especial. Todo en él era diferente. Rodearle el cuello con los brazos y apoyar la cabeza en su pecho no era un martirio, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando él le puso las manos en la cintura y cerró el abrazo. Dos horas antes, Iván Blake la había hecho pasar un infierno; ahora, de repente, se encontraba en el paraíso.


Pedro cambió de postura ligeramente, de tal manera que sus manos descansaron en las suaves caderas de Paula. Era un paraíso y también era un infierno. El aroma de ella le desbordaba... De repente, se dió cuenta de que no quería que Ivi Blake se acercara a Paula aquella noche. Aún no. Primero tendría que aprender lo que era desear a una mujer, anhelarla, apreciarla, sentir celos, y amarla lo suficiente para estar dispuesto a perderlo todo por ella...


—Paula...


Ella abrió los ojos, engomes, muy oscuros. Su boca era suave e incitante, los labios partidos. Se lo quedó mirando.


—Pedro... ¿Te encuentras bien?


No, no se encontraba bien. Se encontraba de todo menos bien. Al agachar la cabeza, un dolor en lo más profundo de su vientre se intensificó al rozarle el oído.


—Vámonos de aquí, Paula.


—¿Qué nos vayamos? 

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