viernes, 8 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 66

Aquel no iba a ser un día de trabajo. El mensaje de Pedro la había dejado alterada y había tenido sueños incómodos cuando por fin había logrado quedarse dormida. El único aspecto positivo era estar levantada antes de que saliera el sol. Ver amanecer desde el porche le hizo pensar en nuevos comienzos. El mensaje de despedida,  aunque él no había pretendido que lo fuera, y la belleza del día que comenzaba, le transmitían un mensaje de serenidad. Era el primer día del resto de su vida. Estaba de un extraño humor que la hacía estar impaciente. Eligió la bahía más lejana para visitar, un pequeño lugar salvaje al oeste de la isla, y a su vuelta seguía sin ganas de trabajar, por lo que decidió tomarse el día libre, algo que no había hecho desde que llegara. Así que allí estaba, dejando pasar la tarde desde una butaca de una cafetería, observando el ir y venir de los ferrys en la bahía. Acababa de llegar el ferry de las cinco, el último del día, y en la distancia vió cómo desembarcaban de él cinco personas. Fijó su atención en los dos hombres, la mujer y los dos niños, y se preguntó si serían dos familias o una familia con un amigo. Al llegar al muelle los adultos se despidieron dándose la mano y la familia de cuatro se fue, dejando al otro hombre allí con su maleta. Era la prueba de que no era de allí. La gente local llevaba bolsas, tablas de surf o pequeños paquetes, pero rara vez maletas. Claro que Paula también había llegado con su maleta, así que era tan foráneo como ella. El hombre paseó por el puerto fijándose en los negocios que allí había antes de tomar el camino que llevaba hacia el pueblo. De repente, se quedó inmóvil con la taza de café a medio camino de la boca. ¿Pedro? Entrecerró los ojos y se acercó a la ventana. Quizá fuera, quizá no. Tal vez lo tuviera tan metido en su cabeza que estaba empezando a ver fantasmas. Por la manera en que se movía por el puerto, no parecía tener dónde ir. 


—Disculpe —la interrumpió una joven camarera, dándole unos prismáticos—. Si quiere ver ballenas, necesitará esto. Se suelen ver mejor en el lado sur de la isla.


—Muchas gracias —dijo Paula.


De nuevo a solas, Paula miró con los prismáticos hacia el puerto y vió al recién llegado. Al instante, se puso de pie, dejó los prismáticos en el mostrador y se fue a toda prisa. Era un buen paseo hasta el puerto, a pesar de lo rápido que caminaba. Tenía que aprovechar para tranquilizarse. Estaba emocionada de que estuviera allí, a la vez de que temía perderlo y no volver a verlo. No quería parecer desesperada. Pero ¿Desde cuándo sus deseos se habían convertido en realidad? Rodeó el muro de contención de piedra sobre el que se levantaba el café y miró a derecha e izquierda. Entonces vió que estaba pidiendo indicaciones en la oficina de turismo. Su corazón estaba a punto de explotar y se detuvo. Se quedó allí quieta a la espera de que la viera. Pedro miró hacia un lado y contempló las casas de piedra que se extendían a lo largo de la costa, deteniéndose en el faro que había junto a su casa. Paula permaneció quieta. Luego, él giró la cabeza hacia la izquierda, hacia la playa, mientras cambiaba la maleta de mano. Volvió la vista hacia el camino, miró hacia la colina y entonces la vió. Dirigió sus pasos hacia ella, sin apartar la mirada de la suya.


—Paula —dijo con infinita delicadeza, sacudiendo la cabeza—. No puedo creer que estés aquí.


Ella frunció el ceño y su estómago se encogió. 

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