lunes, 4 de julio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 60

 —No has causado ningún perjuicio a mi matrimonio. ¿Crees que, si dejo de verte, mi matrimonio será maravilloso?


—Al menos te obligará a poner toda tu energía en tu esposa, en donde debería estar —dijo y se irguió—. Soy una distracción para tí, Pedro.


—Tú me has salvado.


Los otros clientes del café interrumpieron sus conversaciones y se giraron para mirarlos. Paula lo miró consternada. Pero él reconoció la realidad de sus palabras. Se la había estado negando durante todo el tiempo. Lo había confundido con amistad, lo había atribuido al vínculo que había surgido entre ellos durante el rescate, incluso había intentado emparejarla con Federico en lugar de dejar que saliera de su vida. ¿No era eso demasiado desesperado?


—¿No te das cuenta de que eso no está bien?


¿No debería confiar en su instinto sobre lo que estaba bien y lo que no?


—Le hice una promesa a Micaela ante Dios y mi familia. Y voy a cumplir esa promesa. La estoy cumpliendo.


—Mi padre también recurría a la semántica cuando quería.


¿Por qué elegía aquel momento para sincerarse?


—No le parecía mal engañar a mi madre porque había elegido hacerlo dentro del matrimonio y no abandonarla. Nunca entendió que a quien debía respetar era a ella, no a su obligación legal.


Por el dolor de sus ojos era evidente que había sufrido mucho en su infancia.


—No estoy engañando a mi mujer.


—Físicamente no. 


Era como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Recordó el incidente volando las cometas, las muchas excusas para rozar a Paula, el ardiente deseo de llamar a su puerta en aquel hotel, el beso desesperado que nunca olvidaría…


—Ni de ninguna otra manera.


—¿Sabe que existo? —preguntó ella inclinándose hacia delante y arqueando una ceja—. ¿No, verdad? ¿Por qué?


No tenía una buena respuesta y se sintió culpable. Si abría la boca, algo malo saldría de ella. Malo para él y malo para su matrimonio. Así que se sentó y se quedó en silencio ante la mirada desafiante de Aimee.


—¿Por qué, Pedro? —preguntó de nuevo y, al ver que no decía nada, continuó conteniendo las lágrimas—. Dios mío, ¿Lo entiendes?


Pedro sintió que en su interior se formaba un torbellino de emociones y asintió. Deseaba a Paula, no solo física, sino también emocionalmente. Quería tenerla con él, a su lado. Había traicionado a Micaela, aunque no hubiera tocado a ninguna otra mujer. Y también se había traicionado a sí mismo y a los valores con los que le habían educado. Un hombre más listo se habría dado cuenta de las señales. Un hombre más fuerte se habría apartado. Tenía que haber aceptado la condecoración y haber escapado de Paula. Otro hombre lo habría visto venir y no habría permitido que ocurriera.

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