viernes, 15 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 12

 —No en estos tiempos —Pedro se dió cuenta de que Paula consideraba que su idea de lo que era caro y la de él debían ser muy diferentes—. Además, también puede haber ido a esquiar...


La palabra salió de sus labios antes de darse cuenta. Pedro sabía que era una equivocación involucrarse en la vida de otra persona. Siempre lo era.


—Juliana no es muy dada al ejercicio.


—No todos van por el ejercicio —contestó él malhumorado. Entonces, con más suavidad porque, al fin y al cabo, no era culpa de la chica haberle recordado cosas que prefería olvidar — . A algunos les interesa más el ejercicio de después de esquiar.


De súbito, la mente de Paula se llenó de imágenes sacadas de revistas de viajes mostrando despampanantes chicas junto a rubios y fuertes instructores de esquí sentados alrededor de una hoguera en un chalet de montaña. Sí, eso sí era el estilo de Juliana.


—Pero si está fuera, no tendré dónde hospedarme —dijo Paula—. Tendré que volver a casa. Le prometí...


—Espero que no sea antes de que mecanografíes el informe.


Un comentario imperdonable, y Pedro se arrepintió de sus palabras nada más pronunciarlas. Pero en vez de tirarle el cuaderno a la cabeza y decirle que lo mecanografiase él, que era lo que cualquier chica de la agencia Garland haría, Paula Chaves se recogió un mechón de pelo que le caía por la cara.


—No, por supuesto que no. Ahora mismo me pongo con ello.


Pedro se la quedó mirando mientras Paula se ponía en movimiento. ¿Estaba siendo sarcástica? No, claro que no. Aquélla no era una de las duras secretarias de la agencia de su hermana. Ésta chica acababa de llegar a Londres, estaba sola y se sentía vulnerable. Y eso le irritaba a él mucho más. No quería verse en esa situación. ¿Cómo se atrevía Amanda a mandarle a una chica así? No le importaban los problemas de Paula. No quería saberlos. Sin embargo, algo le impulsaba a seguirla y a pedirle disculpas. Pero ella ya se había sentado delante del ordenador y sus dedos se movían ágilmente por el teclado. No perdía el tiempo. Ni siquiera para hacer sus llamadas telefónicas. Pedro quería decirle que llamara primero, pero la vió muy rígida, muy orgullosa, imponiendo una enorme barrera a la comunicación.


—¿Estás listo ya para almorzar, Pedro?


Él se volvió a Marcela, que estaba en el umbral de la puerta mirándolos a los dos.


—Estoy listo desde hace diez minutos —respondió él fríamente—. Será mejor que le prepares algo también a Paula.


¡Paula! ¿Cómo podía mantener una relación formal con alguien llamado Paula? Debería haberla llamado señorita Chaves y haberla tratado de usted desde el principio. Eso habría sido lo mejor. Las cosas hubieran quedado claras desde el principio.


—Y enséñala dónde está todo para que lo sepa. 

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