lunes, 11 de julio de 2022

Tú Me Haces Falta: Capítulo 3

Paula Chaves marcó el número de teléfono de su prima. A la tercera llamada, el contestador automático se puso en marcha.


—Hola, soy Juliana. En estos momentos no puedo atenderte, pero si dejas tu nombre y tu número de teléfono, te llamaré lo antes posible.


—¡Dios mío! —Paula se apartó un mechón de pelo oscuro de la frente.


—¿Problemas, cariño? —le preguntó su madre con mirada ansiosa desde la puerta.


—No, pero Juliana no está, es el contestador automático.


Paula esperó a oír el familiar pitido.


—Juliana, soy Paula. Si estás en casa, contesta, por favor —esperó unos momentos, pero nada. ¿Por qué había tenido Juliana que elegir aquella noche para salir?—. Te llamo para decirte que he conseguido un trabajo en Londres y que voy a tomar el tren de por la mañana que va a King's Cross. Te llamaré cuando haya llegado.


Paula colgó el teléfono y se volvió hacia su madre.


—No te preocupes, Juliana me dijo que podía ir cuando quisiera.


Su madre pareció dubitativa.


—No sé, Paula. ¿Y si está de vacaciones?


—Eso es imposible, estamos en enero. ¿Adónde iba a ir en enero? Habrá salido a algo, estoy segura que llamará luego. Y si no llama, tengo el teléfono de la oficina donde trabaja. Vamos, mamá, no te preocupes.


La agencia Garland era la mejor de Londres y había solicitado sus servicios. La querían allí al día siguiente. Jamás se le presentaría otra oportunidad así.


—Bueno, será mejor que haga la maleta.


—En ese caso, voy a plancharte la blusa buena —dijo la señora Chaves.


Paula sabía que su madre no quería que se fuera, y mucho menos que se quedara en casa de Juliana; mantenerse ocupada era su forma de disimular, por eso no le dijo que ella también podía plancharse la blusa.


—Sólo Dios sabe qué aspecto tendrás cuando no tengas a nadie que te cuide.


—Me las arreglaré.


—¿Tú crees?


—Mamá, me plancho la ropa yo sola desde que tenía diez años.


—No me refería a eso —su madre hizo una pausa—. Prométeme que, si algo no va bien, si Juliana no puede o no quiere tenerte en su casa,volverás a casa inmediatamente.


—Pero...


—Pau, aquí también hay trabajo —declaró la señora Chaves, y esperó.


Una promesa a su madre no era algo que se hiciera a la ligera. Si le prometía volver, tendría que hacerlo. Pero, al fin y al cabo, ¿Qué podía salir mal?


—Te lo prometo, mamá.


Se hizo un momentáneo silencio.


—¿Vas a ponerte en contacto con Iván Blake?


—Supongo que sí —respondió Paula, como si ninguna de las dos supiera que él era el motivo por el que quería ir a Londres.


—Puede que haya cambiado. Puede que no quiera que le recuerden su vida aquí, su pasado.


—Mamá, somos amigos. Buenos amigos.


Aún recordaba la primera vez que lo vió; un chico nuevo en la escuela con expresión de desolación, demasiado pequeño para su edad, con cabello rubio casi blanco y unas gafas sujetas a la nariz con papel celo. Un grupo de chicos más mayores habían tratado de intimidarlo, pero ella les había puesto en su sitio y había defendido al chico nuevo como una gallina a sus polluelos. 

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