viernes, 13 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 30

Pedro suspiró y cerró el grifo. Cuando Adrián soltó otro gemido, los últimos vestigios su ensoñación se colaron por el sumidero junto con el jabón.


Después de prestarle el jabón y el champú a Pedro, Paula había decidido que no podía seguir jugando a las cartas. Le había cedido su puesto a Renee, que fastidió tanto a los demás jugadores preguntándoles a cada rato cómo se jugaba que habían dejado la partida minutos después. En ese momento todos estaban viendo la tele, ignorándose los unos a los otros bastante bien. Estaba tomándose un refresco apoyada en el frigorífico. Paseó la mirada por el pasillo hasta la puerta del baño. Sin previo aviso, empezó a imaginarse a Pedro enjabonándose con su pastilla, y la espuma deslizándose por sus brazos, por sus hombros. Se sacudió mentalmente. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Imaginándoselo desnudo? Esos pensamientos sólo la llevarían por mal camino. Y ese camino ya lo conocía. Por amor de Dios, lo conocía al dedillo. Pero ya no volvería a meterse en ningún lío de esa clase. Ni hablar. Era más adulta, más madura. No se enamoraría de un hombre por su sonrisa, o por su cuerpo. O porque tuviera unas manos prodigiosas. Sabía que sólo le acarrearía problemas, pero aun así se preguntó si Pedro sería algo más que eso. Qué locura. Se apartó del frigorífico y se sentó a la mesa de la cocina. Agarró la baraja de cartas y empezó a echar un solitario. Así se concentraría en las cartas. Ella era más fuerte que sus hormonas. Sí, claro. Adrián pasó junto a ella, agarrándose el estómago y gimiendo, y se puso a aporrear la puerta del baño y a gritarle a Pedro. En ese momento sonó su teléfono móvil.


-¿Papá?


-Hola, cariño. Se me ocurrió llamarte a ver cómo estabas.


-Soy yo la que debería preguntarte a tí.


-Estoy bien. Ahora mejor que esta mañana. Se me ocurrió... -hizo un pausa y tosió un poco- llamarte para decirte que estoy bien. No quiero que te preocupes.


Ella agarró el teléfono con fuerza y cerró los ojos.


-Gracias.


-Sabes, no creo que te lo haya dicho antes, pero... -su voz se fue apagando.


-¿El qué?


-Me alegro muchísimo de que me hayas buscado. Fue una gran sorpresa enterarme de que tenía una hija. Sé que me costó un poco cuando contactaste conmigo la primera vez, y lo siento hizo una pausa y carraspeó-. Nunca había imaginado que tuviera hijos y ahora... Bueno, me alegro de haberte encontrado. 


-Yo también de haberte encontrado a tí, papá -Paula se pegó el teléfono a la oreja; él era su única familia y no podía perderlo antes de conocerlo-. Pronto iré a verte, papá -le dijo en voz baja antes de terminar la llamada.


Había sido en esencia huérfana hasta que había encontrado a su padre. Pero como no tenía modo de atravesar el país, sólo habían podido contactar por teléfono. Un billete de avión sólo sería para una visita temporal. Deseaba, necesitaba, un cambió importante. Había gastado casi todos sus ahorros en contratar a un detective privado, pero había valido la pena. Había estado sola durante demasiado tiempo. Su madre,- hija única, había muerto cuando ella tenía once años, tres meses después de la muerte de sus abuelos maternos. Había pasado el resto de su infancia sin abuelos. Tampoco tenía tíos, ni primos, ni hermanos. Alberto Chaves había sido inútil como familiar. Su único empleo había consistido en beberse su herencia. Su madre le había dejado la casa, tal vez pensando que si era el propietario ella tendría un lugar donde vivir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario