-Pero fuiste tú el que rescataste a Kevin.
-De mala gana, Paula. Eso no me hace un salvador.
-Eras un niño. A los diez años se supone que uno no puede ser un ciudadano modelo.
-De un modo u otro, no debería haberme ido. Dicen que el carácter de un hombre se demuestra en los momentos difíciles, y yo... -bajó la voz-. Sé dónde está el mío.
Paula le puso la mano en el brazo, y él sintió que un calor le corría por las venas.
-Creo que te exiges más a tí mismo de lo que nadie ha hecho jamás.
Pensó en cómo había decepcionado a Marcos.
-Nunca me he exigido lo suficiente -Pedro se tapó el pecho con la manta-. Tal vez deberíamos intentar dormir.
-No me has contestado a mi pregunta.
Cerró los ojos.
-¿Cuál era?
-¿Por qué quieres llevarte la caravana?
Él se dió la vuelta.
-Porque el año pasado le fallé a una persona y esta es mi oportunidad de resolverlo.
-¿De qué estás hablando?
-Esta historia no tiene final feliz. Todavía no.
-No pasa nada -se acomodó la cabeza sobre el almohadón y lo observó en la oscuridad.
Paula esperaría pacientemente; no le presionaría ni le insistiría para que hablara. Si le decía que no quería hablar de ello, lo dejaría ahí. Sabía que era de esa clase de mujer. Y él respetaba eso; la respetaba a ella. Hablarle de Kevin le había ayudado a sentir cierto alivio. Tal vez si le contaba el error que había cometido con Marcos sentiría lo mismo. De modo que aspiró hondo y empezó.
-Hace cinco años Marcos y yo nos marchamos a California para montar nuestro propio negocio. En realidad fue idea de él, y en ese momento yo sólo me uní al proyecto -se encogió de hombros-. Era el cerebro detrás de todo. Yo sólo lo ayudé a vender sus ideas.
-No sé -comentó Paula-. Tú eres un hombre inteligente.
-No lo suficiente. Al menos cuando fue más necesario -Pedro ahuecó la almohada y acomodó la cabeza-. Nos fue muy bien durante cuatro años y medio. Marcos trabajaba como un loco, y eso tenía fastidiada a Daniela. Mi hermano se enfrascó en el negocio y llevaba parte de la administración aparte del diseño del software.
-¿Y qué hacías tú?
-Lo que mejor sabía hacer. Vender. Marcos no es tan sociable...
-Lo contrario a tí -comentó Paula.
-Sí. Así que yo me dedicaba a las ventas, y como he dicho todo marchó bien durante cuatro años y medio. Entonces empezó a extenderse el negocio por Internet, y el nuestro comenzó a tambalearse. Acabábamos de firmar un contrato muy importante, así que pensamos que estábamos a salvo. Incluso contratamos a un par de personas más para ayudarnos con la creación del software. Marcos necesitaba pedir ordenadores más rápidos y mejores, así que teníamos un préstamo bastante elevado en concepto de equipamiento, además del gasto extra de los programadores -Pedro notó que Paula se le había acercado un poco mientras hablaba; una sensación cálida le envolvió el corazón-. El contrato nuevo significaba que Marcos pasaría más horas trabajando, lo cual, comprensiblemente, no le gustó nada a Daniela. Empezaron a pelearse como locos. Entonces el cliente empezó a variar la fecha de entrega. Cuando comenzaron a fallar en los pagos, sospechamos que tal vez pasara algo, pero continuamos trabajando porque se nos ocurrió que sería algo temporal.
-Pero no fue así.
Pedro sacudió la cabeza.
-Entonces un conductor que iba borracho atropelló a Daniela y la mató. Marcos se quedó totalmente abatido. Me pasó todos los libros de contabilidad y todo lo que estaba haciendo en la empresa y me pidió que me hiciera cargo de todo. Luego celebramos el funeral, y creo que se sentía tremendamente culpable. De modo que se encerró en sí mismo y apenas iba a la oficina.
-¿Y tú tuviste que encargarte de su trabajo, aparte de las ventas?
-Sí. Pensé que podría hacerlo. Había estudiado empresariales en la facultad, pero... -Pedro suspiró-. Al final el negocio se fue al garete. El contrato con el que habíamos estado contando, se deshizo. El cliente se declaró en bancarrota. Y nos quedamos con un montón de facturas que no podíamos pagar. Si hubiera vendido más o hubiera intentado hacer otra cosa... Tal vez podría haber solucionado algo. Cualquier cosa. Marcos contaba conmigo. Supongo que eligió al tipo equivocado -Pedro soltó una risa amarga.
Paula se acercó y apoyó la cabeza junto a la suya. Le puso la mano en la mejilla y lo miró a los ojos.
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