miércoles, 4 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 9

 -Lo siento, Paula.


-Dame tu puesto -lo agarró del brazo-. Por favor, Pedro. Nunca te he pedido un favor en mi vida; dame esto que te pido, y yo... -Pedro sabía que Paula no era de las que le pedía favores a nadie- estaré en deuda contigo el resto de mi vida.


Él vaciló. En cualquier otra ocasión, si una mujer bonita le pidiera un favor, se lo concedería, pidiéndole a cambio que saliera con él. Cenarían, coquetearían, se la llevaría a la cama y él acabaría pensando que había salido ganando. Pero aquella ocasión era especial, y las circunstancias no tenían nada de ordinarias. Por primera vez en la vida Pedro Alfonso se sintió desesperado. Lo suficientemente desesperado como para ignorar la sonrisa de una mujer bella y negarle lo que le pedía.


-No puedo, Paula. Lo siento.


Ella lo miró con incredulidad.


-No me irás a decir que tu viaje a Disneylandia es más importante que lo mío.


-¿Y por qué quieres ganar la caravana exactamente? Es un poco grande para tí, ¿No te parece?


-Necesito llegar a California.


Lo dijo con tanta determinación que dudó que estuviera mintiendo.


-Compra un billete de avión.


-Un billete de avión no resolverá mis problemas. Además, hasta ayer yo era peluquera en el salón Flo -lo miró de nuevo con súplica- . Por favor, Pedro, sé que no siempre te he caído bien pero...


-¿Quién dice eso?


-¡Todo el mundo a bordo! -dijo Nancy-. Última llamada para el tren caravana con destino a Florida o a Disneylandia.


Pedro ignoró las llamadas de la instructora. 


-¿Quién ha dicho que no me gustas?


-Vamos, Pedro. Recuerda aquella cita horrible que nos prepararon Soledad y Federico. ¿Te acuerdas? Nos peleamos por todo.


Sonrió. Sus recuerdos eran de una lucha dinámica, pero también de una atracción dinámica. No recordaba por qué nunca habían tomado ese camino.


-Recuerdo que esa noche estuviste muy cálida.


Ella suspiró.


-No era yo, sino las palomitas recién hechas -sacudió la cabeza-. Y no se trata de eso. Necesito subirme a esa caravana y ganarla.


Pedro alzó las manos. 


-Lo siento, Paula. Ojala pudiera ayudarte -recogió su bolsa del suelo y fue hacia la caravana.


Había llegado antes que ella. Era el número veinte. Se había ganado el puesto en la caravana. Pero mientras avanzaba hacia el vehículo se sintió peor que nunca. 



Paula agarró su maleta mientras Pedro subía el primer peldaño de la caravana. En ese momento lo detestó y envidió, y sintió ganas de lanzarle cosas; pero lo cierto era que había llegado demasiado tarde. Había perdido la oportunidad por estar demasiado rato hablando por teléfono; unos minutos más de cuenta con la enfermera. Y allí estaba, con la maleta la mano y sin poder llegar a la costa de ningún modo. A su nueva vida. A la primera persona a quien podría llamar familia desde hacía mucho tiempo. Pedro había dicho que sacara un billete de avión. Si era tan sencillo. Había hecho una promesa e iba a tener que romperla. Y para colmo de males tendría que ser por teléfono; en un extremo un móvil en Mercy y en el otro la habitación en California donde olía a antiséptico. ¡Qué desesperación tan grande! Había llegado lejos, se había arriesgado muchísimo, y acababa de perderlo todo. ¿De verdad había pensado que podría conseguirlo? ¿Que podría cambiar de vida arriesgándose aquel modo? 

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