lunes, 9 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 20

Gustavo se encogió de hombros.


-Me pagan por hacer esto -agarró el micro y lo inclinó hacia Pedro-. ¿Va a contarme su versión de la historia o no?


-No -de nuevo Pedro agarró la cabeza de goma espuma del micrófono y lo empujó a un lado-. Si intenta utilizar algo de esto, le llevaré a juicio inmediatamente.


El otro sonrió y sacudió la cabeza.


-No lo creo. ¿Recuerda el formulario ese que firmó? Lea la letra pequeña, amigo. Decía que le daba permiso al centro comercial para que utilizara su historia y prácticamente su ADN para publicar esto -señaló al cámara, que encendió de nuevo la luz-. Ahora, arranquemos donde lo dejamos.


-No lo creo -Pedro pasó junto a ellos, casi derribando al cámara al hacerlo, agarró su portátil y se dirigió al único sitio privado que había en la caravana: El baño.


Sólo con mirar a Pedro se dió cuenta de que el reportero había metido la pata. Aparentemente, Gustavo Kent recibió el mensaje, porque en esa ocasión no lo siguió, sino que pasó a la persona siguiente. Cuando Pedro pasó junto a ella, le tocó el brazo.


-¿Estás bien? -le preguntó Paula.


Su intención había sido consolarlo, nada más. Pero un latigazo le recorrió la mano y el brazo al hacerlo, una sensación que aumentó cuando se volvió y la miró con aquellos ojos como un océano embravecido, oscuros como una tormenta.


-No, no lo estoy. -¿Quieres hablar? -No especialmente.


Le soltó y volvió a apoyarse sobre la encimera de la cocina, a una distancia segura de la energía que emanaba de él. Aunque no era el único, puesto que ella sentía lo mismo.


-Vale.


Él la miró de reojo. 


-¿Ya está? ¿Sólo vale?


-Sí. ¿Qué esperabas? ¿Quieres que te dé un cuestionario de diez páginas?


Él se echó a reír sin poder evitarlo y su expresión se relajó visiblemente. 


-La mayoría de las mujeres no aceptarían un no por respuesta; me darían la lata hasta que les contara todo.


-En caso de que no te hayas dado cuenta, no soy como la mayoría de las mujeres -Paula hizo un gesto con la mano para referirse a su altura-. Y no sé con quién estás saliendo, pero tal vez sea mejor que lo hagas con alguien que sea más madura.


Él se echó a reír otra vez.


-Me sorprendes.


-Me alegra saber que todavía puedo -Paula sonrió.


-¿Recuerdas esa vez en cuarto curso... ? ¿Cómo se llamaba? Ah, sí Tomás Underhill. Quería darme una paliza porque me choqué con él en la hora del almuerzo y le tiré el postre. Yo entonces era un enano mocoso, pero tú... Bueno, a todos nos parecías muy alta.


-Soy una amazona.


-Me acuerdo que te metiste y le dijiste a Tomás que se perdiera - Mark se echó a reír y sacudió la cabeza-. Sabe Dios de dónde sacabas aquel vocabulario a los ocho años.


-Tenía un padrastro muy extraño. Era camionero -soltó una risotada muy poco propia de una señorita-. Eso cuando se molestaba en ir a trabajar en lugar de estar tumbado en el sofá o gritándome para que limpiara la casa. 


-¿Alberto era tu padrastro? Pero yo creí...


-Todo el mundo pensaba que era mi padre. Pero no lo era.


No le explicó más.


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