viernes, 20 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 43

Paula ladeó la cabeza y le sonrió, y él sintió que se le aceleraba el pulso.


-Tengo que reconocer que se te ha dado muy bien poner paz en la caravana en estos días. Jamás se me habría ocurrido eso de las cartas.


Él se llevó la mano al pecho.


-¿Es un piropo? ¿Paula elogiándome? ¿La misma chica que tanto me detesta?


Ella se puso seria.


-No te detesto -continuó batiendo la nata aunque ya estaba bastante dura.


¿Se atrevería a esperar que sintiera las mismas cosas que estaba sintiendo él?


-No te pases o la estropearás.


Ella lo miró desconcertada.


-¿El qué... ?


-La nata montada -señaló el cuenco y se encogió de hombros-. Mi madre ve el canal de cocina todo el tiempo, y yo he aprendido un par de cosas. Aunque sea un hombre sé que si se bate demasiado la nata montada puedes acabar haciendo mantequilla.


-Ah, sí -se ruborizó un poco, sacó una espátula y empezó a poner un poco de nata en cada cuenco de mousse-. Me he distraído.


Pedro se acercó un poco más, hasta que su aliento le hizo cosquillas en la nuca.


-¿Estás diciendo que te distraigo? -le dijo en tono burlón, aunque desde luego no estaba bromeando.


-Sí, me distraes.


-¿Y eso es bueno? 


Ella asintió sin decir nada. Antes de poder dominarse, Pedro se inclinó y le besó el cuello. Tenía la piel cálida y suave, tierna y más deliciosa que ningún postre. Ella se quedó inmóvil, pero no se apartó. Él permaneció unos segundos más antes de retirarse. Lo que más deseaba era tomarla entre sus brazos y besarla hasta que se le olvidara su propio nombre, pero sabía instintivamente que si avanzaba demasiado deprisa Paula echaría a correr.


-¿Por qué... Has hecho eso?


-Porque hace mucho que te deseo, Paula.


-¿Cuánto, seis días... -miró el reloj- y siete horas?


-Más bien trece años -se apoyó sobre el mostrador-. ¿Recuerdas esa vez que salimos con Soledad y Federico?


-Sí. Fue un desastre.


-Tal vez para tí lo fuera. Yo lo pasé bien.


-Pedro, apenas conseguimos aguantarnos.


Se volvió para fregar las varillas, pero él se interpuso en su camino.


-Eras tan... Fuerte -le dijo en voz baja mientras le tomaba la mano-. Tan confiada. Tan segura de quién eras. Envidiaba eso en tí al tiempo que me aterrorizaba. No creo haber sabido nunca quién soy o hacia dónde voy.


Ella se echó a reír con nerviosismo.


-Yo no estoy segura de nada. Te has equivocado conmigo, Pedro.


-Tal vez seas tú la que no te ves claramente -le deslizó el dedo por la garganta y ella aguantó la respiración; entonces la miró a los ojos-. Eres mucho más de lo que piensas, Claire. Mereces ser feliz.


Ella retiró la mano y desvió la mirada.


-Soy feliz.

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