Las mismas cosas que le habían vuelto loco habían comenzado a despertar su interés. Estaba mirando a Paula cuando unos diez vatios, o tal vez cien, de luz lo cegaron.
-Gustavo Kent -el reportero le estrechó la mano-. ¿Y usted es?
-Pedro Alfonso.
El reportero, un hombre joven y delgado que tenía un tic en el ojo izquierdo, pasó unas cuantas hojas de su cuaderno.
-Nancy nos pasó la lista de concursantes y nosotros hemos investigado un poco -le explicó, deseoso de impresionarlos a todos con sus habilidades periodísticas-. De acuerdo, ¿Está listo?
-Estoy trabajando -Pedro señaló el ordenador.
-Sólo nos llevará un momento, se lo prometo, ¿Vale?
Pedro asintió, le echó una mirada inquieta al cuaderno y después levantó la vista hacia la luz cegadora del foco.
-Señor Alfonso, tiene usted cierta fama en esta ciudad -dijo Gustavo por el micrófono con voz profunda y seria-. Dos veces campeón de béisbol y fútbol, primer lugar en la maratón del estado en primaria, y el chico más popular de la clase en primaria y secundaria.
-Eso fue hace años -dijo Pedro.
El público de la caravana atendió en silencio a la entrevista. Gustavo consultó su cuaderno.
-Cuando tenía diez años, rescató a un niño del hielo, le salvó la...
-Que no tiene nada que ver con esto.
-Pues claro que sí. Es usted un héroe, señor Alfonso. Y todo ello completado con la entrega de llave de honor de la ciudad de Lawford -Gustavo le pasó el micrófono.
Pedro se puso colorado y sintió una especie de ahogo.
-No soy ningún héroe; sólo un tipo normal y corriente.
-No -Gustavo soltó una risilla-. Es una historia en sí mismo, amigo. Ahora hábleme de...
-Pues búsquese otra -rugió Pedro.
Se apartó el micro, se puso de pie y fue hacia la parte delantera de la caravana.
La escapatoria era imposible. Catorce metros no eran suficientes para escapar. Gustavo lo siguió inmediatamente, como si Pedro conociera algún secreto importante.
-Es lo más próximo que tengo a un cuento de hadas -dijo Gustavo en tono suave y burlón, con el micro a un lado para que no se grabara su conversación-. Un héroe de una pequeña población, una superestrella del atletismo, un niño bonito al que nada podría salirle mal. Se va a California a buscarse la vida, y falla...
-¿Cómo sabe eso?
Gustavo soltó una risotada.
-Soy periodista. Mi trabajo es saber cosas. Por eso es tan interesante.
Pedro se negó a darse la vuelta.
-Váyase a torturar a otra persona. A mí no me interesa hablar con usted.
Gustavo se acercó un poco más a él.
-Francamente, la mayoría de las personas que hay en esta caravana no son nada interesantes -le susurró-. Lo que necesito es una visión humana, algo que consiga que los televidentes sintonicen cada día con nosotros. La vida es un culebrón, señor Alfonso, y cuanto más podamos explotarlo, más aumenta el índice de audiencia.
Pedro se dió la vuelta.
-Me repugna usted.
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