miércoles, 18 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 37

 -No quites la mano. Sólo estamos hablando. En plan de amigos.


Ella tragó saliva.


-Me has dado la mano. Eso es más que lo que hacen los amigos.


-Sólo si sientes algo más que amistad por mí -hizo una pausa breve-. ¿Sientes algo más?


El mechón de pelo volvió a caerle sobre la frente.


-Necesitas un corte de pelo -dijo Paula, quien inmediatamente se puso de pie-. Yo... Creo que me he traído mis tijeras; ya sabes, he metido de todo en la maleta -soltó una risa forzada-. Además, podría hacerlo ahora, si tú quieres.


Cualquier cosa para huir de aquella conversación; de aquella cocina demasiado pequeña, demasiado calurosa, donde nada salvo Pedro parecía existir. Él la estudió detenidamente unos segundos. Entonces se puso de pie.


-Claro. Confío en tí.


Ella no pudo resistir una sonrisa.


-¿Estás seguro? En el instituto parecías más preocupado por tu apariencia que por nada más -se burló ella.


-He cambiado. Ahora soy adulto -avanzó un paso, invadiendo de nuevo su espacio-. ¿No te has dado cuenta?


Oh, sí, se había dado cuenta a la perfección. En más de una ocasión desde que habían subido a la caravana. Lo había notado cuando él había pasado junto a ella, había notado su aroma masculino e incitante. Se había fijado en él cuando se levantaba y se estiraba después del desayuno, todo él músculo y fuerza. Lo había notado todo. El ofrecerle el corte de pelo no había sido buena idea. ¿Pero por qué de pronto sentía cierta emoción? 


Pedro se sentó en uno de los taburetes plegables de la cocina, el único asiento que resultaba conveniente para la altura de Paula. Le había colocado un plástico alrededor de los hombros, y en ese momento estaba detrás de él, con unas tijeras en una mano y un peine en la otra.


-Tienes el pelo bonito -le dijo ella.


¿Sería su imaginación, o le pareció que su voz era más sensual de lo normal? Inclinó la cabeza hacia atrás sonriendo.


-La mayor parte de las mujeres enaltecen otras partes de mi cuerpo.


Ella entrecerró los ojos.


-Sólo me interesa tu cabeza. Ahora, estate quieto.


Él bajó la cabeza obedientemente. El peine se deslizó por sus cabellos. Paula levantó un mechón, empezó a cortar y las puntas empezaron a caer al suelo y encima del plástico. Repitió el proceso una y otra vez, avanzando poco a poco. Sus movimientos eran gráciles, suaves y femeninos; profesionales y en absoluto sensuales. Pero en aquel momento, con su cuerpo tan cerca del  suyo, cada vez que ella le rozaba el cabello se encendía su deseo.


-¿Por qué no estás casada, Paula? -le preguntó.


Ella dejó de cortar.


-Pedro, este no es ni el lugar ni el momento idóneos para...


-Es una pregunta sencilla. Eres una mujer muy bella. Eres inteligente, lista, vistes de añil -ella sonrió-. ¿Por qué no te ha pillado un hombre afortunado?


Ella se inclinó hacia delante y empezó a cortar otra vez, pero esa vez los movimientos le parecieron más rígidos, menos fluidos. 

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