lunes, 2 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 5

Un hogar. No un departamento semivacío donde sólo había las necesidades primarias de un soltero. Tampoco una ristra de mujeres cuyos nombres había olvidado. Por primera vez en su vida, Pedro quería probar lo que su hermano había saboreado. Estaba harto de la comida rápida. Deseaba un plato delicioso con guarnición completa. Pero eso significaba sentar la cabeza, ser responsable. Y él ni siquiera estaba seguro de ser el tipo de hombre que pudiera llevar a casa un salario mensual. De un modo u otro, antes de pensar en sí mismo, necesitaba devolverle la vida a Marcos; o al menos la parte que pudiera darle, lo cual significaba llegar al centro comercial antes de que lo hicieran diecinueve personas. Zarandeó a su hermano para despertarlo.


-¿Qué pasa? Déjame. Estoy durmiendo. 


-Necesito que me lleves, o que vayas a buscar mi coche más tarde. No voy a dejarlo en el estacionamiento del centro comercial. Podría pasarse días allí.


Marcos soltó una ristra de comentarios malhumorados.


-Es un Nova, Pedro; nadie va a robar un cacharro de los años setenta.


-Eh, mi coche es un clásico.


Marcos se dió la vuelta en la cama y se tapó la cabeza con lasmantas.


-Tal vez lo sea cuando vuelva a ponerse de moda la música disco, pero en este momento es una antigualla -Marcos suspiró-. Vale, iré arecogerlo más tarde.


-Gracias.


Marcos se retiró las mantas de la cabeza y pestañeó varias veces.


-¿De verdad vas a intentar ganarte esa maldita caravana?


-Sí.


-¿Para qué?


-Quiero... -se calló-. Quiero una casa rodante.


No era una mentira demasiado buena, pero no le podía decir la verdad a Marcos. Su hermano había pasado bastante aquel último año, más de lo que nadie debería sufrir. Con suerte, Pedro podría solucionarlo en parte si era el último en salir de la caravana. Y entonces tal vez pudiera centrarse en arreglar su propia vida. Aunque antes tendría que considerar por dónde empezar. Su hermano se encogió de hombros y se tapó de nuevo.


-Despiértame cuando termine.


Pedro salió por la puerta, se metió en su Nova y cruzó la ciudad. En el último año, Mercy había crecido a medida que la gente de Lawford había empezado a salir de la ciudad en busca de paz y tranquilidad. La población había aumentado en un par de miles, propiciando la apertura de un centro comercial, aunque sólo tuviera doce tiendas. Cuando llegó contó dieciocho coches estacionados en el estacionamiento principal, y un par de ellos en la zona reservada a los empleados del centro. Maldición. ¿A qué hora se había levantado esa gente? Una vez dentro vió que en el patio de piedra central habían montado una especie de campamento. Tumbonas, toallas de playa, mantas y almohadas. Y gente; diecinueve para ser más exactos. Y junto a ellos la caravana reluciente. La escena parecía sacada de un cuento de Walt Disney. Se sentó en el suelo al final de la fila y apoyó los brazos en las rodillas. A su izquierda una mujer estaba sentada en una de esas sillas plegables de a tres dólares la pieza. A su lado dormía un hombre arrugado y casi calvo. Ambos llevaban boinas con pompón. La mujer tejía y el marido roncaba con la boca abierta. 

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