viernes, 20 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 42

 -Se te da muy bien. ¿Por qué no te hiciste jefe de cocina?


Ella le apartó el dedo antes de que pudiera meterlo otra vez en el cuenco.


-¿Y cómo podría haber ido a la escuela de hostelería?


-Fácilmente. Apuntándote y yendo.


-Para eso hace falta dinero -repartió la mousse en diez cuencos de plástico, desconectó la batidora y la enjuagó-. Y yo nunca lo tuve. Alberto no iba a ocuparse de pagarlo, sobre todo porque lo necesitaba para cerveza.


-Hay becas; distintas ayudas.


-Mi oportunidad de estudiar terminó hace diez años. Debería haber ido, siempre quise hacerlo. Pero al final terminé en la escuela de peluquería -volvió al mostrador, sacó otro cuenco del armario y lo colocó encima de otro que tenía hielo. Entonces vertió una cantidad generosa de nata líquida en el cuenco de encima. Secó las varillas limpias, las acopló de nuevo a la batidora y empezó a batir hasta conseguir montar la nata-. Me gusta más hacerlo en un cuenco de cobre. Queda mejor.


El aroma de chocolate mezclado con el perfume de Paula daban a la escena un aire hogareño. Ella empezó a canturrear al son de la música de la radio y se puso a mover las caderas mientras trabajaba. ¿Cuándo era la última vez que una mujer aparte de su madre le había preparado algo? Muy fácil... Nunca. Sólo de pensar que Paula se había molestado en prepararle algo porque él había comentado que le gustaba la mousse que había probado en Los Ángeles le proporcionó una sensación de bienestar; algo tan doméstico como lo que había visto cientos de veces entre sus padres, o entre Marcos y Daniela.  Mientras la miraba  cómo cocinaba se dió cuenta de que anhelaba algo más que el chocolate o la nata; algo mucho más personal. El dolor que había sentido en la habitación de Marcos regresó con fuerza. La deseaba. No sólo para acostarse con ella, sino para compartir la vida juntos. Tantas veces había dicho que no quería nada con él... Y sin embargo percibía un conflicto en ella. Sospechaba que lo había metido en el mismo saco que a los demás hombres que le habían roto el corazón; hombres que temían tanto el compromiso como los gatos el agua. Y todo por los errores estúpidos que había cometido de joven. Pedro se dió cuenta con sorpresa de que no conocía tan bien a la Paula adulta. ¿Con qué soñaba? ¿Qué era lo que quería? ¿Y porqué tenía miedo de iniciar una relación?


-¿Paula, te gusta ser estilista de peluquería? -le preguntó.


Ella se encogió de hombros.


-Es un trabajo.


-Sí, es un trabajo, pero no una profesión para alguien que siempre ha soñado con ser chef.


-¿Y tú? -le preguntó mientras continuaba batiendo la nata-. ¿Trabajas en lo que te gusta?


-Bueno, la verdad es que no corro por escribir manuales de software -se echó a reír-. Pero no hay mucho trabajo de lo que a mí me gusta hacer.


-¿Y qué es?


-Me gusta hablar con la gente, ayudarla -le dijo mientras metía el dedo de nuevo en el cuenco-. Odiaba ser vendedor. Siempre había un motivo ulterior para cualquier conversación. 

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