miércoles, 13 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 29

–Eso ahora es irrelevante.

–¿Qué quieres decir? –se abotonó la blusa rojo escarlata y liberó el pelo que había quedado dentro del cuello.

Él siguió el movimiento con los ojos.

–La  ley  italiana  expresa  claramente  que  la  separación ha de ser  física  para  ser  válida.  Hace falta  una  separación  formal  de  tres  años  –su  mirada,  intensa  y  sensual,  pasó  del  pelo  a su  boca,  recordándole  lo  que  acaban  de  hacer.

–No hablas en serio –a Paula se le encogió el estómago al comprender lo que insinuaba. ¿Era posible que hubiera reiniciado el reloj, sin saberlo?

–Incluso  si  no  acabáramos  de  demostrar  que  no  podemos  estar  separados tanto tiempo, ya no te concedería el divorcio –su voz sonó acerada.

–Nadie sabe lo ocurrido. Podemos divorciarnos.

–No quiero el divorcio.

–¡Sí lo quieres! Me odias por dejarte.

–Y  tú me odias por haber asistido  a  una  reunión  cuando  debería  haber  volado  a  casa  para estar  contigo. Ambos  cometimos  errores.  Estar  casado supone solucionarlos y seguir adelante. Eso es lo que vamos a hacer.

Ella cerró la maleta y agarró el asa. La desesperaba su arrogancia; creía que le bastaba con chasquear los dedos para conseguir sus deseos.

–Crees  que  podemos  seguir  adelante,  pero no tienes  ni  idea  de  lo  que  ocurrió ese día –temblaba solo de pensarlo–. No sabes cómo me sentí.

–Pues  dime  cómo  te  sentiste.  Dímelo  ahora  –su  frialdad  desapareció–. No te guardes nada.

–Empezó con un dolor en la parte baja del vientre –dejó caer la maleta al suelo y siguió hablando con voz firme–. Pensé: «Esto no está bien». Te llamé, pero tu secretaria me dijo que no se te podía molestar.

Él tensó la mandíbula, como un boxeador antes de recibir un golpe. Eso no era lo que quería oír.

–Paula...

–No  te  culpo  por  eso  –lo  interrumpió.  Ya  que  había  decidido  hablar,  hablaría–. Que el primer mensaje no te llegara fue culpa de ella. Y mía por no insistir  en  mi  necesidad  de  hablar  contigo.  Llamé  al  médico  y  me dijo que tomara calmantes, volviera a la cama y descansara un rato. Lo hice y el dolor empeoró. No conocía a nadie en Sicilia. Tu madre estaba con su hermana en Roma, Federico estaba contigo en el Caribe. Estaba sola. Y asustada –el énfasis que dió a esa palabra afectó profundamente a Pedro–. Volví a llamarte. Esa vez  insistí  en  hablar  contigo y  te pasó  la  llamada...  –se  le  aceleró  el  corazón;  volvía a estar en esa  habitación,  sintiendo  dolor  y  pánico–.  Me  preguntaste  si  sangraba  y  cuando  dije  que  no,  hablaste  con el  médico  y  decidieron  que  era  una neurótica.

–Eso  no  es  verdad.  En  ningún  momento  te  acusé  de  neurosis  –se defendió él.

Paula ni lo oyó.

–Siempre te quejabas de que me costaba decirte lo que sentía. «Confía en  mí»,  me  dijiste,  con  esa  voz  seductora  que  utilizas  siempre  que  quieres  salirte con la tuya. Así que lo hice. Ese día puse toda mi confianza en tí. Te dije que creía que algo iba muy mal y que no me fiaba del médico. Te dije que tenía miedo.  La  primera  y  única  vez  que  he  admitido  miedo  ante  nadie.  Y  tu  respondiste desechando mi opinión y dando validez a la del médico. Volviste a tu reunión.  Con el teléfono apagado.

Ella vió el momento exacto en el que él tomó conciencia del impacto de esa decisión. Su respiración se ralentizó y palideció un poco.

–Era un momento bastante malo...

–También era un  momento  bastante  malo para  mí  –esa  vez  no  iba  a  dejarle  librarse–.  Cuando  dijiste:  «Ahora  tengo  que  irme,  pero  te  llamaré  después. No te preocupes, estarás bien», ¿Cómo creías que iba a sentirme?

–Intentaba tranquilizarte.

–No,  intentabas  tranquilizarte  tú.   Necesitabas  convencerte  de  que  estaría  bien,  como  justificación  para  no  volver inmediatamente.  Preferiste  pensar  que  yo exageraba.  No  te  planteaste  una  sola  vez  que  nunca  te  había  pedido nada. No pensaste en mí en absoluto, así que no me hables de amor. Incluso si no hubiera perdido al bebé, el que te pidiera ayuda cuando nunca te había llamado al trabajo, debería haber sido suficiente –barbotaba las palabras y  los  sentimientos  sin  control–.  Dices que  destrocé  nuestro  matrimonio  al  marcharme,  pero  fue  tu  vacía  e  inútil  palmadita  verbal  la  que  hizo  eso.  Era la primera  vez  en  mi  vida  que  pedía  ayuda  a  otra  persona.  Y  me  ignoraste.  Y  porque  sentía  pánico,  porque no  podía  creer  que  hubieras  hecho  eso,  llamé una vez más y habías apagado el teléfono.

–No me dijiste que te sentías así –Pedro tenía la sensación de haber recibido una ráfaga de metralla en el cerebro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario