–No hasta que admitas lo que sientes... –su voz sonó ronca.
Ella lo conocía lo suficiente para saber que no cejaría hasta oírle decir lo que quería escuchar. Y no tenía ninguna intención de hacerlo.
–Pesas mucho. No puedo respirar.
Movió las caderas instintivamente, arrancando una maldición de los labios de Pedro.
–He dicho que no te muevas –inspiró profundamente y cerró una mano sobre su cadera, sujetándola e intentando no perder el control.
–Necesito aire fresco.
–Cobarde.
¿Era una cobarde? Decidió que no. Era fuerte. Había sobrevivido a una infancia que habría destrozado a la mayoría de la gente. Pero su cruda realidad le había enseñado una importante lección: la vida trataba de elecciones; ella había decidido elegir siempre lo mejor.«¿Y qué haces en la cama de Pedro?».Era una mala elección pero, en su descargo, él solo le había dado milisegundos para pensarlo.
–Eres un hombre muy atractivo, Pedro, es innegable. Por eso hemos practicado el sexo.
–Lo he notado –esbozó una sonrisa de macho orgulloso. Movió el cuerpo lo justo para arrancarle un gemido–. ¿En qué te convierte eso?
–En una estúpida.
Él siguió sonriendo, aunque con cierta ironía.
–No eres estúpida, pero sí mentirosa, tesoro. Y estás enamorada de mí.
–Eres un arrogante. El mundo no empieza y acaba en tí.
–Para tí sí. Admítelo –seguía teniéndola atrapada.
Ella se retorció bajo él, pero al notar que la erección de él aumentaba, se quedó quieta.
–Quítate de encima o te haré daño.
–Eres fuerte, pero yo lo soy más –farfulló él–. Dime por qué te marchaste. ¿Por qué no me gritaste y discutiste para arreglarlo?
–Porque no quería arreglarlo –no estaba acostumbrada a sentirse impotente, y con él le ocurría a menudo–. Eres un bastardo egoísta y no quiero pasar el resto de mi vida contigo. No estamos bien juntos.
–Tienes razón. Juntos estamos fatal –le susurró en los labios, seductor–. Puede que sea un bastardo egoísta, pero te quiero.
–Ya se te pasará –dijo ella.
Él siempre sabía qué decir para desequilibrarla. La derretía.
–Solo por curiosidad, ¿Debajo de cuántos hombres gritas en una semana normal?
–Eres asqueroso.
–Pero sincero. Y puede que algo posesivo –concedió–, pero no me molesta que tú lo seas también. Creo que merece la pena luchar por lo que tenemos, por eso estoy aquí –atrapó su barbilla y la miró a los ojos–. Dilo. Dí «te amo».
–¿Por el sexo? ¿Suponías que tu fantástica técnica actuaría como borrador mental? Ha sido un acto físico, Pedro. Sin significado emocional.
Él maldijo por lo bajo y se quitó de encima. Se tumbó de espaldas con gesto de frustración.
–Me vuelves loco, lo sabes, ¿Verdad?
–Lo mismo te digo.
Aunque había querido que la soltara, ya lo echaba de menos. Siempre habían dormido agarrados. Ella nunca había dependido de nadie, y su forma de dormir con Pedro la había llevado muy cerca de saltarse esa norma. En ese momento él se levantó, cómodo con su desnudez. Era un príncipe. Los músculos de su torso se contraían con cada movimiento, y ella sintió una respuesta física inmediata, a pesar de estar saciada de sexo.Él giró la cabeza para mirarla y ella sintió la misma conexión que los había unido la primera vez que se vieron. Eso la derritió por dentro.
–¿Por qué las mujeres siempre lo convierten todo en un drama?
–¿Perdona? –la pregunta desconcertó a Paula.
–Cometí un error –abrió las manos en lo que parecía ser un gesto de disculpa–. Debería haber estado allí, pero no estuve. ¿Por qué tiene que convertirse eso en una barrera insalvable? Fue desafortunado, sí, ¿Pero renunciarías a todo solo porque un día tomé una mala decisión?
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