viernes, 1 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 1

"Señoras y  señores,  bienvenidos a  Sicilia.  Por favor, mantengan el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión se detenga por completo". Paula mantuvo la vista fija en el libro. No estaba lista para mirar por la ventanilla.  Aún no.  Demasiados recuerdos  esperaban, recuerdos  que llevaba  dos años intentando borrar.El niño pequeño que había en el asiento de detrás de ella gritó y pateó el respaldo de su  asiento con  fuerza,  pero  ella solo  era  consciente de la bola de ansiedad que le atenazaba el estómago. Normalmente leer la tranquilizaba, pero sus ojos reconocían letras que su cerebro se negaba a procesar. Aunque una parte de ella deseaba haber elegido otro libro, otra parte sabía que habría dado igual.

–Ya  puede  soltar  el  asiento.  Hemos  aterrizado  –la  mujer que tenía  al lado le tocó la mano–. Mi hermana también tiene miedo a volar.

–¿Miedo a volar? –repitió Paula, volviendo la cabeza lentamente.

–No hay por qué avergonzarse. Una vez mi hermana tuvo un ataque de pánico en ruta a Chicago, tuvieron que sedarla. Usted lleva aferrando el asiento desde que salimos de Heathrow. Le dije a mi Eduardo: «Esa chica ni siquiera sabe que estamos sentados a su  lado.  Y no ha pasado una sola página del libro».  Pero ya hemos aterrizado. Se acabó.

Paula, absorbiendo el dato de que no había leído ni una página en todo el  vuelo,  miró  a  la  mujer. Se encontró con unos cálidos  ojos marrones  y  una  expresión preocupada y maternal.«¿Maternal?». La sorprendió haber reconocido la expresión, dado que no la había visto nunca, y menos dirigida a ella. No recordaba haber sido abandonada en un frío parque, envuelta en bolsas de la compra, por una madre  que  no  la  quería,  pero  el  recuerdo  de  los  años  que  siguieron  estaban  grabados en su cerebro a fuego. Sin saber por qué, sintió la tentación de confesarle a la desconocida que su miedo no tenía que ver con volar, sino con aterrizar en Sicilia.

–Ya  estamos  en  tierra.  Puede dejar de preocuparse  –dijo la mujer.   Se  inclinó  por  encima de Paula para mirar por la ventanilla–.  Mire ese cielo azul. Nunca he estado en Sicilia. ¿Y usted?

–Yo  sí  –como la amabilidad  de  la  mujer  merecía  una  recompensa,  sonrió–.  Vine por negocios hace unos años  –pensó que ese había sido su  primer error.

–¿Y  esta  vez?  –la mujer miró  los  ajustados pantalones vaqueros de Paula.

–Vengo a la boda de mi mejor amiga –los labios de Paula respondieron automáticamente, aunque su mente estaba en otro sitio.

–¿Una boda siciliana auténtica? Oh, eso es muy romántico. Ví la escena de El  padrino,  bailes  y  familia  y  amistades,  fabuloso.  Y  los  italianos  son  maravillosos con los niños –la mujer miró con desaprobación a la pasajera de la fila de detrás, que había leído todo el vuelo, ignorando a su hijo–. La familia lo es todo para ellos.

–Ha sido muy amable. Si me disculpa, tengo que salir –Paula guardó el libro y se desabrochó el cinturón de seguridad, anhelando huir de ese tema.

–Ah, no, no puede dejar el asiento  aún.  ¿No ha oído el anuncio?  Hay  alguien importante en el avión. Por lo visto tiene que bajar antes que el resto de nosotros –se asomó por la ventanilla y soltó un gritito excitado–. Mire, acaban de llegar  tres  coches  con  cristales   opacos.   Y  esos  hombres  parecen  guardaespaldas.  Oh, tiene que mirar, parece  una  escena de una película. Juraría que llevan pistola. Y el hombre más guapo del mundo está en la pista. ¡Mide más de un metro noventa y es espectacular!

Paula sintió  una  opresión  en  el  pecho  y  deseó  haber  sacado  el  inhalador para el asma, que estaba en el compartimento del equipaje de mano. Para  evitar  un  indeseado comité  de bienvenida,  no  le  había  dicho a nadie en  qué vuelo llegaría. Pero una fuerza invisible la llevó a mirar por la ventanilla.Él  estaba  en  la  pista,  con  los  ojos  ocultos  tras  unas  gafas  de  sol  estilo  aviador,  mirando  el  avión.  El que tuviera acceso a la  pista  de  aterrizaje  decía  mucho  sobre  su  poder.  Ningún  otro  civil  habría  tenido  ese  privilegio,  pero  ese  hombre no era cualquiera. Era un Alfonso. Miembro de una de las familias más antiguas y poderosas de Sicilia.«Típico», pensó Paula. «Cuando lo necesitas, no aparece. Y cuando no es el caso...».

–¿Quién cree que  es?  –la  amable compañera  de vuelo estiró el cuello para ver  mejor–. Aquí no  tienen familia  real,  ¿Verdad?  Tiene  que  ser  alguien  importante  si  le  dejan  entrar  en  la  pista  de  aterrizaje.  ¿Qué clase de hombre necesita tanta seguridad? ¿A quién habrá venido a recibir?

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