viernes, 8 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 19

–Eh,  puedo andar.  No necesito  que demuestres tu hombría,  sabes que no me impresiona –su respiración se agitó, pero no por el asma, sino por estar tan cerca de él.

Se abrazó a su cuello, diciéndose que era por seguridad. La llevó a la habitación y la dejó en la cama. El ventanal estaba abierto y corría  una  leve  brisa.  Él se quitó la chaqueta, la dejó  en el sofá  y  apiló  las  almohadas tras la cabeza de ella.

–¿Estás  mejor?  ¿Cuándo empeoró tu asma  tanto?  En  el tiempo que estuvimos juntos solo te ví tener un ataque, cuando mi piloto tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia y alguien te lo dijo.

–Estábamos en mitad de un proyecto enorme. No quería que murieses y me dejaras a mí todo el trabajo –no quería pensar en el horror de aquel día. Su lucha era olvidar lo que habían compartido.

–Claro –los labios de él se  curvaron  con  ironía–.  Estabas preocupada por el trabajo. No era porque tu mundo se tambalearía sin mí.

–No te veía  lo suficiente para  eso,  como mucho  mi  mundo  habría  temblado un poco.

–Si tenía tan poco impacto en  tu  vida,  ¿Por  qué  has  traído dos  inhaladores a la boda?

–¿Había dos en el bolso?  –ella simuló  sorpresa y  él  bajó los párpados  con exasperación.

–Ojalá aprendieras a ser honesta sobre tus emociones.

–Ojalá  aprendieras a no dar rienda suelta a las  tuyas.  Supongo  que tengo que hacer concesiones porque eres siciliano.

–¿Concesiones?

A ella la alivió saber que aún podía irritarlo. Dos minutos más y él estaría maldiciendo en italiano y saliendo de allí. Contaba con ello.

–Ser  siciliano es una desventaja en  la vida  –murmuró,  compasiva–.  No  pueden evitar ser emocionales, lo llevan grabado en el ADN.

–No todo el mundo teme a las emociones –se desabrochó los puños de la camisa–. Pero tú sí. Te aterrorizan. Dos inhaladores de terror.

Ella se preguntó por qué no estaba poniéndose la chaqueta para volver a la fiesta. Al ver que no contestaba, él alzó una ceja.

–¿No  dices  nada, Paula?  ¿Ninguna  frase  incendiaria  para  conseguir  que me vaya? Es lo que quieres, ¿No? ¿Crees que no lo sé? –dejó los gemelos en el pequeño escritorio  orientado hacia el mar y  se remangó  la  camisa. 

Ella recordó esos  brazos sujetándola  y  desvió la  mirada,  rechazando  la  oleada  de  deseo que sentía.

–Puedes irte o quedarte, me da igual. No te necesito.

–Necesidad y deseo son cosas distintas –miró el inhalador que ella aún tenía en la mano–. Así que los ataques sobrevienen por estrés. Interesante. No estabas estresada cuando vivíamos juntos.

–Como he dicho, eso es porque nunca te veía –le dijo con dulzura–. En las últimas veinticuatro horas te he visto más que en todo nuestro matrimonio. Probablemente esté estresada por eso.

–Yo  también estoy  estresado.  Volverías loco  a  cualquier  hombre  –farfulló él.

Su voz grave le provocó un escalofrío de deseo a Paula.

–Solo tienes que sobrevivir a mi compañía hasta el domingo.  Mi  vuelo  sale a primera hora.

–Mañana por la mañana tenemos una reunión con los abogados.

–No necesito hablar con ellos. Acuerda lo que quieras, no discutiré.

–Si estás tan enfadada conmigo, esta es tu oportunidad para arruinarme –se sentó en la cama.

–Nunca me importó el dinero, lo sabes.

–No sé nada porque nunca compartes nada. Tener una relación contigo es como jugar a las adivinanzas –sonaba cansado y eso inquietó a Paula más que la ira o el  sarcasmo. 

Nunca lo había  visto cansado,  Pedro era  pura energía.

–Si  hubieras  estado  presente  más  a  menudo, no  te  habría  hecho  falta  adivinar –Paula sabía  que  aquel  terrible día, el día que él no  estuvo,  sus  emociones habían sido visibles  para  los  únicos  testigos:  los  médicos  del  hospital  privado–.  Volaré  a  casa  mañana.  Lo  último  que  necesitas  es  a  tu  ex esposa en la boda de tu hermana.

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