–Eh, puedo andar. No necesito que demuestres tu hombría, sabes que no me impresiona –su respiración se agitó, pero no por el asma, sino por estar tan cerca de él.
Se abrazó a su cuello, diciéndose que era por seguridad. La llevó a la habitación y la dejó en la cama. El ventanal estaba abierto y corría una leve brisa. Él se quitó la chaqueta, la dejó en el sofá y apiló las almohadas tras la cabeza de ella.
–¿Estás mejor? ¿Cuándo empeoró tu asma tanto? En el tiempo que estuvimos juntos solo te ví tener un ataque, cuando mi piloto tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia y alguien te lo dijo.
–Estábamos en mitad de un proyecto enorme. No quería que murieses y me dejaras a mí todo el trabajo –no quería pensar en el horror de aquel día. Su lucha era olvidar lo que habían compartido.
–Claro –los labios de él se curvaron con ironía–. Estabas preocupada por el trabajo. No era porque tu mundo se tambalearía sin mí.
–No te veía lo suficiente para eso, como mucho mi mundo habría temblado un poco.
–Si tenía tan poco impacto en tu vida, ¿Por qué has traído dos inhaladores a la boda?
–¿Había dos en el bolso? –ella simuló sorpresa y él bajó los párpados con exasperación.
–Ojalá aprendieras a ser honesta sobre tus emociones.
–Ojalá aprendieras a no dar rienda suelta a las tuyas. Supongo que tengo que hacer concesiones porque eres siciliano.
–¿Concesiones?
A ella la alivió saber que aún podía irritarlo. Dos minutos más y él estaría maldiciendo en italiano y saliendo de allí. Contaba con ello.
–Ser siciliano es una desventaja en la vida –murmuró, compasiva–. No pueden evitar ser emocionales, lo llevan grabado en el ADN.
–No todo el mundo teme a las emociones –se desabrochó los puños de la camisa–. Pero tú sí. Te aterrorizan. Dos inhaladores de terror.
Ella se preguntó por qué no estaba poniéndose la chaqueta para volver a la fiesta. Al ver que no contestaba, él alzó una ceja.
–¿No dices nada, Paula? ¿Ninguna frase incendiaria para conseguir que me vaya? Es lo que quieres, ¿No? ¿Crees que no lo sé? –dejó los gemelos en el pequeño escritorio orientado hacia el mar y se remangó la camisa.
Ella recordó esos brazos sujetándola y desvió la mirada, rechazando la oleada de deseo que sentía.
–Puedes irte o quedarte, me da igual. No te necesito.
–Necesidad y deseo son cosas distintas –miró el inhalador que ella aún tenía en la mano–. Así que los ataques sobrevienen por estrés. Interesante. No estabas estresada cuando vivíamos juntos.
–Como he dicho, eso es porque nunca te veía –le dijo con dulzura–. En las últimas veinticuatro horas te he visto más que en todo nuestro matrimonio. Probablemente esté estresada por eso.
–Yo también estoy estresado. Volverías loco a cualquier hombre –farfulló él.
Su voz grave le provocó un escalofrío de deseo a Paula.
–Solo tienes que sobrevivir a mi compañía hasta el domingo. Mi vuelo sale a primera hora.
–Mañana por la mañana tenemos una reunión con los abogados.
–No necesito hablar con ellos. Acuerda lo que quieras, no discutiré.
–Si estás tan enfadada conmigo, esta es tu oportunidad para arruinarme –se sentó en la cama.
–Nunca me importó el dinero, lo sabes.
–No sé nada porque nunca compartes nada. Tener una relación contigo es como jugar a las adivinanzas –sonaba cansado y eso inquietó a Paula más que la ira o el sarcasmo.
Nunca lo había visto cansado, Pedro era pura energía.
–Si hubieras estado presente más a menudo, no te habría hecho falta adivinar –Paula sabía que aquel terrible día, el día que él no estuvo, sus emociones habían sido visibles para los únicos testigos: los médicos del hospital privado–. Volaré a casa mañana. Lo último que necesitas es a tu ex esposa en la boda de tu hermana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario