Pero no había compartido esas razones en su día, y cualquier explicación que le diera sonaría a excusa. Y la arrogancia e insensibilidad con la que había desechado sus miedos era inexcusable. Ningún montón de ladrillos, ningún trozo de terreno valía el precio que ambos habían pagado.
Pedro, tras violar innumerables normas de tráfico y llegar al aeropuerto en un tiempo récord, abandonó el coche en la puerta de la terminal y fue hacia la zona de Salidas.No conocía esa parte del aeropuerto y fue como entrar en un infierno de humanidad malhumorada que competía por el poco espacio disponible. Miraba a su alrededor, intentando desesperadamente ver a Laurel entre la multitud. Parecía una tarea imposible. Cientos de turistas con la cara quemada por el sol empujaban maletas enormes, los bebés gritaban y los niños protestaban de aburrimiento. Nadie parecía feliz. Nunca había tenido razones para ir allí y, preguntándose por qué la gente iba de vacaciones, se alegró de ello. Iba buscar a alguien que pudiera hacer un anuncio por megafonía, cuando vio una cola de caballo castaña en el mostrador del vuelo a Heathrow.Paula.
–Prefiero un asiento de pasillo, por favor –Paula, acalorada, entregó el billete a la mujer. No quería mirar por la ventanilla. Quería leer un libro y sacar a Sicilia de su mente.Otra mujer habría llorado todo el camino al aeropuerto, pero estaba en «modo crisis», absorta y concentrada en salir de Sicilia y volver a Londres lo antes posible. No notó la conmoción que se iniciaba a su espalda hasta que vio a un grupo de mujeres boquiabiertas en la fila contigua.
Paula reconoció su expresión. La había visto miles de veces en el rostro de las mujeres que veían a Pedro por primera vez .Con el corazón desbocado, giró la cabeza y lo vió haciéndose paso entre montones de turistas. Su reacción inicial fue de asombro. Sabía que nunca había estado en esa zona del aeropuerto y se le veía fuera de lugar, como un caballo de pura raza en un campo lleno de burros. El asombro se transformó en alarma cuando comprendió que la única razón de que estuviera allí era que quería impedir su marcha.Y ella no quería escuchar ni una palabra suya.
–Vete –le dijo, cuando saltó por encima de unas maletas y llegó a su lado–. No tengo nada que decirte.
–Puede que tú no tengas nada que decirme, pero yo sí tengo mucho que decirte a tí.
–Mi vuelo está embarcando, no tengo tiempo de escuchar.
–Si subes a ese avión, impediré que despegue –sus ojos destellaron, oscuros y peligrosos.
–Entonces subiré a otro –replicó Paula–. No puedes decir nada que yo quiera escuchar.
–No lo sabrás hasta que no me hayas escuchado –dijo él, sin prestar atención a la audiencia de turistas que, presintiendo un drama, se acercaban.
–Quieres defenderte. Es lo que haces siempre.
–Ni siquiera yo puedo defender lo indefendible –dijo él, tras tomar aire.
Una mujer suspiró con emoción.
–¿Por fin admites que tu comportamiento puede haber sido algo menos que perfecto?
–Mi comportamiento fue abismal.
No fueron sus palabras, aunque raras en él, lo que captó su atención. Fue su apariencia desaliñada lo que le hizo pensar que tal vez realmente hablara llevado por su conciencia, no por su ego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario