viernes, 15 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 33

Pero no había compartido esas razones en su día, y cualquier explicación que le  diera  sonaría  a  excusa.  Y  la  arrogancia  e  insensibilidad con la  que  había  desechado sus miedos era inexcusable. Ningún montón de ladrillos,  ningún  trozo  de  terreno  valía  el  precio  que  ambos habían pagado.

Pedro, tras violar  innumerables  normas  de  tráfico  y  llegar  al  aeropuerto en un tiempo récord, abandonó el coche en la puerta de la terminal y fue hacia la zona de Salidas.No conocía esa parte del aeropuerto y fue como entrar en un infierno de humanidad malhumorada que competía por el poco espacio disponible. Miraba  a  su  alrededor,  intentando  desesperadamente  ver  a  Laurel entre la multitud. Parecía una tarea imposible. Cientos de turistas con la cara quemada por el sol empujaban maletas enormes, los bebés gritaban y los niños protestaban de aburrimiento. Nadie parecía feliz. Nunca  había  tenido  razones  para  ir  allí  y,  preguntándose  por  qué  la  gente  iba  de  vacaciones,  se  alegró  de ello.  Iba  buscar  a  alguien  que  pudiera  hacer  un  anuncio  por  megafonía,  cuando  vio  una  cola  de  caballo  castaña en el mostrador del vuelo a Heathrow.Paula.

–Prefiero un asiento de pasillo, por favor –Paula,  acalorada,  entregó  el  billete a la mujer. No quería mirar por la ventanilla. Quería leer un libro y sacar a Sicilia de su mente.Otra  mujer  habría  llorado  todo  el  camino  al  aeropuerto,  pero  estaba  en  «modo  crisis»,  absorta  y  concentrada  en  salir  de  Sicilia  y  volver  a  Londres  lo  antes  posible.  No  notó  la  conmoción  que  se  iniciaba  a  su  espalda  hasta que vio a un grupo de mujeres boquiabiertas en la fila contigua.

Paula reconoció su expresión. La había visto miles de veces en el rostro de las mujeres que veían a Pedro por primera vez .Con el corazón  desbocado,  giró  la  cabeza  y  lo  vió  haciéndose  paso  entre  montones  de  turistas.  Su  reacción  inicial  fue  de  asombro.  Sabía  que  nunca  había  estado  en  esa  zona  del  aeropuerto  y  se  le  veía  fuera  de  lugar,  como un caballo de pura raza en un campo lleno de burros. El  asombro  se  transformó  en  alarma  cuando  comprendió  que  la  única  razón de que estuviera allí era que quería impedir su marcha.Y ella no quería escuchar ni una palabra suya.

–Vete –le  dijo,  cuando  saltó  por  encima  de  unas  maletas  y  llegó  a  su  lado–. No tengo nada que decirte.

–Puede que tú no tengas nada que decirme, pero yo sí tengo mucho que decirte a tí.

–Mi vuelo está embarcando, no tengo tiempo de escuchar.

–Si  subes a  ese avión,  impediré que despegue  –sus ojos destellaron, oscuros y peligrosos.

–Entonces subiré a otro –replicó Paula–. No puedes decir nada que yo quiera escuchar.

–No  lo  sabrás  hasta  que  no  me  hayas  escuchado  –dijo  él,  sin  prestar  atención a la audiencia de turistas que, presintiendo un drama, se acercaban.

–Quieres defenderte. Es lo que haces siempre.

–Ni siquiera yo puedo defender lo indefendible –dijo él, tras tomar aire.

Una mujer suspiró con emoción.

–¿Por fin admites que tu comportamiento puede haber sido algo menos que perfecto?

–Mi comportamiento fue abismal.

No fueron  sus  palabras,  aunque  raras  en  él,  lo  que  captó  su  atención.  Fue  su  apariencia  desaliñada  lo que le hizo  pensar que  tal  vez realmente  hablara llevado por su conciencia, no por su ego.

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