lunes, 4 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 8

–La habitación con vistas al jardín ha pasado de gimnasio a sala de cine –comentó ella, neutral.

Sin duda lo había notado porque ese era  su trabajo,  y  Paula se  entregaba  a  su  trabajo  al  cien  por cien.  Por  eso  la  habían  querido en  su  empresa.  Desde que la prensa había  proclamado su éxito con una actríz con exceso  de peso,  Paula Chaves se  había  convertido  en  la  entrenadora  personal que todos deseaban. Que hubiera accedido a asesorar al hotel había sido una suerte para ambos. Sus apellidos eran una combinación ganadora. Chaves se había  convertido  en Alfonso. Y entonces  la combinación  había estallado.

–No necesito un gimnasio cuando estoy aquí.

Pedro frunció  el ceño  al  ver  la  fina  cadena de oro que rodeaba  su  cuello. Que llevase puesto algo que no reconocía elevó su tensión al máximo. Él no le había dado la cadena, ¿Quién había sido?Por  primera  vez,  imaginó  unas  manos  masculinas  poniéndosela  en  el  esbelto cuello. Otro hombre tocándola, preguntándole sus secretos...El ruido del vaso estrellándose contra el suelo lo devolvió a la realidad.

–Iré a por un cepillo –Paula retrocedió, mirándolo como si fuera un tigre salvaje.

–Déjalo.

–Pero...

–He dicho que lo dejes. El servicio lo recogerá. Tenemos que irnos. Soy el anfitrión.

–Todos los invitados se harán preguntas.

–No se atreverán. Al menos, públicamente.

–Perdona –rió  con  amargura–.  Había olvidado que puedes controlar  el  pensamiento de la gente.

Pedro no sabía cómo iba a sobrevivir a las horas siguientes. El collar de oro destelló al sol, incitándolo. Impulsivamente, agarró la mano izquierda de ella y la  alzó.  Ella emitió  un  sonido  ronco  y  tironeó,  pero él  apretó  más,  asombrado por el dolor que le causó ver el dedo desnudo.

–¿Dónde está tu alianza?

–No la uso. Ya no estamos casados.

–Estamos casados hasta que estemos divorciados, y en Sicilia eso requiere tres años... –apretó los dientes y sujetó su mano con fuerza.

–Es un  poco  tarde  para  ser  posesivo.  El  matrimonio  es  más  que  una  alianza, Pedro, y más que un trozo de papel.

–¿Tú me dices a mí  lo que  es  el  matrimonio?  ¿Tú, que  trataste  el nuestro  como  algo  desechable?  –indignación y furia se unieron en  un  cóctel  letal–. ¿Por qué no llevas la alianza? ¿Hay otra persona?

–Este fin de semana no tiene que ver con nosotros, es por tu hermana.

Él había querido  una  negativa.  Había querido verla  reír y  decir:  «Claro  que no hay otra persona, ¿Cómo podría haberla?».Había  querido  que  admitiera  que  habían  compartido  algo único y especial. Sin embargo, ella lo desechaba como un error del pasado. Llevado por una  emoción  que  no entendía,  agarró sus  hombros  y la  atrajo  hacia  sí,  sin control.  El  que ella pareciera  indiferente  intensificaba  su  necesidad de obtener una respuesta. Paula perdió el equilibrio un instante, cayendo hacia él. Bastó ese leve contacto  para  que  el  calor de  sus  cuerpos  se  mezclara.  Ella  jadeó  y  él  sintió  una  intensa  oleada  de  deseo.  Eso confirmaba  lo  que él ya  sabía:  la  química  seguía  siendo  tan  potente  como  siempre.  Él  supo que iba a  besarla  y  que,  si  empezaba, no podría parar. Por lo visto, ni siquiera su traición había cambiado eso.

–No  hay  nadie  más  –dijo  ella–.  Una  relación  pésima  en  la  vida  es  suficiente.

Sus palabras actuaron como un cubo de agua fría sobre el rescoldo de las llamas. Pedro la soltó con tanta rapidez como la había agarrado. Durante toda su vida las mujeres se habían arrojado a sus pies, y había asumido como derecho  poder  conseguir  a  la  mujer  que  quisiera.  Entonces  había  conocido  a  Paula y recibido el bofetón de su propia arrogancia.

–Esperan nuestra  presencia en  la  cena –Pedro se apartó  de ella,  necesitaba espacio.

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