–La habitación con vistas al jardín ha pasado de gimnasio a sala de cine –comentó ella, neutral.
Sin duda lo había notado porque ese era su trabajo, y Paula se entregaba a su trabajo al cien por cien. Por eso la habían querido en su empresa. Desde que la prensa había proclamado su éxito con una actríz con exceso de peso, Paula Chaves se había convertido en la entrenadora personal que todos deseaban. Que hubiera accedido a asesorar al hotel había sido una suerte para ambos. Sus apellidos eran una combinación ganadora. Chaves se había convertido en Alfonso. Y entonces la combinación había estallado.
–No necesito un gimnasio cuando estoy aquí.
Pedro frunció el ceño al ver la fina cadena de oro que rodeaba su cuello. Que llevase puesto algo que no reconocía elevó su tensión al máximo. Él no le había dado la cadena, ¿Quién había sido?Por primera vez, imaginó unas manos masculinas poniéndosela en el esbelto cuello. Otro hombre tocándola, preguntándole sus secretos...El ruido del vaso estrellándose contra el suelo lo devolvió a la realidad.
–Iré a por un cepillo –Paula retrocedió, mirándolo como si fuera un tigre salvaje.
–Déjalo.
–Pero...
–He dicho que lo dejes. El servicio lo recogerá. Tenemos que irnos. Soy el anfitrión.
–Todos los invitados se harán preguntas.
–No se atreverán. Al menos, públicamente.
–Perdona –rió con amargura–. Había olvidado que puedes controlar el pensamiento de la gente.
Pedro no sabía cómo iba a sobrevivir a las horas siguientes. El collar de oro destelló al sol, incitándolo. Impulsivamente, agarró la mano izquierda de ella y la alzó. Ella emitió un sonido ronco y tironeó, pero él apretó más, asombrado por el dolor que le causó ver el dedo desnudo.
–¿Dónde está tu alianza?
–No la uso. Ya no estamos casados.
–Estamos casados hasta que estemos divorciados, y en Sicilia eso requiere tres años... –apretó los dientes y sujetó su mano con fuerza.
–Es un poco tarde para ser posesivo. El matrimonio es más que una alianza, Pedro, y más que un trozo de papel.
–¿Tú me dices a mí lo que es el matrimonio? ¿Tú, que trataste el nuestro como algo desechable? –indignación y furia se unieron en un cóctel letal–. ¿Por qué no llevas la alianza? ¿Hay otra persona?
–Este fin de semana no tiene que ver con nosotros, es por tu hermana.
Él había querido una negativa. Había querido verla reír y decir: «Claro que no hay otra persona, ¿Cómo podría haberla?».Había querido que admitiera que habían compartido algo único y especial. Sin embargo, ella lo desechaba como un error del pasado. Llevado por una emoción que no entendía, agarró sus hombros y la atrajo hacia sí, sin control. El que ella pareciera indiferente intensificaba su necesidad de obtener una respuesta. Paula perdió el equilibrio un instante, cayendo hacia él. Bastó ese leve contacto para que el calor de sus cuerpos se mezclara. Ella jadeó y él sintió una intensa oleada de deseo. Eso confirmaba lo que él ya sabía: la química seguía siendo tan potente como siempre. Él supo que iba a besarla y que, si empezaba, no podría parar. Por lo visto, ni siquiera su traición había cambiado eso.
–No hay nadie más –dijo ella–. Una relación pésima en la vida es suficiente.
Sus palabras actuaron como un cubo de agua fría sobre el rescoldo de las llamas. Pedro la soltó con tanta rapidez como la había agarrado. Durante toda su vida las mujeres se habían arrojado a sus pies, y había asumido como derecho poder conseguir a la mujer que quisiera. Entonces había conocido a Paula y recibido el bofetón de su propia arrogancia.
–Esperan nuestra presencia en la cena –Pedro se apartó de ella, necesitaba espacio.
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