Ella lo necesitaba tanto que gimió su nombre, suplicante y desesperada. Él, igualmente deseoso, cambió de posición.Cuando la penetró, ella gritó de alivio por lo bien que hacía que se sintiera. Su cuerpo se tensó alrededor de él, que tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse. Pero ella no quería que se contuviera e hizo cuanto pudo para volverlo loco con la lengua y las manos, hasta que él perdió su legendario control y embistió con fuerza, llegando a lo más profundo.Después atrapó su boca e iniciaron un intenso beso que aún seguía cuando ambos alcanzaron la inevitable cima del placer. La explosión de éxtasis sexual los dejó saciados y exhaustos. Más tarde nadaron en la piscina, disfrutando de la puesta de sol. La luz bailaba sobre el agua, sacando destellos dignos de un diamante. Tendría que haber sido perfecto. Pero Paula estaba sufriendo una agonía.
–Pedro, hay algo que tengo que decirte –él la rodeó con los brazos.
–Pues dilo.
–Antes dijiste que habías llamado a un especialista. Cuando dijiste que estar casado conmigo era más importante que tener hijos, yo... yo no sabía que pensabas consultar a médicos y hacer lo posible para tener un bebé.
–Quería hacerlo por tí.
–¿De veras? ¿Por mí o por tí?
–No quieres que lo haga –estrechó los ojos.
Ella podía haber mentido. Podía haber dejado que la relación siguiera su curso, pero no lo hizo.
–No –movió la cabeza, sabiendo que su futuro estaba en juego–. No quiero. Hay algo que no te he dicho. No he sido completamente sincera.
–Dímelo ahora.
–Perder nuestro bebé fue lo peor que me había ocurrido nunca. Cuando sentí los primeros dolores pensé: «No, por favor, cualquier cosa menos esto». No había nada que quisiera más que ese bebé –sus ojos se llenaron de lágrimas–. Y lo perdí. Cuando me dijeron que no podría tener más hijos, no me importó. No quería otros hijos. Solo me importaba el que había perdido. Nunca jamás habría vuelto a pasar por eso, nunca me habría arriesgado. Nuestro matrimonio ya había fracasado, así que no poder tener hijos se convirtió en algo irrelevante.
–¿Aún piensas lo mismo? –inspiró con fuerza.
–Sí. Aunque fuera posible, y no lo es, no pasaría por eso. Para mí, estar embarazada no supuso emoción y alegría, sino miedo y pérdida.
–Paula...
–Esto no tiene que ver con lo que ocurrió entre nosotros, Pedro. Aunque hubieras estado allí, habría perdido al bebé. Estaba devastada y tenía que alejarme. Si solo hubiera gritado, habría llegado un punto en el que habrías querido que hablara de lo ocurrido y yo no podía. Quería esconderme.
–Así que te fuiste.
–Hice mal –empezó a llorar–. Tenía el corazón roto y me desquité contigo. Te culpé de todo. Y era incapaz de decirte lo que estaba sintiendo.
–Pero ahora lo has hecho... –la apretó contra sí–. Ahora que entiendo lo que quieres, no volveré a hablar de especialistas.
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