–Tienes razón. Aún me afecta y ha conformado lo que soy. Me hizo decidir que dependería solo de mí misma. No tenía amigos íntimos porque no confiaba en nadie lo suficiente para crear vínculos.
–Te hiciste amiga de Luciana.
–Técnicamente, ella se hizo amiga mía. Estábamos en la misma residencia universitaria y ella es como tú, tan abierta emocionalmente que no acepta un no por respuesta. Cada vez que cerraba la puerta de mi habitación, ella la abría. Siempre me estaba arrastrando a un evento u otro. No me permitía esconderme y la verdad es que adoraba su compañía. Era la primera amiga auténtica que tenía, y nunca me falló–. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas–. Cuando te abandoné tendría que haber puesto punto final a nuestra amistad, pero no lo hizo.
–Mi hermana es fantástica, pero no le digas que lo he dicho yo –un deje de humor suavizó el tono de su voz–. No me extraña que te marcharas después de lo que hice. Sé que esto es un lío, pero podemos arreglarlo. Lo arreglaremos.
–¿Y si no podemos? Mi pánico a confiar en la gente afecta a todo lo que hago –se sentía tan bien entre sus brazos que le costaba concentrarse en otra cosa. Sería increíblemente fácil cerrar los ojos y dejar que él decidiera por los dos–. Cuando confías en alguien le otorgas el poder de herirte.
–Te quiero –la tumbó de espaldas y se colocó sobre ella–. Lo estropeé todo, pero vas a perdonarme porque también me quieres. Tus dudas son por miedo, no porque falte el amor.
–Lo sé.
–Y eso puedes superarlo. Eres la mujer más fuerte y dura que conozco. Me cuesta creer que hayas pasado por tanto tú sola. Aquel horrible día, hace dos años, no te escuché con atención –confesó con voz rota–. Me llamaste y dijiste que estabas preocupada, pero el médico ya me había dicho que estarías bien, así que más de la mitad de mi mente estaba centrada en el negocio que quería cerrar, llevaba cinco años trabajando en el trato. Si hubiera sabido cuánto miedo tenías, lo habría dejado todo y vuelto.
–Estaba aterrorizada.
Él dejó escapar un gruñido de remordimiento y giró para ponerse de espaldas, llevándola con él.
–Ojalá pudiera dar marcha atrás al reloj y hacer las cosas de otra manera. No sabes cuánto lo deseo.
–No cambiaría nada. No habrías puesto en peligro ese trato por mí, Pedro.
–Mi matrimonio era más importante que ningún trato, pero en ese momento no me dí cuenta de que tenía que elegir. No entendí lo importante que era para tí mi presencia. Sé que no es excusa, pero el médico me aseguró que todo iría bien.
Ella pensó que tenía unos ojos preciosos. O tal vez lo precioso fueran sus pestañas: espesas y negras, enmarcaban una mirada penetrante, que sabía leerla de maravilla. A diferencia de la mayoría de los hombres, a Pedro no le costaba expresar sus emociones ni interpretar las de ella. Por eso mismo, no encajaba con su carácter que no hubiera acudido a su lado cuando se lo suplicó.
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