viernes, 22 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 50

–Tienes  razón.  Aún  me  afecta  y  ha  conformado  lo  que soy.  Me  hizo  decidir que dependería solo de mí misma. No tenía amigos íntimos porque no confiaba en nadie lo suficiente para crear vínculos.

–Te hiciste amiga de Luciana.

–Técnicamente,   ella se hizo amiga mía.  Estábamos en  la misma  residencia  universitaria  y  ella  es  como  tú,  tan  abierta  emocionalmente  que  no  acepta un no por respuesta. Cada vez que cerraba la puerta de mi habitación, ella la  abría.  Siempre me  estaba  arrastrando  a  un evento u  otro.  No  me  permitía esconderme y la verdad es que adoraba su compañía. Era la primera amiga auténtica que tenía, y nunca me falló–. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas–. Cuando te abandoné tendría que haber puesto punto final a nuestra amistad, pero no lo hizo.

–Mi hermana es fantástica, pero no le digas que lo he dicho yo –un deje de  humor  suavizó  el  tono  de  su  voz–.  No  me  extraña  que  te  marcharas  después  de  lo  que  hice.  Sé  que esto es  un  lío,  pero  podemos  arreglarlo.  Lo  arreglaremos.

–¿Y si no podemos? Mi pánico a confiar en la gente afecta a todo lo que hago –se sentía tan bien entre sus brazos que le costaba concentrarse en otra cosa. Sería increíblemente fácil cerrar los ojos y dejar que él decidiera por los dos–. Cuando confías en alguien le otorgas el poder de herirte.

–Te quiero –la tumbó de espaldas y se colocó sobre ella–. Lo estropeé todo,  pero  vas  a  perdonarme  porque  también  me  quieres.  Tus dudas son  por  miedo, no porque falte el amor.

–Lo sé.

–Y eso puedes superarlo. Eres la mujer más fuerte y dura que conozco. Me cuesta creer  que  hayas pasado por tanto tú sola.  Aquel horrible  día,  hace  dos  años,  no te escuché  con  atención  –confesó  con  voz  rota–.  Me  llamaste  y  dijiste que estabas preocupada, pero el médico ya me había dicho que estarías bien, así que más de la mitad de mi mente estaba centrada en el negocio que quería  cerrar,  llevaba  cinco  años  trabajando  en  el  trato.  Si  hubiera  sabido  cuánto miedo tenías, lo habría dejado todo y vuelto.

–Estaba aterrorizada.

Él  dejó  escapar  un  gruñido  de  remordimiento  y  giró  para  ponerse  de  espaldas, llevándola con él.

–Ojalá  pudiera dar marcha  atrás  al  reloj  y  hacer las cosas de  otra  manera. No sabes cuánto lo deseo.

–No cambiaría nada.  No  habrías  puesto  en  peligro ese  trato por  mí,  Pedro.

–Mi  matrimonio  era  más  importante  que  ningún  trato,  pero en  ese  momento  no  me  dí  cuenta  de que tenía que elegir.  No entendí  lo  importante  que era para tí mi presencia. Sé que no es excusa, pero el médico me aseguró que todo iría bien.

Ella pensó que tenía unos ojos preciosos.  O  tal  vez  lo  precioso  fueran  sus pestañas:  espesas  y negras,  enmarcaban  una  mirada  penetrante,  que  sabía  leerla  de  maravilla.  A  diferencia  de  la  mayoría  de  los  hombres,  a  Pedro no  le  costaba  expresar  sus  emociones ni  interpretar  las  de  ella.  Por  eso  mismo,  no  encajaba  con  su  carácter  que  no  hubiera  acudido  a  su  lado  cuando se lo suplicó.

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