viernes, 15 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 34

Siempre  había  visto  a  Pedro  inmaculado.   Pero  en  ese  momento  necesitaba un afeitado y era obvio que había salido de la villa a medio vestir.

–¿No son esos los pantalones de la boda?

–Tenía  prisa  por  venir  –su  rostro  moreno  había  perdido  el  color  y  sus  ojos estaban velados por la culpabilidad–. Agarré lo primero que ví.

Ella se preguntó si  sabía que  llevaba  desabrochados  la  mitad  de  los  botones de la camisa, ofreciendo a las turistas la visión de un pecho muy viril.

–Agradezco el gesto, pero no cambia nada. Vete a casa, Pedro. No te quiero.

A  sus  espaldas,  una  mujer  farfulló:  «Si ella no lo  quiere, me  lo  quedo  yo», pero a Paula no le interesaban otras opiniones sobre ese hombre.

–Dame  la  oportunidad  de  pedirte disculpas de forma adecuada  –su mirada era febril, desesperada.

–¡Sí, una oportunidad! –coreó la audiencia.

–Si un hombre quiere  pedir  perdón,  permítelo.  Es  insólito  –le  dijo  una  mujer–. Deja que hable.

–Se le da bien hablar –alegó Paula.

Ellas veían un hombre guapo y rico, pero Paula no se fiaba.

–Tienes  suerte.  Mi esposo  no  sabe  hilar  una  frase  que  no  incluya  «cerveza» y «fútbol».

–Diga lo que diga, no será verdad –dijo Laurel.

–¡Sí  lo será!    –interrumpió  Pedro,   ofreciendo  una  sonrisa  deslumbrante a la mujer–. Gracias por su consejo. Espero que su estancia en Sicilia haya sido espectacular.

–Sí que lo ha sido, muchas gracias.

–Señora, su tarjeta de embarque –la chica del mostrador ofreció a Laurel el pasaporte y la tarjeta, pero fue Pedro quien agarró los documentos.

–Aquí  molestamos.  Deberíamos  mantener  esta  conversación  en  otro  sitio.

–No estamos conversando.

–De acuerdo, lo haré aquí si te empeñas.

–¿Hacer qué?

Tras  un  leve  titubeo,  Pedro la  atrajo  hacia  sí  y  la  besó.  Un  beso  cargado de desesperación, que tenía el propósito de disuadirla. Paula oyó un suspiro colectivo pero, resuelta, ignoró la llamarada de calor y se apartó de él.

–Eso no es una disculpa.

–Lo sé –su voz sonó ronca–. Pero antes tenía que captar tu atención y no conozco otra forma de hacerlo. El cerebro no me funciona.Y había captado su atención, por supuesto.

–Mi dispiace, lo siento –murmuró contra su boca, cargando las palabras de  intimidad  y  sentimiento–.  Siento lo  de nuestro  bebé.  Siento el  miedo  que  pasaste. Sobre todo siento no haber estado allí contigo. Tengo tanto por lo que pedirte perdón que no sé por dónde empezar.

–Es  demasiado  tarde  –de  repente,  las lágrimas empezaron  a  quemarle  los ojos.

–Ti amo. Te quiero, Paula–tomó su rostro entre las manos y capturó su mirada–. Entiendo que puedas no creerlo ahora, pero sí te quiero.

–No digas eso.

–Lo digo  porque es verdad,  aunque admito que no he sabido demostrártelo.  Soy desconsiderado  y  torpe,  pero te quiero.  Te amo tanto que no sé vivir sin tí. Soy demasiado egoísta para dejarte marchar.

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