–Tendría que haber estado contigo, apoyándote. No me extraña que me dejaras.
Era la primera vez que admitía que su reacción podía haber estado justificada.
–No lo hice para castigarte. Fue porque decidí que estaba mejor sola. Más segura.
–¿Segura? –él puso las manos en sus hombros.
–Me estaba protegiendo.
–¿De mí? –él arrugó la frente.
–Del dolor. Es instintivo.
–Lo sé. He descubierto eso sobre tí. Pero ojalá me hubieras gritado en vez de irte. Ojalá te hubieras encolerizado y dicho lo que sentías.
–Decírtelo no habría cambiado nada. No me fui porque estuviera enfadada contigo. Me fui porque sabía que no podría volver a confiar en tí. No me atrevía –sintió que él se tensaba antes de atraerla hacia sí.
La parte física de su relación siempre había nublado todo lo demás, y estaba volviendo a ocurrir. Supo qué él sentía lo mismo porque cuando habló su voz sonó grave y ronca.
–¿Y ahora? ¿Te atreves a correr ese riesgo?
–No lo sé.
–¿Es porque temes que vuelva a fallarte, o por el tema de los niños?
–Las dos cosas. Tú quieres hijos. Es un hecho. Hablamos de ello a menudo y tu madre me preguntaba a diario cuándo iba darte bebés –Paula intentó apartarse, pero él volvió a rodearla con sus brazos y apoyó la barbilla en su cabeza.
–Mi dispiace, lo siento. Eso fue insensible de su parte, no lo sabía. Hablaré con ella.
–Es lo que quiere para tí –murmuró ella contra su pecho.
Los turistas los miraban, sin duda preguntándose qué le decía el espectacular siciliano a la chica morena que tenía en brazos.
–Hablemos del tema de los niños ahora mismo, porque está dominándolo todo. Contéstame con sinceridad... –le apartó el pelo de la cara con gentileza–. Si fuera yo quien no pudiera tener hijos, ¿Me habrías dejado?
–¡Claro que no! –era una pregunta razonable pero no la más relevante–. No es lo mismo.
-Es exactamente lo mismo.
–No. Es más complicado que eso. Tal vez sea más fácil para mí porque no crecí soñando con familias e hijos. No tenía esa ambición. Supongo que no creía en finales felices. Pero tú sí.
–No era una ambición. Más bien asumía que sería así. Y si crees que lo que acabas de decir cambiará lo que siento por tó, no tienes ni idea de cuánto te amo –le temblaba la voz–. Lo que significa que aún tengo mucho que probar.
–No pretendo hacerte pasar por el aro, Pedro... –esa vez consiguió apartarse de él–. Ni siquiera sé si tenemos un futuro juntos. Me estás pidiendo que confíe de nuevo y no sé si puedo hacerlo. Para mí es algo enorme.
–Comparado con perderte, es minúsculo.
Al oírlo, Paula supo que, independientemente de lo que dijera o hiciera, siempre amaría a ese hombre y la profundidad de ese amor siempre la haría vulnerable.
–El problema no solo eres tú –admitió–. Soy yo. No se me dan bien las relaciones. No estoy segura de poder darte lo que quieres de mí.
–¿Es por lo que te hice hace dos años? ¿O por lo que alguien te hizo años antes? –el tono suave de su voz quitó hierro a las palabras–. Sí, actué mal y tienes derecho a estar enfadada, pero tus problemas de confianza no empezaron conmigo.
Tenía razón, por supuesto. Sus problemas de confianza y dependencia habían empezado años antes de conocerlo. Eran parte de sus cimientos.
–Sé que tu infancia fue un infierno y que aprendiste a no confiar en nadie, pero te digo que puedes confiar en mí. Me equivoqué, pero no fue porque no te quisiera. Estaba loco por tí, adoraba cada centímetro de tu ser. Tomé una decisión errónea, pero la situación era más complicada de lo que tu crees. Ahora, deja de pensar y preocuparte y vamos a casa a estar juntos –entrelazó los dedos, con los de ella y la condujo de vuelta a la calle que conducía a la Piazza Sant Antonio.
–Supongo que «estar juntos» significa sexo.
–No me refería a eso. Esa parte de nuestra relación nunca ha necesitado atención –hizo una pausa para besarla y el roce sensual le recordó lo que habían compartido la noche anterior.
Ella se preguntó si todo habría sido más fácil si la atracción sexual entre ellos no fuera tan intensa.
–No puedo pensar cuando haces eso.
–Bien –miró su boca–. Piensas demasiado.
En ese momento, ella solo podía pensar en el sexo. Y veía en sus ojos pesados que él pensaba en lo mismo. De hecho estuvo segura cuando empezó a moverse y él la detuvo con una mueca.
–No te muevas durante un minuto.
–¿Qué pasará si me muevo? –lo pinchó ella, lamiéndose el labio inferior.
–Seguramente me arrestarán por indecencia. Quédate quieta. Y deja de mirarme así.
Soltó el aire lentamente y se apartó de ella.
–Volvamos a casa rápido. Venga –dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario