viernes, 22 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 46

–Tendría que haber estado contigo, apoyándote. No me extraña que me dejaras.

Era la primera vez que admitía  que  su  reacción  podía  haber  estado justificada.

–No lo hice  para castigarte.  Fue porque decidí  que estaba  mejor  sola.  Más segura.

–¿Segura? –él puso las manos en sus hombros.

–Me estaba protegiendo.

–¿De mí? –él arrugó la frente.

–Del dolor. Es instintivo.

–Lo  sé. He  descubierto eso sobre  tí.  Pero  ojalá  me  hubieras  gritado  en  vez de irte. Ojalá te hubieras encolerizado y dicho lo que sentías.

–Decírtelo no habría cambiado  nada.  No me fui porque  estuviera  enfadada contigo. Me fui porque sabía que no podría volver a confiar en tí. No me atrevía –sintió que él se tensaba antes de atraerla hacia sí.

La parte física de  su  relación  siempre había  nublado todo  lo demás,  y  estaba  volviendo  a  ocurrir. Supo qué él sentía lo mismo porque cuando habló su voz sonó grave y ronca.

–¿Y ahora? ¿Te atreves a correr ese riesgo?

–No lo sé.

–¿Es porque temes que vuelva a fallarte, o por el tema de los niños?

–Las  dos  cosas.  Tú  quieres  hijos.  Es  un  hecho.  Hablamos  de  ello  a  menudo  y  tu  madre me  preguntaba a diario  cuándo  iba  darte  bebés  –Paula intentó apartarse, pero  él  volvió  a  rodearla  con sus brazos  y  apoyó la barbilla en su cabeza.

–Mi  dispiace,  lo  siento.  Eso  fue insensible de  su  parte,  no  lo  sabía. Hablaré con ella.

–Es lo que quiere para tí –murmuró ella contra su pecho.

Los turistas los miraban,  sin  duda  preguntándose  qué  le decía  el  espectacular  siciliano  a la chica morena que tenía en brazos.

–Hablemos  del  tema  de  los  niños  ahora  mismo,   porque  está  dominándolo  todo.  Contéstame con sinceridad...  –le  apartó  el  pelo  de  la  cara  con gentileza–. Si fuera yo quien no pudiera tener hijos, ¿Me habrías dejado?

–¡Claro que no! –era una pregunta razonable pero no la más relevante–. No es lo mismo.

-Es exactamente lo mismo.

–No. Es más complicado que eso. Tal vez sea más fácil para mí porque no crecí soñando con familias e hijos. No tenía esa ambición. Supongo que no creía en finales felices. Pero tú sí.

–No era una ambición. Más bien asumía que sería así. Y si crees que lo que acabas de decir cambiará lo que siento por tó, no tienes ni idea de cuánto te amo –le temblaba la voz–. Lo que significa que aún tengo mucho que probar.

–No pretendo hacerte pasar por el aro,  Pedro...  –esa  vez  consiguió apartarse de él–. Ni siquiera sé si tenemos un futuro juntos. Me estás pidiendo que confíe de nuevo y no sé si puedo hacerlo. Para mí es algo enorme.

–Comparado con perderte, es minúsculo.

Al oírlo, Paula supo que, independientemente de lo que dijera o hiciera, siempre  amaría  a  ese  hombre  y la profundidad  de  ese  amor  siempre  la  haría  vulnerable.

–El problema no solo eres tú –admitió–. Soy yo. No se me dan bien las relaciones. No estoy segura de poder darte lo que quieres de mí.

–¿Es por lo  que te hice hace dos años?  ¿O por  lo  que alguien  te hizo años antes?  –el  tono suave de su voz quitó hierro a las palabras–.  Sí, actué  mal  y tienes  derecho  a  estar  enfadada, pero  tus  problemas  de  confianza  no  empezaron conmigo.

Tenía  razón,  por  supuesto.  Sus  problemas  de  confianza  y  dependencia  habían empezado años antes de conocerlo. Eran parte de sus cimientos.

–Sé que tu infancia fue  un  infierno  y  que  aprendiste  a  no  confiar  en  nadie,  pero  te  digo  que  puedes  confiar  en  mí.  Me  equivoqué,  pero  no  fue  porque no  te  quisiera.  Estaba  loco  por  tí,  adoraba  cada  centímetro  de  tu  ser.  Tomé una decisión errónea, pero la situación era más complicada de lo que tu crees.  Ahora,  deja  de  pensar  y  preocuparte  y  vamos  a  casa  a  estar  juntos  –entrelazó  los  dedos,  con los de ella  y  la  condujo  de  vuelta  a  la  calle  que  conducía a la Piazza Sant Antonio.

–Supongo que «estar juntos» significa sexo.

–No me  refería a  eso.   Esa  parte de  nuestra  relación  nunca  ha  necesitado atención –hizo una pausa para besarla y el roce sensual le recordó lo que habían compartido la noche anterior.

Ella se preguntó si todo habría sido más fácil si la atracción sexual entre ellos no fuera tan intensa.

–No puedo pensar cuando haces eso.

–Bien –miró su boca–. Piensas demasiado.

En ese momento, ella solo podía pensar en el sexo. Y veía en sus ojos pesados que él pensaba en lo mismo. De hecho estuvo segura cuando empezó a moverse y él la detuvo con una mueca.

–No te muevas durante un minuto.

–¿Qué pasará si me muevo? –lo pinchó ella, lamiéndose el labio inferior.

–Seguramente me arrestarán por indecencia. Quédate quieta. Y deja de mirarme así.

Soltó el aire lentamente y se apartó de ella.

–Volvamos a casa rápido. Venga –dijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario