miércoles, 6 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 15

–¿Adónde crees que vas? –Federico se situó delante de ella, bloqueándole el camino.

–De  vuelta  a  la  villa.  Aunque  no  es  asunto  tuyo  –Paula maldijo  a  los  Alfonso para sí.

–Estás haciendo daño a mi hermano. Eso lo convierte en asunto mío.

–Es lo bastante grande para cuidarse solito.

Paula sabía que eso no detendría  a  Federico,  y  sintió envidia de que  se  preocupara de su hermano. Nadie se preocupaba de ella. No era algo que esperase ni quisiera.

–Tenerte aquí le lía la cabeza. Solo quiero decirte una cosa, Paula... –dijo, algo borracho y muy enfadado–. Si vuelves a hacer daño a mi hermano, te aplastaré como a un insecto. ¿Capisci?

–Non  capisce  niente–replicó  Paula–.  No  entiendes  nada.  No te metas en mis asuntos, Federico.

«Hacer daño a mi hermano...». Por lo visto, el daño que su hermano le había hecho a ella no contaba para nada. Paula lo apartó de un empujón, consciente de que eso la convertiría en objeto  de  miradas  curiosas.  Sin duda, todos querían saber qué le había dicho Federico a la desobediente exesposa de su hermano para que saliera corriendo.Casi voló escalones abajo. Había oscurecido y las lámparas solares que iluminaban  el  camino  que  bajaba  a  la  playa  parecían  un  millón  de  ojos  que  contemplaran  su  escapada.  Notando  una  opresión  en  el  pecho,  disminuyó  el  ritmo. Lo último que necesitaba era un ataque de asma.Poco  a  poco,  la  música  y  la  cháchara  quedaron  atrás.  Allí  dominaba  el  sonido  de  las  olas  golpeando  la  orilla.  Paula se  quitó  los  zapatos.  La  soledad  era un bálsamo para sus heridas.Todos  estaban  furiosos  con  ella.  Era  tan  bienvenida  como  un  virus  mortal en una fiesta infantil. La enfurecía que asumieran que toda la culpa era suya.Estaba  allí  por  Luciana,  pero  por  fin  veía  claro  que  cuando  su  amiga  aceptara   que ellos  habían   terminado,  también acabaría  su   amistad . Deprimida  por  la  idea,    se  sentó  en  la  arena  y  se  abrazó  las  rodillas, dejando a un lado el bolso y los zapatos. El mar se extendía ante ella, negro  como  la  tinta.  Había  sido  una  estúpida  al  pensar  que su  amistad  con Luciana podría continuar después de lo que había hecho.Intentó   controlarse,  consciente   de   que  la  opresión   en   el   pecho   aumentaba. No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada, con los ojos llenos de lágrimas, cuando notó que dejaba de estar sola.

–Vuelve  a  la  fiesta,  Pedro.  No  tenemos  nada  más  de  qué  hablar  –ordenó, enfadada porque no hubiera tenido la sensibilidad de dejarla en paz.

–Quiero hablar del bebé.

–Yo no.

–Lo sé, y por eso estamos en esta situación. Porque te negaste a hablar de ello.

Su injusticia la dejó sin  aire.  Incluso tratando el más delicado de  los  temas, el lenguaje  corporal de  Pedro tenía  la  sutileza  que  habría  tenido  un  invasor que llegara a esquilmar Sicilia. Las piernas firmes y separadas, y una mano en el bolsillo. Los hombros tensos,  listos  para  la  batalla,  y  los  ojos  color carbón  entrecerrados,  como  si  evaluara  a  su  contrincante.  Paula reconoció  al  Pedro experto  en  solventar  problemas. Un  metro  noventa  de macho  siciliano  furioso,  dispuesto  a  luchar  hasta obtener  la  victoria.  Y  aunque  una  parte  ella  odiaba  ese  aspecto él,  otra  parte  admiraba su fuerza y determinación. Apretó los dientes, diciéndose que no la atraía su virilidad.«Acaba con eso, Paula». Tenía que apagar esos diminutos destellos de deseo antes de que se extendieran y sofocaran su sentido común.

–¿Quieres hablar del bebé?  Bien, hablemos. Estaba embarazada de  diez semanas. Tuve dolores abdominales. Tú estabas en viaje de negocios. Te llamé, pero decidiste seguir con tus negocios. Tomaste tu decisión. La situación empeoró.  Volví  a  llamarte  pero  habías  apagado  el  teléfono.  Dejaste  tus  prioridades muy claras. No hay más que decir sobre el tema –el idílico entorno no diluía la tensión que latía entre ellos.

–Tergiversas  los  hechos. Llamé  al  médico  y  me  aseguró  que  con  unos  días de reposo estarías bien. Nadie esperaba que perdieras al bebé.

Ella sí había esperado perder  al  bebé.  Desde el  primer calambre,  su  instinto femenino le había dicho que algo iba muy mal.

–Entonces, eso te libra de responsabilidad.

–Accidenti, ¿Por qué te niegas a hablarlo?

–Porque esto no es una conversación.  Es otro monólogo en  el que  me dices  lo  que  debo  sentir.  Quieres que diga que todo fue  culpa  mía,  que me porté de forma poco razonable, pero no lo diré porque no es cierto. Fuiste tú el del comportamiento poco razonable –su respiración sonó agitada–. Y no fuiste poco razonable. Fuiste cruel, Pedro. Cruel.

–¡Basta! –bramó  él–.  Haces  que  suene  como  si  hubiera  sido  muy  fácil,  pero  mi  rol  en  la  empresa  conlleva  una  gran  responsabilidad.  Mis  decisiones  afectan a miles. Y a veces son decisiones difíciles.

–Y a veces son erróneas, sin más. Admítelo.

Él exhaló  y  maldijo  al  mismo  tiempo,  con  el  rostro  contorsionado  por  la  exasperación.

–Desde luego,  en  retrospectiva,  admito  que  es  posible  que  tomara  la  decisión incorrecta ese día.

Nunca se había acercado tanto a una disculpa, pero eso no palió el dolor que ella sentía. Atenazada por una avalancha de emociones, olvidó la promesa que se había hecho de no revisitar el pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario