viernes, 29 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 61

Dió instrucciones a Federico y colgó el teléfono.

–¿Va todo bien?  –preguntó ella desde la cama.

 Con ojos  adormilados,  sin maquillaje y con el pelo revuelto, estaba preciosa.

–Todo bien –decidió  posponer  el  momento de decirle que tenía que volver a Palermo, pero ella percibió algo y salió de la cama.

Se agachó para recoger la prenda de seda que había empezado la noche sobre su cuerpo  y  acabado en el  suelo. Ese movimiento  bastó  para hechizarlo. Cuando se reunió con él en la terraza, puso las manos en su nuca y la besó largamente.

–Mmm... –se apartó de él–. ¿Qué me ocultas?

–¿Qué te hace pensar que te oculto algo?

–Tu expresión –rodeó su cuello con los brazos–. Dímelo.

–Tengo que regresar. Una crisis en el proyecto de Cerdeña requiere mi atención. Lo siento mucho, mi amor –esperaba ver decepción, pero ella sonrió.

–Está bien.  Sabíamos que no podíamos quedarnos para siempre  –afirmó con valentía.

–No digas que está bien cuando estás pensando otra cosa. Dime lo que piensas, quiero saberlo.

–De acuerdo  –sus ojos chispearon  burlones–.  Estoy pensando que no  quiero que te vayas. Quiero que nos quedemos aquí para siempre.

–Por lo menos ahora sé que dices la verdad.

–Pero  ambos sabemos que  no es práctico quedarnos.  Y este trato es muy importante para tí, lo entiendo. No puedes delegarlo en otra persona.

–Ocurra lo que ocurra, nada cambiará cuánto te quiero –tomó su rostro entre las manos y la besó–. Dime que lo entiendes.

–Lo entiendo.

Pedro no se hacía ilusiones. Esos  últimos  días  ella  se  había  abierto  más que nunca, pero él sabía que cuando se sentía amenazada, se cerraba al mundo. Era su forma de protegerse.

–Una semana –prometió  contra sus  labios– volveremos por  una semana. Y  empezaremos  y  acabaremos cada día juntos.  Desayuno y cena.  Cerdeña  está  muy  cerca  de  Sicilia.  No  pasaré mucho  tiempo  fuera.  Es una promesa.



Paula observó a Pedro enviar un correo electrónico con una mano mientras se anudaba la corbata de seda con la otra. En la mesa había una taza de  café,  ya  frío,  que no había  tenido tiempo de  beberse. Desde que habían llegado al Palazzo Alfonso había estado abrumado de trabajo. Sintió una punzada de añoranza por la sencillez de su vida en Taormina. En Palermo compartía  a  Pedro con  muchísima  gente. Él había cumplido la  promesa de desayunar  y cenar juntos,  pero la noche  anterior habían cenado pasadas las once. Además, la  incomodaba  la  grandiosidad  del  palacio.   Las paredes estaban  llenas  de obras de  arte de  valor incalculable.  Pedro se  alojaba allí  cuando tenía que estar en la ciudad, pero prefería la villa en el Alfonso Spa y su nueva casa en Taormina. Su hogar. El de los dos. La palabra hogar hacía que se sintiera  de  maravilla.  Se derretía por  dentro al pensar que el increíble hombre que tenía delante era suyo. Era adicto al  trabajo, sí,  pero  ella  adoraba  su  energía  y  su  entrega. Pedro asumía  responsabilidades y compromisos con el trabajo y con su familia desde mucho antes de que ella lo conociera. Se acercó   y   terminó de anudarle la corbata mientras él,  gesticulando, soltaba  una  indignada  parrafada  en  italiano.  Cuando colgó la  llamada estaba visiblemente enfadado.

–¡Abogados! –tensó  la  mandíbula–.  Son capaces de hacer que  un hombre se dé a la bebida. Tengo que volar a Cerdeña y había pensado pasar la tarde contigo. Iba a llevarte de compras.

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