viernes, 8 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 16

–No debería hacerte falta retrospectiva para saber que fue un gran error. Sabías  cuánto  me  costó llamarte y pedirte que vinieras.  ¿Cuándo te había  pedido  ayuda  o  apoyo?  Nunca. Solo esa vez, cuando estaba sola  y  aterrorizada. Pero estabas demasiado ocupado jugando al magnate para tener esa  pizca  de  sensibilidad.  ¿Sabes  lo  peor  de  todo?  –le  tembló  la  voz–.  Antes  de conocerte nunca había necesitado a nadie. Era fuerte. Confiaba solo en mí y solucionaba mi vida. Pero  tú  me  abriste como a una almeja, quitándome  la  protección.  Exigiste  que  me  abriera.  Me  obligaste  a  necesitarte  y  yo,  estúpida  de mí, te dí ese poder. Y me fallaste.

–Dirijo  una  corporación  mundial  –Pedro tironeó  de  la  pajarita  y  desabrochó  el  botón  superior de la camisa–.  Soy un hombre con enormes  responsabilidades y en esta ocasión...

–Eres un hombre que  pone  a  su  esposa  en  segundo  lugar,  tras  sus  negocios,  Pedro.  Lo  que más me deprime es que sigues  sin  admitir  que  tu  decisión  fue  pésima.  Te  crees  tan  incapaz de equivocarte que he tenido que arrancarte ese «es posible que tomara la decisión incorrecta». Pues tengo una noticia para tí: es indudable que tomaste la decisión incorrecta –echó la cabeza hacia atrás y tomó aire para decir las palabras que aniquilarían su relación–. Te odio por eso casi  tanto como  te  odio por hacer que te necesitara.  Eres un matón arrogante e insensible, y no te quiero en mi vida.

–¿Un matón? –tensó los hombros–. ¿Ahora soy un matón?

–Empujas  y  empujas  hasta  que  las cosas van  por  donde  quieres  que vayan. Da igual el asunto que sea, tienes que ganar –dijo ella–. Te interesaba tanto  ese  negocio caribeño  que  te convenciste  de  que  yo  estaría  bien.  Justificaste  tu  actitud  recordándote  cuánta  gente  dependía  de  tí y  que  tu  responsabilidad era quedarte hasta el final de la reunión. Pero lo cierto es que te quedaste porque crees que nadie hace las cosas tan bien como tú, y porque te  encanta  el  triunfo.  Te  tendría  más  respeto  si  tuvieras  la  honestidad  de  admitirlo.  Pero te dices que  la culpa  es mía  porque  la  alternativa  sería  reconocer  tu  error,  y  tú  no  te  equivocas,  ¿Verdad?  –posiblemente  fuera  la  parrafada  más  larga  y  reveladora  que  él  había  oído  de  sus  labios. 

Vió  en  sus  ojos cuánto lo impactaba.

–Ya he admitido que tomé la decisión errónea. Pero has vuelto a desviar la conversación, evitando hablar del bebé que perdiste.

«Que perdimos», pensó ella. «Lo perdimos ambos». Como era habitual, él respondía atacando y quitando importancia a sus propios fallos.

–Estás muy  orgulloso  de  ser  capaz  de  hablar  de  tus  emociones,  pero  son las tuyas, Pedro. No te interesan las de ninguna otra persona a no ser que  encajen  con  las  tuyas.  Quieres  conocer  mis  sentimientos  para  poder  decirme que me equivoco; para cambiar mi mente y decirme qué debo pensar. Tienes la sensibilidad de un tanque, y odio tu actitud cavernícola y dominante.

–Recuerdo  una  época  en  la  que  te  gustaba  mi  actitud  cavernícola  y  dominante –le devolvió él.

Sus ojos negros tenían un brillo letal.

–Eso fue hace mucho tiempo  –dijo ella,  sintiendo una  súbita oleada de calor sensual.

–¿De verdad?  –la  levantó  del  suelo  sin  darle  tiempo  ni  a  decir  su  nombre.

Ella tuvo que apoyar la palma de la mano en su pecho para equilibrarse. Sintió los duros músculos a través de la fina camisa de seda. Como si estuviera en trance, se inclinó hacia él. Estaba sofocada, pero no sabía si era por el calor siciliano o por la pasión que le quemaba la piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario