viernes, 8 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 20

–Esposa –corrigió con suavidad y firmeza–. No eres mi exesposa.

–Pronto  lo  seré  –era  demasiado  peligroso estar  tan cerca  de  él.  No se  atrevía a mirarlo. Ni a moverse por si sus cuerpos se rozaban.

–Respiras  mejor.  Dormiré  en  el  sofá  del  salón,  con  la  puerta  abierta.  Llámame si necesitas algo.

–No hace falta que hagas eso  –tenía un nudo en  la  garganta–.  V  a contestar los miles de correos electrónicos que sin duda te esperan.

–¿Ahora me das permiso para ser insensible?

Paula   encogió  los  hombros,  como  si  le  diera  igual. En realidad, no quería que se portara bien, eso liaría su mente y complicaría las cosas.

–Si  te empeñas  en  hacer de perro  guardián,  al  menos  deja  que  sea  yo  quien duerma en el sofá.

–¿Por qué? Ya sabes que puedo dormir en cualquier sitio –era cierto, y Paula lo sabía.

–No  apagues  –le dijo,  sujetándole  el  brazo  al  ver  que  iba  a  apagar  la  lámpara de noche.

A su  pesar,  odiaba  la  oscuridad.  Cuando  estaba  sola  siempre  dormía  con una luz encendida. Él arrugó la frente y la miró, perceptivo.

–Me  quedaré  unos  minutos,  hasta  asegurarme  de  que  no  necesitas  un  médico –se quitó los zapatos y se acomodó en la cama, a su lado.

Paula deseó  preguntarle  por  qué  se quedaba;  ya era demasiado tarde para su matrimonio. Siguieron sentados en silencio,  sin  tocarse.  Cuando su respiración  se  regularizó  del  todo y dejó  de  sentir  pánico,  su  conciencia  de  él  se  agudizó.  Notaba la cercanía de su largo y fuerte muslo, y oía su respiración profunda y regular. La peligrosa química que los unía y que tendría que haber muerto con sus sueños, revivió con fuerza.Ella giró la cabeza para mirarlo, y él la miró a ella. Ambos tendrían que haber desviado la mirada, pero no lo hicieron. Él  levantó  la  mano  y  acarició  su  mandíbula.  Agachó la  cabeza   lentamente, como si no estuviera seguro de si iba a ir más allá. Rozó su boca con  los  labios.  Aunque era  una  locura,  ella  no  pudo  apartarse,  ardía  de  anticipación. Tras  unos  segundos  de  titubeo,  él  perdió  el  control  y  capturó  su  boca  con  un  beso  duro  y  devorador  que  provocó  una  explosión  en  su  cerebro.  Intentó contenerse,  no  involucrarse  en  el  beso,  pero  la  absorbió  hasta  que  se  fundieron  en  un  solo  ser  y  ella  ya  no  pudo  pensar.  Se  entregaron  como  animales   enloquecidos   por   las   privaciones.   La   excitación   sexual   era   embriagadora, tan compulsiva como cualquier droga e igual de peligrosa.

–No –gruñó  él largo rato después,  apartando la  boca.   Su  bello  rostro  denotaba su pesar–. No.

La emoción  de  su  voz  reflejó  los  sentimientos de ella. El  beso  la  había  afectado  y  no  era  ningún  consuelo  saber  que  a  él también.  Paula no quería eso. No intentaba promover una reconciliación.S u  futuro no  lo incluía.  Sin  embargo,  una pequeña parte de ella estaba encantada  porque  él se  hubiera  rendido a la tentación,  pues  sabía  hasta  qué  punto  era  capaz  de  controlar  sus  impulsos.  Había  querido  que  el  encuentro  resultara difícil para él, pero lo que acababan de hacer lo hacía mil veces más difícil para ella.Pensamientos  contradictorios  pugnaban  en  su  cabeza,  mareándola.  No  quería  que  él  la  deseara.  No  quería  desearlo.  Eso sólo empeoraría  una  situación difícil de por sí.

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