–Esposa –corrigió con suavidad y firmeza–. No eres mi exesposa.
–Pronto lo seré –era demasiado peligroso estar tan cerca de él. No se atrevía a mirarlo. Ni a moverse por si sus cuerpos se rozaban.
–Respiras mejor. Dormiré en el sofá del salón, con la puerta abierta. Llámame si necesitas algo.
–No hace falta que hagas eso –tenía un nudo en la garganta–. V a contestar los miles de correos electrónicos que sin duda te esperan.
–¿Ahora me das permiso para ser insensible?
Paula encogió los hombros, como si le diera igual. En realidad, no quería que se portara bien, eso liaría su mente y complicaría las cosas.
–Si te empeñas en hacer de perro guardián, al menos deja que sea yo quien duerma en el sofá.
–¿Por qué? Ya sabes que puedo dormir en cualquier sitio –era cierto, y Paula lo sabía.
–No apagues –le dijo, sujetándole el brazo al ver que iba a apagar la lámpara de noche.
A su pesar, odiaba la oscuridad. Cuando estaba sola siempre dormía con una luz encendida. Él arrugó la frente y la miró, perceptivo.
–Me quedaré unos minutos, hasta asegurarme de que no necesitas un médico –se quitó los zapatos y se acomodó en la cama, a su lado.
Paula deseó preguntarle por qué se quedaba; ya era demasiado tarde para su matrimonio. Siguieron sentados en silencio, sin tocarse. Cuando su respiración se regularizó del todo y dejó de sentir pánico, su conciencia de él se agudizó. Notaba la cercanía de su largo y fuerte muslo, y oía su respiración profunda y regular. La peligrosa química que los unía y que tendría que haber muerto con sus sueños, revivió con fuerza.Ella giró la cabeza para mirarlo, y él la miró a ella. Ambos tendrían que haber desviado la mirada, pero no lo hicieron. Él levantó la mano y acarició su mandíbula. Agachó la cabeza lentamente, como si no estuviera seguro de si iba a ir más allá. Rozó su boca con los labios. Aunque era una locura, ella no pudo apartarse, ardía de anticipación. Tras unos segundos de titubeo, él perdió el control y capturó su boca con un beso duro y devorador que provocó una explosión en su cerebro. Intentó contenerse, no involucrarse en el beso, pero la absorbió hasta que se fundieron en un solo ser y ella ya no pudo pensar. Se entregaron como animales enloquecidos por las privaciones. La excitación sexual era embriagadora, tan compulsiva como cualquier droga e igual de peligrosa.
–No –gruñó él largo rato después, apartando la boca. Su bello rostro denotaba su pesar–. No.
La emoción de su voz reflejó los sentimientos de ella. El beso la había afectado y no era ningún consuelo saber que a él también. Paula no quería eso. No intentaba promover una reconciliación.S u futuro no lo incluía. Sin embargo, una pequeña parte de ella estaba encantada porque él se hubiera rendido a la tentación, pues sabía hasta qué punto era capaz de controlar sus impulsos. Había querido que el encuentro resultara difícil para él, pero lo que acababan de hacer lo hacía mil veces más difícil para ella.Pensamientos contradictorios pugnaban en su cabeza, mareándola. No quería que él la deseara. No quería desearlo. Eso sólo empeoraría una situación difícil de por sí.
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