lunes, 18 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 37

–No creas que el sexo va a librarte de esta.

–No lo creo –no  sonrió  ni  flirteó. 

Durante un momento,  ella pensó que iba a decir algo, pero entonces sonó el teléfono. En el peor momento.Tensa como la cuerda de un violín, esperó a que él contestara. Él llevó la mano al bolsillo automáticamente, pero luego se detuvo.

–Contesta –Paula suspiró–. Tu imperio podría estar desmoronándose.

–Que se desmorone –en vez de poner la mano sobre el volante, la cerró sobre la de ella–. Sé que no me crees capaz de hacer esto, pero puedo. Quiero hacerlo. Voy a demostrarte que nuestro matrimonio me importa más que nada.

En vez de  tranquilizarla, sus  palabras  incrementaron  su  tensión.  Sabía  que aunque consiguieran dejar el pasado atrás, un futuro era imposible. No era la misma. Todo había cambiado.Todo menos  la  peligrosa  química  que  siseaba  entre  ellos  como  una  corriente eléctrica.Había salido de la villa absolutamente segura de lo que quería hacer. Y había seguido  estándolo cuando  él  llegó  al  aeropuerto.  Cuando le  dió  la  caja había pensado: «Una vez más, va a intentar sobornarme con un regalo caro».Los  bienes  materiales  no  la  interesaban  demasiado, sobre  todo  porque  sabía  que  para  él  era  fácil  obtenerlos. Pero la vieja  llave  oxidada  le  había picado la curiosidad. Era algo diferente. Pedro parecía un hombre diferente, y mucho más peligroso porque no sabía cómo manejarlo. Al de antes sí: si atacaba, ella devolvía el ataque; si era arrogante y controlador,  se  enfrentaba  a  él.  Pero  el  nuevo  Pedro,  humilde,  penitente y arrepentido, era alguien desconocido para ella. Confusa, desvió la mirada. Era muy injusto que la sombra de barba y el leve desaliño le dieran un aspecto aún más espectacular.

–No asumas que   mi  presencia en  este  coche  implica  que  te  he  perdonado.

–No espero que me perdones tan fácilmente.

–Dime qué abre la llave.

–Si  te  lo  digo,  no tendrás una  razón  para  acompañarme  –esbozó  una  leve sonrisa–. Cuento con que tu curiosidad me dé la oportunidad de demostrar cuánto te quiero.

Decía  «te  quiero»  con  naturalidad.  Siempre lo había  hecho.  Ella había tenido que esforzarse durante meses para poder decirle que le quería. Él  no  tenía  esas  barreras  de  expresión,  pero  ella  no  había  visto  ese  amor en sus acciones.

–Me prometí que no haría esto. Me prometí que daría igual lo que dijeras o  hicieras,  en  ningún  caso  iba  a  cambiar  de  opinión  –dijo  Paula,  mirando  la  llave que tenía sobre el regazo.

Había querido protegerse del  dolor  y,  sin  embargo,  allí  estaba:  en  su  coche y en su vida, rodeada de cuero caro y olor a lujo, exponiéndose al peligro de la incendiaria química que tanto se había esforzado por olvidar. Habría ayudado  que  le  soltara  la  mano,  pero  él  seguía  agarrando  sus  dedos,  consciente  del  efecto  que  el  contacto  tenía  en ella  y  explotando  su  ventaja con toda desvergüenza.

–Dame una razón para hacer esto.

–Me merezco otra  oportunidad  –dijo  él–.  Lo que tenemos  es  especial  y  hay que luchar por ello.

Ella se preguntó si lo era en realidad.Por fin él le soltó la mano para ponerla en el volante e intentar sortear el tráfico de la ajetreada carretera del aeropuerto.Fuera o no buena idea, ya era tarde para cambiar de opinión. Él, viendo un hueco en el tráfico, pisó el acelerador y dejó atrás el aeropuerto.

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