–No creas que el sexo va a librarte de esta.
–No lo creo –no sonrió ni flirteó.
Durante un momento, ella pensó que iba a decir algo, pero entonces sonó el teléfono. En el peor momento.Tensa como la cuerda de un violín, esperó a que él contestara. Él llevó la mano al bolsillo automáticamente, pero luego se detuvo.
–Contesta –Paula suspiró–. Tu imperio podría estar desmoronándose.
–Que se desmorone –en vez de poner la mano sobre el volante, la cerró sobre la de ella–. Sé que no me crees capaz de hacer esto, pero puedo. Quiero hacerlo. Voy a demostrarte que nuestro matrimonio me importa más que nada.
En vez de tranquilizarla, sus palabras incrementaron su tensión. Sabía que aunque consiguieran dejar el pasado atrás, un futuro era imposible. No era la misma. Todo había cambiado.Todo menos la peligrosa química que siseaba entre ellos como una corriente eléctrica.Había salido de la villa absolutamente segura de lo que quería hacer. Y había seguido estándolo cuando él llegó al aeropuerto. Cuando le dió la caja había pensado: «Una vez más, va a intentar sobornarme con un regalo caro».Los bienes materiales no la interesaban demasiado, sobre todo porque sabía que para él era fácil obtenerlos. Pero la vieja llave oxidada le había picado la curiosidad. Era algo diferente. Pedro parecía un hombre diferente, y mucho más peligroso porque no sabía cómo manejarlo. Al de antes sí: si atacaba, ella devolvía el ataque; si era arrogante y controlador, se enfrentaba a él. Pero el nuevo Pedro, humilde, penitente y arrepentido, era alguien desconocido para ella. Confusa, desvió la mirada. Era muy injusto que la sombra de barba y el leve desaliño le dieran un aspecto aún más espectacular.
–No asumas que mi presencia en este coche implica que te he perdonado.
–No espero que me perdones tan fácilmente.
–Dime qué abre la llave.
–Si te lo digo, no tendrás una razón para acompañarme –esbozó una leve sonrisa–. Cuento con que tu curiosidad me dé la oportunidad de demostrar cuánto te quiero.
Decía «te quiero» con naturalidad. Siempre lo había hecho. Ella había tenido que esforzarse durante meses para poder decirle que le quería. Él no tenía esas barreras de expresión, pero ella no había visto ese amor en sus acciones.
–Me prometí que no haría esto. Me prometí que daría igual lo que dijeras o hicieras, en ningún caso iba a cambiar de opinión –dijo Paula, mirando la llave que tenía sobre el regazo.
Había querido protegerse del dolor y, sin embargo, allí estaba: en su coche y en su vida, rodeada de cuero caro y olor a lujo, exponiéndose al peligro de la incendiaria química que tanto se había esforzado por olvidar. Habría ayudado que le soltara la mano, pero él seguía agarrando sus dedos, consciente del efecto que el contacto tenía en ella y explotando su ventaja con toda desvergüenza.
–Dame una razón para hacer esto.
–Me merezco otra oportunidad –dijo él–. Lo que tenemos es especial y hay que luchar por ello.
Ella se preguntó si lo era en realidad.Por fin él le soltó la mano para ponerla en el volante e intentar sortear el tráfico de la ajetreada carretera del aeropuerto.Fuera o no buena idea, ya era tarde para cambiar de opinión. Él, viendo un hueco en el tráfico, pisó el acelerador y dejó atrás el aeropuerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario