miércoles, 20 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 44

–Supongo que quería saber si ya te habías librado de mí.

–Sabe que sigo enamorado de tí –declaró él.

–Dudo que eso le haya sentado bien.

–No necesito el permiso de mi hermano para sentir lo que siento.

–Me  odia,  Peddro.  Ayer  ví  su  expresión.  Y  tu  madre  también  me  miró  con  reproche.  Soy la nuera malvada  –con  ojos  cansados,  apartó  la  silla  y  se  puso en pie–. No puedes simular que no importa. Ni golpear a todo el que diga cosas  malas  de  mí.  Este  lugar  es  precioso, pero  no  cambia  el  hecho  de  que  somos  un  desastre.  Nada  puede  cambiarlo  –se  dió  la  vuelta  y  fue  hacia  la  piscina.

Pedro sabiendo que había más que decir, la siguió y puso las manos sobre sus hombros.

–Un  desastre  siempre  se  puede  arreglar.  Y  nos  concierne  solo  a  nosotros. Quiero que te relajes. Esos últimos días han sido horrendos para tí.

La  recordó  bajando  del  avión,  valiente  y  dispuesta  a  enfrentarse  a  un  infierno para estar con su mejor amiga. Y él, en vez de admirar su coraje, había cuestionado su lealtad.

–Deja de pensar y preocuparte y disfruta de tu lugar favorito en la tierra. Esta tarde te llevaré a un restaurante que he descubierto en la playa. Solo van lugareños, no hay turistas –Pedro se juró que iban a pasar tiempo juntos.

–No tengo nada que ponerme.

Esa respuesta tan femenina relajó la tensión de sus músculos. Si la ropa era su mayor objeción, habían progresado bastante.

–Tiene fácil arreglo. Hay ropa en el vestidor.

–¿Hay ropa de mujer en tu dormitorio? –los bellos ojos se estrecharon y enfriaron.

–Nuestro  dormitorio  –corrigió  él,  disfrutando  de  esa  muestra  de  celos–. La  compré  para tí.  Era parte  de  la  sorpresa.  El  día después  de saber que  estabas  embarazada,   fuiste  a   Londres   por   negocios   y   yo   ultimé   los   preparativos. Cuando aterrizaras en Sicilia iba a traerte directamente aquí.

–Pero volaste al Caribe y ni siquiera nos vimos.

–Sí –otra  cosa  de  la  que  arrepentirse  que  podía  añadir  a  las  que  ya  anegaban su cerebro.

–Solo  te  ví  una  vez  más,  cuando  hacía  la  maleta  para  irme  de  Sicilia  –hizo  una  pausa–.  Esperaba  que  me  siguieras.  No  era  lo  que  quería,  pero  lo  esperaba. ¿Por qué no lo hiciste? Él se lo había preguntado un millón de veces.

–Me  cegaba  el  creerte  injusta  por  renunciar  así  a  nuestro  matrimonio.  Cometí muchos errores. Dame la oportunidad de compensarte.

–¿Podemos  dar  un  paseo  por  el  pueblo?  –sugirió  ella  tras  un  largo  silencio–. Siempre me encantaron las tiendas y el ambiente.

–Es  mediodía,  tesoro.  Te  asarás  de  calor  y  los  turistas  te  aplastarán  –dijo él.

El alivio de que no le hubiera exigido llevarla al aeropuerto era inmenso.

–Seguro  que  hay  algún  sombrero  en  ese  vestidor,  y  entre  los  dos apartaremos a los turistas. Por favor. Quiero hacer algo normal.

–Querer andar por Corso Umberto bajo el calor del sol no tiene nada de normal –alegó él. «Sobre todo cuando quiero llevarte a la cama, desnudarte y explorar cada centímetro de tu cuerpo». Pero esa parte de su relación siempre había sido fácil. Lo que se había jurado arreglar era el resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario