viernes, 8 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 17

Desde  la  distancia  había  sido  fácil  racionalizar  la  química,  pero  la realidad era muy distinta. Tras dos años de negación, en vez de apartarse de él curvó  los  dedos  y  agarró  su  camisa.  Impotente,  vió  cómo  la  cabeza  de  él  descendía  hacia  la  suya.  Estaba  tan  lista  para su beso,  tan deseosa,  que  fue  un golpe brutal que la soltara de repente. Él  le estiró  los dedos  para  que  soltara  la  camisa,  como  si  fueran  un  insecto indeseado.

–Tienes razón... –dijo con desdén– no tiene sentido hablar. Nada, nada, justifica   que   abandonaras  nuestro matrimonio.  Te crees  muy  dura  e  independiente, pero eres una cobarde que prefiere correr a quedarse y luchar.

Y ella corrió. Con los pies descalzos y el corazón desnudo. Corrió por la arena hacia la villa.«Cobarde, cobarde, cobarde...».Cada vez que sus pies golpeaban la arena oía la palabra en su cabeza e incrementaba el ritmo para escapar de ella. Aunque volvía a sentir presión en el pecho,  corría  sin  pausa  y  sin  mirar  atrás.  Cuando llegó  a la villa le ardían  los  pulmones  y  apenas  podía  respirar. Doblada,  paró  junto  a  la  puerta  y  supo  de  inmediato que tenía problemas graves.Necesitaba  el  inhalador  ya.  En  ese  momento,  si  quería  evitar  el  ataque  de asma que se avecinaba.Unos  minutos  antes  su  mayor  miedo  había  sido  lo  que  sentía  por  él,  pero había sido superado por otro peor y más peligroso: la necesidad de aire. Le  ardían  los  pulmones  y  respirar  resultaba  cada  vez  más  difícil.  Con  manos  temblorosas  buscó  su  bolso,  y  comprendió  que  ya  no  colgaba  de  su  hombro. Lo había dejado en la arena. Paula tuvo  un  instante  de  pánico  y  se  maldijo  por  ser  tan  estúpida.  Tendría que haber utilizado el inhalador antes, en vez de discutir con él.Su  pecho  empeoraba  por  momentos.  Le faltaba  el  oxígeno.  Saber que no  tenía  con  el  inhalador  acrecentaba  el  estrés.  Estar sola  en  medio  de  un  ataque era lo que más la aterrorizaba en el mundo. Entró en la  villa,  se  sentó  en  el  suelo  y  apoyó  la  espalda  en  la  pared.  «Respira.  Respira.  Despacio.  Relájate  ».  Tenía que  volver  a  por  el  inhalador, pero no era capaz de andar tanto. Diciéndose que todo iría bien si se calmaba, se obligó a mirar la lámpara que  había  en  el  rincón  y a  olvidar  su  encuentro  con  Pedro.  Oyó  el  sonido  sibilante que anunciaba el principio de un ataque. «No. Ahora no». La puerta se abrió de golpe.

–Siempre  sales  corriendo,  pero  tú  y  yo  vamos  a...  –calló  al  verla  acurrucada en el suelo, intentando respirar–. ¿Paula? –se acuclilló contra ella y le alzó el rostro–. ¿Asma?

Ella asintió, muda.

–Eres tonta por echar a correr. ¿Dónde está tu inhalador?–preguntó.

Su éxito en los negocios le debía mucho a esa capacidad de centrarse y establecer prioridades.

–En el bolso... lo dejé...

–¿Este  bolso?  –el diminuto bolso  plateado  colgaba  de  sus  dedos.

 Al verlo, ella dejó caer los hombros. Los pitos estaban empeorando.Extendió  las  manos  temblorosas,  pero  él  ya  había  abierto  el  bolso  y sacaba el inhalador.

–¿Es este?

Ella asintió y él apretó los labios.

–No tendrías que haber corrido. ¿Desde cuándo ha empeorado tanto tu asma?

 Había sido desde que sus niveles de estrés se habían disparado. Desde aquella horrible noche en el hospital.Laurel quería llorar, pero no tenía aire suficiente para hacerlo. Él le puso el inhalador en los labios y ella inspiró, más tranquila al saber que él estaba allí, fuerte y seguro. Aunque pronto le pediría que se fuera, en ese momento era un bálsamo para su ansiedad.

–Llamaré a un médico –dijo él. Paula negó con la cabeza, inspiró una vez más y apartó sus manos y el inhalador. Si aún era capaz de percibir que él tenía una boca de lo más sexy, y era el caso, era obvio que no estaba al borde de la muerte–. Vuelve a la fiesta.

–Claro, lo que más me apetece en este momento es bailar toda la noche –el  sarcasmo  estaba teñido de preocupación  y  rabia–.  Soy un hombre  que  aprende de sus errores,   tesoro.   La última  vez que  me  fui cuando me necesitabas, aunque en mi defensa diré que no sabía lo...

–No puedes hacerlo, ¿Verdad?   –Paula inspiró   con   dificultad–.   No puedes... pedir perdón.

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