La había tratado igual que a otras mujeres de su vida anterior, que medían cada regalo por su valor económico. Pero los regalos caros de un hombre rico no significaban nada para una mujer como Paula, que había creado su propia empresa y estaba orgullosa de su éxito. No buscaba seguridad financiera, sino emocional; él no se la había dado. Ella había anhelado muestras de su amor y él, en su arrogancia, había asumido que al casarse con ella ya lo había dicho todo. Y cuando ella había dejado de creer en la relación, él ni siquiera se había planteado tener parte de culpa. Maldiciendo entre dientes, saltó de la cama y localizó el bolso de Paula. Encontró lo que buscaba, y con ello en la mano salió a la terraza iluminada por la luna. Ella no estaba allí.«Huyendo de nuevo», pensó. Pero esa vez la seguiría hasta el fin del mundo, si hacía falta. No le hizo falta ir tan lejos. La encontró en su despacho, acurrucada en uno de los sofás con un libro en la mano y Rambo y Terminator tumbados a sus pies, guardándola. Recordó lo que le había contado sobre esa habitación llena de libros que la había enamorado .Eso le había hecho entender que leer había sido su manera de escapar del mundo y de compensar todo lo que faltaba en su vida. Era impresionante cuánto había conseguido partiendo de casi nada.
–Si nunca tuviste libros de niña, ¿Cómo desarrollaste tu pasión por la lectura? –preguntó.
–Tuve una maestra fantástica. La señorita Hayes. Era muy buena conmigo –Paula dejó caer la mano y acarició la cabeza de Terminator.
–Deja el libro. Necesito hablar contigo.
Ella dejó el libro sobre el regazo, en silencio.
–Yo no veía nuestra relación como la veías tú. Ahora me doy cuenta de que daba mucho por sentado –para una vez que necesitaba fluidez de palabra, le estaba fallando–. Es cierto que fui culpable de cierta arrogancia, lo admito –paseaba de un lado a otro–. Pero en parte se debía a que no sabía lo que estabas pensando. Tuve mucha culpa, pero tú también erraste al no hablarme de tu pasado. Si lo hubieras hecho, habría entendido la razón de que te costara tanto confiar en la gente, y me habría ocupado del tema.
–¿Habrías añadido «tranquilizar a Paula» a tu lista de cosas que hacer? Yo no soy un proyecto.
–¡No he dicho eso! ¡Deja que me explique! –la súbita explosión fue recibida con un gruñido de Terminator–. Ese perro es demasiado protector.
–Me quiere.
–Y por lo visto aceptas ese amor sin cuestionarlo, mientras que los demás tenemos que dejarnos la piel para conseguir lo mismo –soltó el aire de golpe–. Nunca he sentido por otra mujer lo que siento por tí.
–No dejas de repetir lo mismo.
–Si vuelves a hablar antes de que acabe, encontraré la forma de hacerte callar, perro o no perro –la amenazó. Ella cerró el libro–. Admito que pensé que con casarme contigo había dejado claros mis sentimientos. Ahora veo que no dediqué suficiente tiempo a expresarte mi amor, pero no tenía ni idea de que dudabas de él. Aquel día tomé una decisión terrible, pero te juro que no pensé en ningún momento que perderías al bebé.
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