lunes, 11 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 21

Pedro se levantó de la cama de un salto.

–Dormiré en  el  sofá.  Si  necesitas  un  médico,  llámame  –sin  dedicarle  siquiera una mirada, salió de la habitación, dejándola con el cuerpo ardiente y el corazón en pedazos.

-Pedro , ¿Estás escuchándome?

Pedro comprendió que no había oído ni  una  sola  palabra de lo que había dicho su abogado. Había dejado la villa  al  amanecer,  con  el afán  de aliviar su tensión corriendo antes de que el sol  se volviera abrasador.  Después, había  nadado.  Luego se había ocupado de su correo electrónico. No había conseguido dejar de pensar en Paula. Quería verla como la perra despiadada que había despreciado sus votos matrimoniales, pero seguía viéndola pálida y vulnerable, luchando por respirar. Acostumbrado a resolver emergencias a diario, lo había asustado el pánico que lo  había  atenazado  al  verla.  Había  estado  a  punto  de  exigir  la  presencia  de  todos los médicos de la isla.«De todos menos del idiota que le había asegurado que era normal que una mujer tuviera dolores abdominales y que no perdería al bebé». Sintió ira, pero sobre todo culpabilidad. Reconocía el daño causado por dar  prioridad  a  un  tema  de  trabajo,  en vez de al  bienestar de ella.  Haber subestimado la gravedad de la situación no lo excusaba. Ni tampoco el que el consejo de un profesional hubiera sido erróneo.Su  mente  estaba  llena  de  preguntas.  Quería saber cuándo  había empeorado tanto su  asma. Sabía  que sufría de asma  desde  la  infancia,  y  también que el detonante era el estrés. A juzgar por la noche anterior, sufría un estrés monumental. Pedro, recordando el papel que había jugado a la hora de provocar el ataque,  se  frotó  el  rostro.  Había  perdido  el  control.  Aunque  su  relación  había  terminado hacía dos años, desde que la había visto en el aeropuerto no había dejado de pensar: «Es mi esposa. Mía». Antes  de  conocerla   se  había  considerado  un  hombre  moderno,  en la medida en que podía serlo un hombre siciliano. En las últimas veinticuatro horas,  había  tenido  que  replantearse  ese  análisis;  pensaba  como  uno  de  sus  ancestros  cavernícolas.   Estaba celoso,más que celoso.  Los celos lo reconcomían como un veneno. No quería que ella siguiera adelante. No quería que se creara una nueva vida en la que él no fuera el personaje principal.

–Te  he  enviado  un  documento  por  correo  electrónico  –su  abogado carraspeó  y empujó  una  carpeta hacia  él–.  Que te negaras a firmar una separación  de  bienes o un  acuerdo  prenupcial,  en  teoría  que  te  deja  muy  expuesto.

–No me importa el dinero.

–Tienes  suerte. Por lo visto a  ella tampoco   –Hernán sacó otros documentos  del  maletín–.  Su  abogada dice que, si  podemos  acelerar  el  proceso de divorcio, está dispuesta a no pedir nada.

–¿Qué le has dicho? –el que estuviera dispuesta a renunciar a todo para librarse de él atizó su instinto básico de macho. No podía odiarlo tanto.

–Le dije que  en  Sicilia  una  pareja  tiene  que  estar  separada  tres  años  y  que  la  reunión  de  hoy  era  una  formalidad.  Una  oportunidad  de  hablar  en  persona, dado que hace dos años que no se ven.

Hablar.  ¿Cuándo habían hablado?  Pedro se frotó la frente,  pero eso no  alivió su dolor  de cabeza.  Le había  lanzado  recriminaciones  y  ella  había  reaccionado de la forma habitual,levantando más barreras y muros entre ellos. No  dejaba de  oír  la  apasionada  acusación de que le había exigido  abrirse y confiar en él, para abandonarla cuando lo necesitaba. Cierto, le había fallado. Pero eso no excusaba que hubiera puesto punto final al matrimonio. No a su modo de ver. Se  preguntaba  por  qué, habiendo  millones de mujeres que no  dejaban de hablar de sí mismas y de sus emociones, había elegido a la única mujer  que  no  lo  hacía.  Sabía  que  el  aborto  la  había  devastado,  pero  ella  se  negaba a hablar del tema. Tal  vez  el  error  inicial  había  sido  de  él,  pero  ella  no  había  mostrado  interés  en  perdonarlo  o  aceptar  sus  gestos  conciliadores.  Flores,  diamantes...  Había estado demasiado ocupada haciendo las maletas para prestar atención. Él se había portado mal pero ¿Era imperdonable?

–Paula ha enviado un mensaje: no puede venir porque está ayudando a Luciana–era  obvio que  Hernán intentaba  mostrar  tacto–,  pero le  haré  llegar  los  documentos para que los firme hoy.

A Pedro no  se  le  escapó  la  ironía  de  interrumpir  una  boda  por  un  divorcio.

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