Pedro se levantó de la cama de un salto.
–Dormiré en el sofá. Si necesitas un médico, llámame –sin dedicarle siquiera una mirada, salió de la habitación, dejándola con el cuerpo ardiente y el corazón en pedazos.
-Pedro , ¿Estás escuchándome?
Pedro comprendió que no había oído ni una sola palabra de lo que había dicho su abogado. Había dejado la villa al amanecer, con el afán de aliviar su tensión corriendo antes de que el sol se volviera abrasador. Después, había nadado. Luego se había ocupado de su correo electrónico. No había conseguido dejar de pensar en Paula. Quería verla como la perra despiadada que había despreciado sus votos matrimoniales, pero seguía viéndola pálida y vulnerable, luchando por respirar. Acostumbrado a resolver emergencias a diario, lo había asustado el pánico que lo había atenazado al verla. Había estado a punto de exigir la presencia de todos los médicos de la isla.«De todos menos del idiota que le había asegurado que era normal que una mujer tuviera dolores abdominales y que no perdería al bebé». Sintió ira, pero sobre todo culpabilidad. Reconocía el daño causado por dar prioridad a un tema de trabajo, en vez de al bienestar de ella. Haber subestimado la gravedad de la situación no lo excusaba. Ni tampoco el que el consejo de un profesional hubiera sido erróneo.Su mente estaba llena de preguntas. Quería saber cuándo había empeorado tanto su asma. Sabía que sufría de asma desde la infancia, y también que el detonante era el estrés. A juzgar por la noche anterior, sufría un estrés monumental. Pedro, recordando el papel que había jugado a la hora de provocar el ataque, se frotó el rostro. Había perdido el control. Aunque su relación había terminado hacía dos años, desde que la había visto en el aeropuerto no había dejado de pensar: «Es mi esposa. Mía». Antes de conocerla se había considerado un hombre moderno, en la medida en que podía serlo un hombre siciliano. En las últimas veinticuatro horas, había tenido que replantearse ese análisis; pensaba como uno de sus ancestros cavernícolas. Estaba celoso,más que celoso. Los celos lo reconcomían como un veneno. No quería que ella siguiera adelante. No quería que se creara una nueva vida en la que él no fuera el personaje principal.
–Te he enviado un documento por correo electrónico –su abogado carraspeó y empujó una carpeta hacia él–. Que te negaras a firmar una separación de bienes o un acuerdo prenupcial, en teoría que te deja muy expuesto.
–No me importa el dinero.
–Tienes suerte. Por lo visto a ella tampoco –Hernán sacó otros documentos del maletín–. Su abogada dice que, si podemos acelerar el proceso de divorcio, está dispuesta a no pedir nada.
–¿Qué le has dicho? –el que estuviera dispuesta a renunciar a todo para librarse de él atizó su instinto básico de macho. No podía odiarlo tanto.
–Le dije que en Sicilia una pareja tiene que estar separada tres años y que la reunión de hoy era una formalidad. Una oportunidad de hablar en persona, dado que hace dos años que no se ven.
Hablar. ¿Cuándo habían hablado? Pedro se frotó la frente, pero eso no alivió su dolor de cabeza. Le había lanzado recriminaciones y ella había reaccionado de la forma habitual,levantando más barreras y muros entre ellos. No dejaba de oír la apasionada acusación de que le había exigido abrirse y confiar en él, para abandonarla cuando lo necesitaba. Cierto, le había fallado. Pero eso no excusaba que hubiera puesto punto final al matrimonio. No a su modo de ver. Se preguntaba por qué, habiendo millones de mujeres que no dejaban de hablar de sí mismas y de sus emociones, había elegido a la única mujer que no lo hacía. Sabía que el aborto la había devastado, pero ella se negaba a hablar del tema. Tal vez el error inicial había sido de él, pero ella no había mostrado interés en perdonarlo o aceptar sus gestos conciliadores. Flores, diamantes... Había estado demasiado ocupada haciendo las maletas para prestar atención. Él se había portado mal pero ¿Era imperdonable?
–Paula ha enviado un mensaje: no puede venir porque está ayudando a Luciana–era obvio que Hernán intentaba mostrar tacto–, pero le haré llegar los documentos para que los firme hoy.
A Pedro no se le escapó la ironía de interrumpir una boda por un divorcio.
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